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El reloj de cuco

Cuco

Roberto Padín no era hombre de muchas luces. A sus 48 años no había pegado palo al agua. Había vivido cómodamente del dinero de sus padres, que a su vez llevaban la próspera empresa de panadería fundada por su abuelo. Su abuelo, Roberto como él, había muerto un año antes y hasta esa misma semana no habían arreglado los papeles de la herencia. A Roberto y a su hermana Mara les había dejado una casa a cada uno y una sustanciosa cantidad de dinero. Los padres no estaban muy de acuerdo, pues a pesar de que les dejaban a ellos la empresa, pensaban que sus hijos no merecían semejantes dádivas. No tanto Mara, que se había labrado su propio destino como pintora de cierto éxito y ya llevaba varios años viviendo y manteniendo a duras penas la casa que ahora heredaría. ¿Pero Roberto? ¿Qué había hecho Roberto aparte de vivir a la sopa boba? 

El viernes había recibido un mensaje de su padre: "Llevo un año diciéndote que lleves el reloj de cuco del abuelo a la casa de la aldea. Los papeles de la herencia están listos. Si quieres recibirla el lunes, vete corriendo ahora mismo con el reloj, se lo das a tu hermana y asunto resuelto. Si no lo haces, impugnaré el testamento de tu abuelo, haré lo posible para que no recibas ni un céntimo. A ver si por una vez en la vida haces algo bien, zoquete, que eres un zoquete. Payaso. Un abrazo". 

Lo del reloj de cuco era una vieja manía del abuelo Roberto. Era el único bien con el que había llegado a Lugo tras mudarse ahí para montar su primera panadería. Después de haber prosperado tras largos años de trabajo, ya jubilado, se le metió en la cabeza que el reloj debía volver a su emplazamiento original, a la casa de la aldea, pero por unas cosas u otras, nunca había cumplido aquel deseo. Su hijo llevaba un año pidiendo a Roberto que llevara el cuco a la aldea y Roberto el mismo tiempo poniendo excusas peregrinas para no hacerlo. 

-Te juro que si no lleva el reloj se va a meter en un lío -le dijo el padre a la madre-. Eso pasa porque lleváis toda la vida consintiéndole todo. No quiso estudiar, no quiso trabajar, pero ahí estabais papá y tú animándole a ser un vago. 

-Bueno, déjalo. Ya encontrará su camino. 

-¡Si tiene 48 años! ¡Al menos a la hermana le dio por pintar esas cosas, pero éste, éste es un vago! Si no lleva el reloj, no firmamos nada. 

Roberto, por una vez en la vida, estaba dispuesto a cumplir. La herencia bien valía el esfuerzo. Releyó el mensaje y decidió seguirlo al pie de la letra. Cogió inmediatamente el reloj, que pesaba unos 20 kilos y echó a correr camino de la aldea. La casa estaba al pie del Camiño, a dos etapas de distancia, unos 50 kilómetros, así que por ahí se fue. 

La casa estaba al pie del Camiño, a dos etapas de distancia, unos 50 kilómetros

El Camiño estaba nutrido de peregrinos como nunca en años. Todos iban bien equipados, con sus mochilas a reventar y la ropa y el calzado propios del caminante, fuese religioso o aventurero. Roberto corría entre ellos, los sorteaba y los adelantaba. Nunca había corrido 50 kilómetros, ni uno siquiera, pero ahí estaba, con su camiseta de asas de Alice Cooper, sus pantalones bombachos y sus zapatos de charol, atuendo con el que se sentía cómodo y original. 

Iba abrazando al reloj, como si fuera un pesado bebé, con las pesas colgando. Cada quince minutos, el cuco salía de la ventana del reloj y hacía cucú, salvo en las horas punta, que lo hacía tantas veces como la hora que marcaba. Al poco de empezar ya estaba jadeando, pero pensando en el premio prometido, siguió corriendo sin bajar el ritmo. Alguna gente hizo fotos y grabó vídeos que se subieron inmediatamente a las redes. Pronto se viralizó uno en el que se veía a Roberto tropezando, a punto de caer, corriendo con la cara desencajada, resoplando mientras el cuco daba las 12. 

-¿Ves, ya te dije que en el Camiño se viven experiencias maravillosas? -le dijo una peregrina a su novio cuando Roberto los adelantó a las 13:00. Trece veces cantó el cuco. 

Nada más llegar a casa de la hermana, se desplomó sobre el sofá, pidió un litro de agua helada y algo de comer. Durmió luego un montón de horas. Al despertar llamó al padre: 

-¡Papá, papá, ya puedo cobrar la herencia! Estoy en casa de Mara con el reloj. He venido corriendo, como me dijiste. 

-¿Corriendo? -preguntó el padre. 

-¡Claro! En el mensaje decía que cogiera el reloj y viniera corriendo. Tengo que comprarme otros zapatos de charol, que están destrozados. 

-Este tío es tonto, le dijo el padre a la madre mientras colgaba. Se fue corriendo a la casa de la aldea. ¿Te lo puedes creer? 

-Pues sí. Nunca confiaste en él y mira te ha dado una lección. 

-¿Pero qué…?

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