"Es importante salir de la propia opinión para ver qué piensa el otro, pero no es cómodo"

La Facultade de Filosofía de la USC cumple medio siglo. Su decano, Xavier de Donato, asegura que  afronta "en un buen momento" las exigencias de una sociedad en cambio y que seguirá siendo clave para permitir "pensar por nuestra cuenta"
El decano de la Facultade de Filosofía de la USC, Xavier de Donato (Tarragona, 1972). NACHO SANTÁS
photo_camera El decano de la Facultade de Filosofía de la USC, Xavier de Donato (Tarragona, 1972). NACHO SANTÁS

¿Qué tal llega la Facultade de Filosofía de la USC a este medio siglo de andadura propia?
Seguimos siendo la única facultad de Filosofía de Galicia, lo que es muy importante. Tenemos el grado en Filosofía y el máster en Filosofía: Coñecemento e Cidadanía. También estudios de doctorado. La última reforma del grado es de hace diez años y estamos intentando ver cuándo hacer la siguiente, porque en mi opinión debería actualizarse cada diez años.

La enseñanza universitaria cada vez se vuelca más hacia el mercado y la lógica productiva. ¿Cómo lidian con ello los estudios de filosofía?
Es difícil pero no incompatible. No hay que hablar de la universidad con nostalgia. Yo sí pienso que está a la altura de los profundos cambios que está habiendo a nivel económico o político. También de los últimos avances tecnológicos, donde la USC, por ejemplo, está poniendo en valor la inteligencia artificial. Aunque es necesario hacer incluso más: una apuesta fuerte por una universidad cada vez mas alineada con las expectativas, los intereses y las necesidades de la sociedad. Eso no quiere decir que se alinee con las grandes empresas o el mercado sin pensar en cambios que necesita la sociedad pero que no van en la misma dirección que los intereses económicos. La universidad tiene que asumir una postura crítica y ayudar a pensar el futuro de la sociedad. La filosofía puede contribuir mucho a ello porque está en un buen momento: está llegando a muchos jóvenes que se matriculan en Filosofía y que digieren bien los estudios, porque veo a una juventud interesada en contribuir a la sociedad con todo lo que ha aprendido.

¿Al ser una disciplina tan transversal puede dar pie a grados dobles?
Se está pensando, aunque aún no tenemos nada sobre la mesa. Yo estoy a favor, pero debe ponerse de acuerdo todo el profesorado de la facultad para hacer una propuesta. Creo que sería bien recibida, pero hay que estudiarla. A veces se plantean títulos que luego no funcionan porque no se ha valorado previamente si tendrían demanda o si la sociedad los necesita.

¿Mantiene la filosofía académica esta dimensión de la filosofía como herramienta liberadora o, al tener que formar especialistas, acaba generando cierta uniformidad entre los estudiantes, convirtiéndose en la guardiana pendiente de que nadie salga de la caverna?
Yo creo que lo primero. La filosofía tiene una misión liberadora muy importante que se cumple siempre que la docencia y la investigación se haga bien. Un docente puede ser tendencioso, pero eso está mal. El conocimiento hay que difundirlo desde la objetividad, en la medida de lo que se pueda; no puede sembrar confusión, porque su misión también es aclarar conceptos en esta sociedad que ya es suficientemente confusa, y tampoco utilizarlo con finalidades espurias, porque la filosofía siempre ha tenido un afán crítico pero constructivo. Y eso creo que hacen mis compañeros de la facultad. Es lo que necesita la sociedad; no más instrucción, adoctrinamiento o plegarse a un pensamiento único. La filosofía debe aportar herramientas para pensar por nuestra cuenta, críticamente. Por eso también contribuye a formar a muchos tipos de profesionales, no solo a profesores e investigadores. Eso hay que ponerlo en valor, porque siempre ha tenido prensa de que sus salidas son limitadas. Si la sociedad requiere a los filósofos es porque requiere una independencia de pensamiento y una actitud crítica, lo que es bueno para que esa sociedad prospere.
 

