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El gallego que inventó la calculadora

Ramón Silvestre Verea Aguiar y García, a quien nos referiremos familiarmente como Ramón Verea, nombre con el que adquirió mucha menos fama de la que merecía, fue un gallego natural de A Estrada que murió arruinado en Buenos Aires tras ejercer de maestro, periodista, novelista, impresor, editor, matemático e inventor. Un renacentista. Un ejemplo de cómo hoy nuestro país renuncia a los suyos mientras viven y mientras mueren. El bueno de Ramón Silvestre se ganó estatuas, plazas, calles y medallas, pero nunca recibió nada de todo ello. Nadie en Galiza recuerda a uno de nuestros grandes genios. 

Nació en 1833 en Curantes, un pueblo de A Estrada. Tras un recorrido vital que no cabe en una página ni en cuatrocientas, acabó inventando la primera calculadora capaz de multiplicar. Antes se habían creado máquinas que sumaban y restaban. Porquerías mecánicas incapaces de multiplicar y dividir. Para conseguir el resultado de 43 por 27, había que teclear la cifra de 43 y sumarla 27 veces. Pues nuestro genio discurrió, diseñó y construyó la primera máquina capaz de multiplicar y dividir de una vez. Imagínese lo que era eso en 1878, año en el que Ramón Verea patentó nuestra calculadora, la primera que se construyó jamás. 

¿Por qué no se hizo rico y famoso? Pues porque no le dio la real gana. No construyó la calculadora para producirla en masa y hacerse millonario. Lo hizo para demostrar que era capaz de hacerlo. Vivía en Cuba y escuchaba constantemente que los emigrantes españoles, todos ellos gallegos, por cierto, eran tontos y no servían para nada de nada. Y para contrarrestar aquella acusación xenófoba, racista y estúpida, Ramón inventó la máquina, la presentó, demostró en nombre de sus compatriotas que no era tonto y al instante olvidó el asunto. El prototipo fue adquirido años después por IBM y hoy es una de las joyas del museo de la multinacional de la computación universal. 

Piense usted que en 1878 no existía nada de nada de lo que conocemos hoy. Si a usted le preguntan en qué año se inventó la calculadora, como muy antaño situaría la fecha en 1957. Sea sincera, señora insensata. Nadie creería que en el siglo XIX existieran las calculadoras y menos inventadas por un gallego. Pues sí. 

Ramón Verea llegó a Cuba en 1855, como llegaban todos los gallegos a Cuba, a ver qué pasaba. Allí, ejerciendo de periodista, ya inventó una máquina para doblar periódicos, algo que antes se hacía a mano. Los ejemplares salían de la rotativa desplegados y nuestro amigo Verea, curioseando, comprobó que el proceso de plegado era laborioso, así que lo simplificó sin esforzarse demasiado. 

Si Ramón Verea fuese holandés, británico o andaluz, el mundo entero sabría de él

Luego, tras dar tumbos y cambiar de oficio cada tres años, inventó la famosa calculadora, renunció al trabajo de ganarle dinero, siguió dando tumbos y cambiando de profesión y acabó en Buenos Aires muriendo de hambre sin necesidad. Era 1899 y un hombre que se había adelantado a su tiempo al menos un siglo, desaparecía sin recibir ningún reconocimiento, algo en lo que los gallegos, dicho sea de paso, somos expertos. Si Ramón Verea fuese holandés, británico o andaluz, el mundo entero sabría de él, pero siendo gallego, naturalmente, se le arrincona en el desván de la memoria. Ésta última frase es poética, no me lo niegue usted. 

Es curioso que este genio gallego sea una eminencia entre los genios de la computación universal: que quienes se ocupan en diseñar las matemáticas del futuro lo veneren como a un dios, que en IBM le dediquen a su calculadora un tratamiento de joya en un lugar privilegiado de su museo. Y que en Galicia no lo conozcamos ni de oídas. 

También merece un espacio entre nosotros porque siendo un genio capaz de diseñar un aparato prodigioso solamente lo hizo para demostrar que era capaz. Ésa es otra de las virtudes del pueblo gallego: júzguenos usted como quiera, pero no nos llame tontos porque inventamos la calculadora y volvemos a lo nuestro. Muchos criticarán a Ramón Verea por no hacerse millonario con su calculadora, pero un gallego o una gallega de verdad siempre valorará al inventor por renunciar a su invento y volver a lo suyo, que es lo que regularmente hacemos los gallegos: andar a lo nuestro. Somos cualquier cosa menos tontos. Ramón Verea murió tan pobre como feliz, y con eso demostró que era mucho más inteligente y pragmático que quienes lo acusaban de tonto, toda aquella gente incapaz de inventar una calculadora, los que eran tan poca cosa que murieron ricos o pobres sin haber creado nada. 

No viene mal que recordemos a nuestros pioneros. No todos crearon Inditex. Ramón Verea no lo hizo porque no aspiraba a eso. Sólo quiso pasar por la vida viviéndola y en eso triunfó. Fue ingenioso, publicó novelas, escribió artículos, dio clases, inventó la primera calculadora que multiplicaba y dividía y acabó arruinado en Buenos Aires. Ya quisiéramos usted, yo y Amancio Ortega. 

Necesitamos los gallegos recuperar a esta gente, a los que inventaban una máquina solamente por demostrar que los gallegos somos capaces de todo, incluso de crear maravillas y renunciar a ellas para volver a ser felices y seguir descubriendo mundo.

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