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Las cenizas de mamá

Sin nombre
photo_camera Ilustración de Tania Solla.

RICARDO aparcó en el centro de Redondela. Su hermano Constante imaginó que paraban allí para hacer un recado, o tomar algo antes de ir a la vieja casa familiar en la que su madre había fallecido tres años antes. Ricardo cogió la urna con las cenizas y la metió en una de esas enormes bolsas que ahora se usan para ir al supermercado.

-¿Qué haces? -preguntó Constante extrañado.

-Nada, meter en la bolsa la urna de mamá.

-¿Y eso? ¿Vamos a pasear por ahí con mamá en esa bolsa?

-Pues sí -dijo Ricardo-. Vamos a ir caminando desde aquí hasta su casa. He decidido recorrer el mismo camino que hacía ella de niña para ir al cole y volver, de casa a Redondela y vuelta, sólo que nosotros lo haremos al revés, primero la vuelta y luego la ida.

-Ni de coña -protestó Constante-. No pienso caminar tres kilómetros entre peregrinos.

-Pues te coges un taxi y ya nos vemos ahí, porque las llaves del coche las tengo yo.

-Pues dámelas.

-Pues no. Es mi coche -Ricardo ya había echado a andar y Constante lo perseguía protestando.

-¿Tú crees que a mamá le gustaba ir andando al colegio? -preguntó al fin-. No lo creo. En invierno con viento frío y lluvia no debía ser muy divertido. En esa época les daban a los niños aguardiente para desayunar antes de ir al cole. Seguro que hubiera preferido ir en coche, o en autobús. No sé qué hacemos yendo de su cole a su casa. Dijimos que íbamos a echar sus cenizas en el huerto y ver cómo está la casa, a ver si alguien nos la compra. Nada de ir caminando desde el colegio. Y además mira, parecemos imbéciles, en medio de todos estos peregrinos con sus botas y sus mochilas y nosotros haciendo el Camiño en náuticos con las cenizas de mamá.

Ricardo se detuvo, sacó la urna de la bolsa, la abrió, cogió un puñado de ceniza y la dejó caer entre los dedos sobre las raíces de un árbol, mientras Constante miraba atónito.

-¿Pero qué haces? ¿Eres idiota?

-No, echo unas pocas cenizas cada rato y el resto las guardo para la huerta.

-¿Pero tú eres idiota? -insistió Constante-. Eso es ilegal.

-¿Cómo va a ser ilegal? Son cenizas, no hacen daño a nadie.

-Acabas de matar a un caracol -acusó Constante señalando el césped-. Mira, ahí, en la hierba, junto al tronco. Está lleno de ceniza. Se está muriendo.

-Las cenizas no matan a los caracoles -se defendió Ricardo.

-Pues éste no lo sabe. Míralo, lo que yo te diga. Mamá estará orgullosa, con lo que ella quería a los animales y a los caracoles en particular, y lo has matado con sus cenizas. Siempre lo decía. "Me encantan los caracoles", decía.

-Eso no es cierto.

-Sí -insistió Constante-, lo que pasa es que tú no lo recuerdas porque eras muy pequeño.

-Somos gemelos. Éramos igual de pequeños. Siempre te molestó que mamá me quisiese más a mí.

-Eso es mentira. Eso es lo que tú creías. Cuando no estabas delante siempre me lo decía: "Constante, de todos los seres del mundo, al que más quiero es a ti, luego a los caracoles, a vuestro padre y a tu hermano Ricardo, por este orden". Así decía. Por cierto, te lo avisé, Mira, ya está muerto el caracol. Bestia, que eres una mala bestia. Mamá estará revolviéndose en su tumba.

-Eso es imposible -replicó Ricardo-. Mamá no tiene tumba. Está en la urna, y no veo yo que se revuelva. Mira -sacó la urna nuevamente de la bolsa y la alzó-. No se revuelve.

-¿Qué vas a hacer con tu parte de la herencia? -cambió de tema Constante-. Es mucho dinero. ¿De dónde lo habrá sacado mamá? Igual traficaba con armas.

