Sinónimos de casa

Carmen Martín Gaite recibe el Príncipe de Asturias. AEP
Hasta el cambio al segundo milenio, resultaba relativamente fácil toparse por el parque del Retiro con una mujer mayor, de melena canosa y con boina roja francesa. Hablaba en alto, se movía aturdida y regalaba sonrisas. Conversaría con cualquiera que la parase. La escritora Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925-2000) hubiese cumplido 100 años en 2025

LA PERSPECTIVA es uno de los elementos indispensables cuando se quiere glosar el espíritu de un tiempo, especialmente el artístico. En las artes, incluida la Literatura, las generaciones o grupos creadores son una herramienta útil, pero también injusta. Porque si en su momento destacó alguien, eso no tiene por qué perdurar.

Así, Sánchez Ferlosio, perteneciente a la Generación del 50, publicó El Jarama y se adelantó al resto de sus compañeros. La novela permanece como un estandarte. Sin embargo, se ha necesitado casi medio siglo para asimilar que el mayor talento no fue otro que el de Carmen Martín Gaite, de obra compacta y progresión ascendente. La suya es la historia de la muchacha de provincias que creó una voz capaz de atravesar las fronteras físicas y del tiempo.

A Martín Gaite se la conocía como Carmiña. Se reivindicaba como salmantina por nacimiento, pero apuntaba siempre el matiz: gallega, ourensana por vía materna. Es en el territorio de la infancia donde se generó esa distinción. El edificio familiar fue derruido décadas atrás, pero se ubicaba en la central plaza de los Bandos, conocida por el amarillo de sus piedras. Allí, su padre poseía un despacho en el que ejercía como notario, era muy querido, y su madre se dedicaba a tareas del hogar en la planta superior. Carmen fue su segunda hija, después de Ana María, y entre las dos niñas se formó un vínculo fortísimo, casi siamés.

Por motivos ideológicos, el matrimonio se negó a que sus hijas fuesen educadas por la Iglesia católica y optaron por dar formación liberal, cultural y científica en casa. Pese a un aspecto frágil, por su delgadez y los rasgos escondidos bajo una negra melena, Martín Gaite se movía con facilidad en lo intelectual. Estudiaban Dibujo, Idiomas y Cultura General, su padre las formaba en Historia, Arte y Literatura, mientras que su madre fomentaba la lectura y la comunicación en su gran biblioteca. De ella, extrajeron la curiosidad y el arrojo.

El verano suponía un respiro para Carmen, ya que durante los meses de junio a septiembre se desplazaban a Piñor, en Ourense. Sus abuelos vivían en Allariz y allí, entre la naturaleza y la absoluta libertad, se escapaba del molde paterno. Escuchaba los acentos y la lengua gallega, observaba la lentitud del hogar y se sentía, en sus propias palabras, plena. La huella estival en Galicia se reflejó profundamente en sus novelas.

En el hogar familiar abundaban las visitas. La condición paterna de notario los convertía en una forma de burguesía mediana, con buena posición. Uno de los amigos que más visitaba la casa fue Miguel de Unamuno, entonces rector de la Universidad de Salamanca. Carmiña se sentía fascinada por ese hombre de gran tamaño, curiosa expresión y que se atrevía a vestir sin corbata, un gesto de rebeldía en la época.

Pese a ello, lo fundamental para Martín Gaite en su infancia fue el juego. Gozaban de un cuarto trasero, más recogido, en el que la fantasía lo invadía todo. Allí, con su hermana Ana, gastaba tantas horas como estudiando. Recordaba décadas después la cocina de juguete con hornillos de verdad. En comparación a otras familias, la suya vivía holgadamente.

Fusilaron a un tío materno

Sin embargo, la Guerra Civil lo transforma todo. Con el fusilamiento de un tío materno, el perfil liberal de su padre se calma y opta por mantener un rol más modesto. Aunque no se había posicionado, sus decisiones vitales eran conocidas en toda la ciudad. Carmen se vio privada de estudiar el bachillerato en Madrid, como sí lo hacía su hermana. Debía quedarse en Salamanca y de camino a la escuela se cruzaba muchas mañanas con Franco, su esposa y la hija, a la cual miraba como un reflejo. En esa etapa comprendió que su vocación era de escritora.

En 1943, comenzó a estudiar Filosofía y Letras. Se graduó con distinción extraordinaria. Lo más valioso que extrajo de aquella época fueron las amistades notables con personajes como Ignacio Aldecoa y dos estancias clave: una en Coímbra, en donde reforzó su vínculo luso y gallego, y otra en Cannes, que tuvo un efecto cosmopolita sobre ella. Decidió optar por doctorarse. Se desplazó a Madrid para realizar una tesis sobre los cancioneros medievales galaicoportugueses.

Recae en la ciudad en verano de 1948, perdida y agotada por un clima fuerte. A las pocas semanas, se reencontró con Ignacio Aldecoa, reforzó su amistad con él y fue presentada al círculo literario en que se movía, unos jóvenes contra la universidad y la Academia. Fernández Santos, Medardo Fraile, Josefina Rodríguez, Alfonso Sastre y Rafael Sánchez Ferlosio la acogieron.

En conjunto editaban Revista Española, una publicación independiente que buscaba explorar nuevos temas y voces para el panorama. En aquel momento, el grupo se sentía condicionado por sus orígenes y renunciaba al dinero familiar en la medida de lo posible. Carmen recordaría siempre la carestía ética a la que se sometió entonces.

