Mucho ha crecido y evolucionado el turismo en España desde que a inicios de los 50 se creó el primer ministerio específico del sector. El país empezaba a dar importancia a una rama de actividad que desde entonces pasó por etapas de gran florecimiento y otras de estancamiento o retroceso. Desde el boom turístico de los años 60 –propiciado por el Plan de Estabilización de 1959 y la consecuente devaluación de la peseta– hasta hoy, acontecimientos como las crisis del petróleo, la llegada de la democracia, la entrada en la Comunidad Económica Europea, la guerra del Golfo, los años de bonanza previos a la crisis financiera de 2008 o el estallido de esa Gran Recesión han influido de forma positiva o negativa en la marcha del turismo. Y, más recientemente, la pandemia, que sumió al sector en una de sus mayores crisis, dejando de ingresar 160.000 millones. Un mazazo del que ahora se recupera con otra fase de crecimiento y perspectivas de superar este año los registros precovid.
Entre las marcas a batir está la de los 83,5 millones de turistas internacionales que visitaron España en 2019 o los 92.278 millones que gastaron en aquel año de récord para la industria de la felicidad.
Este 2023 arrancó con buenos datos para el sector: entre enero y mayo el país ya había recibido un 28% más de visitantes extranjeros que en el mismo periodo de 2022, según la encuesta de movimientos en frontera que elabora el Instituto Nacional de Estadística. Y el PIB turístico superaba en un 11,5% el de 2019, de acuerdo con datos que maneja la Alianza para la excelencia turística Exceltur. Un indicador este último considerado más completo a la hora de analizar el comportamiento del sector al indicar cuánto genera la actividad económica del turismo tanto nacional como foráneo y teniendo en cuenta parámetros que van más allá de la afluencia de visitantes.
Ahora todas las esperanzas están puestas en el verano, con la demanda extranjera como gran catalizador. Y los niveles de actividad y reservas apuntan a que no hay inflación que pueda con las vacaciones, al menos para la gran mayoría. Sea por la huella que ha dejado la pandemia o por pura filosofía de vida, poca gente está dispuesta a renunciar a viajar y a planes de ocio aunque los precios se hayan disparado. En mayo, último mes con datos del Ine, los paquetes turísticos estaban un 22,4% más caros que un año antes, por los servicios de alojamiento se pagaba un 11% más y la restauración se había encarecido un 7%. Además, el transporte aéreo de pasajeros estaba un 7,6% más caro.
Con ese telón de fondo, hay quien busca destinos más cercanos y económicos para cuidar el bolsillo, o viaja menos días. Pero no se queda en casa. Es más, se priorizan los viajes sobre otras decisiones de consumo como renovar el coche, cambiar el móvil o comprarse una televisión nueva.
Aun así, Exceltur prevé que el sector mueva este año 172.000 millones, un 9,4% más que en 2019, con un peso en el PIB que estima en el 12,3%, todavía ligeramente inferior al nivel precovid.
De cara al futuro, esta industria seguirá creciendo al calor de la demanda y de las ganas de viajar, pero tiene retos por delante para tratar de maximizar sus ingresos. Uno es avanzar en la desestacionalización para que no todo el turismo se concentre en pocos meses. Otro desafío pasa por diversificar los destinos dentro de España, pues tal y como advierten desde Exceltur, "habrá algunos en los que quizás no quepa más gente".
El sector deberá, además, tomar medidas para atraer y retener mano de obra. Este campo, el de las condiciones laborales, es uno de los que el turismo se marca como tarea para mejorar su reputación. También aplacar la turismofobia por las molestias y masificación en algunos lugares. Lo que juega a su favor es el carpe diem.