La sociedad necesita pensamiento crítico; no más instrucción, adoctrinamiento o plegarse a un pensamiento único"


Esta época de cambio y tensiones parece fascinante para filosofar.
Es fascinante pero, al mismo tiempo, hay que darse cuenta que algunos de estos cambios, como esa llamada posverdad, no son nuevos: la mentira siempre ha jugado un papel crucial en política; Hannah Arendt tiene un ensayo precioso sobre ello. Los que trae consigo la tecnología en las últimas décadas sí que lo son, porque podríamos decir que inventa el futuro y nos cambia a nosotros, con cambios que además son impredecibles. En el caso de la inteligencia artificial, ni siquiera quienes la controlan saben bien adónde se va a poder llegar con ella. El director del Citius, Senén Barro, siempre ha hablado de ella con una actitud crítica, sobre la necesidad de ponerle límites para que no sea sesgada o para evitar que no esté alineada con los valores humanísticos. Ahí también hay tarea para la filosofía. No queremos una inteligencia artificial a la que no le pongamos nosotros los límites. Ahora se están publicando muchos libros de ética y política de la inteligencia artificial. Porque qué se hace con ella, qué impacto social tiene o qué derivas experimenta, es también política. Y un gobierno debe garantizar derechos y normativas al respecto.

No sé si es novedad o no, pero hay quien comenta que la pérdida de peso en la formación de asuntos como la lógica o la ética es una de las causas que han conducido hacia este contexto sociopolítico.
Puede ser, pero no creo que sea la única causa. Puede que haya contribuido la minimización de esa actitud crítica y argumentativa que, ciertamente, es más difícil de asumir que asimilar mi opinión a la que encuentro en mi ámbito cercano o en las cámaras de eco que se crean en internet, que son la base de la polarización. Lo importante es salir de la opinión que uno tiene para ver qué piensa el otro y darse cuenta de lo que uno dice tiene fisuras que hay que corregir. Pero eso no es cómodo. Los académicos debemos contribuir a crear un clima de serenidad. En mi experiencia, a una persona que habla con sensatez, serenidad y argumentos –y no digo con razón, porque quién sabe dónde está la razón–, se le acaba escuchando más que a una persona que grita y que siempre dice lo mismo. Hay colectivos minoritarios que sucumben al que grita, pero hay que perseverar. También con humildad, transmitiendo que no se sabe todo, que a lo mejor se sabe solo una parte de la verdad.
 

En la tecnología hay también tarea para la filosofía: no queremos una IA a la que no le pongamos nosotros los límites"


¿Se ha relegado la voz de los filósofos fuera del debate público?
Quizás, aunque creo que es una situación nacional. En otros países, sobre todo Francia y Alemania, se observa de siempre una mayor atención a lo que dicen los filósofos. No hay más que pensar en el Mayo del 68, un movimiento en parte liderado por filósofos, a los que la sociedad y a veces los políticos escuchaban. Eso en España ha sido más complicado, porque la filosofía ha tenido una importancia muy secundaria. Es verdad que la Segunda República sí tenía ese espíritu y muchos intelectuales pretendían hacer llegar a la sociedad su discurso, pero eso se ha perdido, porque los intelectuales españoles más o menos famosos hoy en día están muy marcados ideológicamente, en una dirección u otra. Y eso es equivocado. Un intelectual a veces tiene que decir cosas que no son cómodas de oír.

¿Cómo se puede acercar de una vez por todas la filosofía a las calles?
La facultad tiene desde hace tiempo el programa de Filosofía na Rúa. Yo he dado muchas conferencias de noche en un bar, con alumnos que se apuntaron y con gente que estaba allí tomándose una copa y que se quedó a escuchar la charla. En la plaza de la facultad también hemos representado obras como ‘Antígona’, de Sófocles, la cual han utilizado muchos filósofos, como Hegel o María Zambrano. Y seguiremos organizando las conferencias de Cultura en Mazarelos, tenemos un ciclo de cine... Siempre he querido que estas actividades no se queden en el ámbito puramente académico, sino que venga, que escuche y que participe gente de fuera de él. Me gusta mucho ese tipo de diálogo entre la universidad y la sociedad civil. Es un servicio que tiene que hacer la facultad, a la que además se ayuda a visibilizar. Hay que plantearlas pensando de esta forma, para captar la atención, para contribuir al debate. Porque si organizas algo muy selecto, la ciudad ni lo compra ni lo ve.

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