-¿Qué armas, Constante, por qué dices esas tonterías? El dinero salió de la panadería que llevaba con papá y del traspaso que le pagaron al morir papá.

-¿Cómo sabes eso? -Porque tú y yo repartíamos el pan -recordó Ricardo.

-Ya, pero no sabíamos qué había dentro de las barras. Igual metía cuchillos para traficar. Cuchillos pequeños.

-¿Y para qué iba nadie a comprar un cuchillo de postre a un traficante si lo puede comprar legalmente en un chino?

-Yo qué sé. Sigo pensando que es mucho dinero lo que nos dejó. Bah, da igual, son tonterías. Oye, ¿por qué no hacemos el Camiño? Mira a toda esa gente. Parecen disfrutarlo. Están felices. Nunca hemos hecho el Camiño -sugirió Constante.

-Bueno, tampoco hemos ido a Marte y no por eso vamos a ir -razonó Ricardo.

-No, no se puede ir a Marte.

-Sí se puede. Los millonarios van.

-Eso es mentira. Porque lo dices tú, ¿eh? Tú siempre lo sabes todo, claro -acusó Constante-. Además no tenemos ropa ni equipo para hacer el Camiño.

-Bueno, algo habrá en casa de mamá y lo que nos falte lo compramos. Somos ricos.

Ricardo se detuvo y se fijó en los peregrinos que avanzaban. Tal como había señalado Constante, los peregrinos caminaban: solos, en pareja, en familia, en grupo. Y todos y todas parecían felices. Algunos hablaban mucho, otros iban en silencio. Un grupo de unos treinta chavales, todos y todas vestidos con la misma camiseta, se detenían en una fuente para recargar cantimploras o botellas de agua. Esperaban su turno entre charlas y risas.

-Pues tienes razón. Igual hacer el Camiño es divertido -dijo al fin.

-Más divertido que matar caracoles con las cenizas de mamá, eso seguro. Pobre animal. ¿Qué te habrá hecho?

-¡Fue sin querer! ¡Y deja ya al caracol! -protestó Ricardo- . ¿Hacemos el Camiño o no? Total, ya estamos en él. Paramos en casa de mamá, echamos las cenizas en la huerta, cogemos ropa y alguna mochila y vamos tirando. Tampoco tenemos nada mejor que hacer.

Dos días después se encaminaban a Caldas de Reis tras dormir en Pontevedra y visitar la ciudad.

-Pues al final no era mala idea esto del Camiño. Sí que es divertido. Oye, ¿de verdad mamá te decía que quería más a los caracoles que a mí? -Ricardo estaba confuso.

-¡No, hombre! ¿En serio te lo creíste? Ja, ja, ja -preguntó Constante extrañado-. Mamá nunca hizo distinciones entre nosotros. No hacía distinciones porque no nos distinguía. ¿No recuerdas que siempre nos llamaba "hijo"? Nunca supo cuál era cada uno, por eso no nos llamaba por nuestros nombres. Lo que sí me dijo algunas veces es que nos quería a los dos casi tanto como a los caracoles. "A tu hermano y a ti os quiero casi tanto como a los caracoles, aunque no sé cuál de los dos eres tú. Como además a vuestros 48 años seguís vistiendo y peinándoos igual porque carecéis de personalidad y por tanto de estilo propio, no hay manera". Eso era lo que decía.

-Sí, eso también me lo decía a mí -reconoció el gemelo-. Bueno, esto del Camiño está muy bien. Hay un gran ambiente de camaradería y una conexión entre los peregrinos. Hasta podemos no vender la casa de mamá. Podemos adecentarla un poco y pasar de vez en cuando algunos días, mantener la huerta y hacer el Camiño cuando nos dé la gana.

-Pues sí. Y con un poco de suerte no tendremos a los caracoles comiéndose los tomates, que está toda la huerta llena de ceniza. Odio a los caracoles.

-Los caracoles no comen tomates. Eso es mentira.

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