Matrimonio con Sánchez Ferlosio

En 1953, después de un romance juvenil, Martín Gaite se casa con Sánchez Ferlosio. Carmiña pasa entonces a sentarse en la mesa con su suegro, Rafael Sánchez Matas, ministro franquista y también escritor. Reivindicó el correcto trato que recibió y la elevada conversación que se podía mantener en la mesa, sin restar peso a lo moralmente achacable.

Al año siguiente, nace el primer hijo de la pareja, que fallece a los siete meses de meningitis. Aquello devastó por completo al padre y Carmen queda a la intemperie, aunque no será la última vez. Entonces, Martín Gaite leía mucho a Kafka y sentía una gran influencia. Paradójicamente, su novela corta El balneario se alzó con el premio Café Gijón en ese 1954 fatídico. Ganó un cierto prestigio y mayor difusión, aunque la pena por su hijo fallecido empañó cualquier sentimiento positivo. Tras el reconocimiento a su marido con el premio Nadal por El Jarama al año siguiente, la vida de Carmen se recuperó con la llegada de su hija Marta. No había abandonado el mundo literario, pero sobre ella recaían las obligaciones familiares.

"Mi vida de mujer y de escritora es simple. Desde las ocho y media de la mañana en que me levanto, a las ocho de la noche en que acuesto a mi hija, me dedico a la casa, a mi marido y a la niña. A las ocho me pongo a escribir, hasta las doce o doce y media de la noche. A veces me paso todo el día esperando esa hora", explicó.

En la noche de Reyes de 1966, Carmiña se mantuvo pegada a la radio mientras cuidaba de Marta, que dormía en la cuna. Bebía vino tinto para contener la ansiedad. Escuchaba el recuento de votos para el fallo del premio Nadal. El teléfono sonó y la voz al otro lado confirmaba su victoria. Sentada sobre el suelo de la cocina, llorando, celebraba el éxito de Entre visillos, su debut. Su marido, en esas horas, discutía con sus amigos en el Café Gijón, ajeno a lo que acababa de ocurrir. Martín Gaite le había ocultado todo para evitar sus críticas y desánimos.

Recupera viejas hablas

Los expertos señalan que en esta primera novela aparecen los grandes elementos que, con mejor trabajo y profusión, alzaron la carrera de la autora hasta convertirla en uno de los talentos más relevantes del siglo pasado. Se servía de técnicas neorrealistas, pero hacia la intimidad, de los marcos provincianos para retratar lo anodino y expropiaba al lenguaje de la temporalidad, recuperando viejas hablas y deformando el castellano del presente para aportar lo lírico. Además, la dimensión emocional de los personajes ocupa el centro de la narración y el pensamiento o el recuerdo son la trama en sí, por encima de la acción.

Gracias al reconocimiento recibido, pudo establecerse como escritora y echar un pulso desde su identidad de mujer. En 1961, su hija Marta, a la que llaman Torci por su torpeza y vicio de dormir torcida, regala a su madre una libreta. Sobre la tapa podía leerse Calila martín gaite. cuaderno de todo. Tenía cinco años. La muchacha no pudo pronunciar Carmiña en toda su infancia. Fue Calila.

Tras ser finalista al premio Biblioteca Breve, en 1963 llega al mercado Ritmo lento, su segunda novela. De nuevo, la respuesta crítica es total y su talento parece orientado al éxito. Se emancipa culturalmente de su marido. De hecho, su relación marital encara los peores años. Sánchez Ferlosio estudiaba la gramática de manera enfermiza, encerrado en casa. Miguel Delibes, íntimo amigo de ambos, comentó: «Carmen es como una viuda que tuviera al muerto en casa».

Animada por la Academia, retoma su doctorado y abandona la ficción, al menos en lo que a publicación supone. Se embarca en la investigación amorosa del siglo XIX, entre otros aspectos, y extrae varios trabajos ensayísticos, además de un título de doctora. En 1970, se separa amistosamente de Sánchez Ferlosio y publica El proceso de Macanaz: historia de un empapelamiento. Insiste en el ensayo con Usos amorosos del dieciocho en España, en 1973.

Retorno tras 12 años

Después de 12 años sin dedicarse a la ficción, el retorno de Martín Gaite con Retahílas supone un evento. De clara inspiración en Ourense y los veranos familiares, esta historia serviría a la autora para retornar al lugar que le correspondía en el panorama literario. Así, en 1978 y ya para comenzar la Transición, Carmen se alza con el Premio Nacional de Narrativa con El cuarto de atrás, una novela que recoge lo vivido en su habitación de juguetes. Ambos textos se complementan y ahondan en la nueva obsesión de la escritora: el poder de la conversación y de la palabra.

Aprovechó el mayor tiempo libre para estrechar su relación con Marta, con quién llegó a tener un trato tan íntimo que el cantante Amancio Prada afirmó no poder presenciarse algo tan “confidente y sincero”. Por otro lado, fue empleada por Diario 16 como crítica y articulista. Además, pudo traducir a Rainer Maria Rilke, Italo Svevo, Gustave Flaubert, Primo Levi, Emily Brontë y Virginia Woolf, con quien la comparaban a raíz de sus ensayos literarios, como El cuento de nunca acabar (1983).

Confesó que el fallecimiento de su madre en 1978 nunca llegó a superarlo, aunque lo más duro estaba por venir. Con la libertad y la Movida madrileña, de la cual su hija Marta formaba parte a nivel editorial, apareció la heroína. Marta se contagió de sida, al compartir jeringuillas. Ella y sus amigos estaban íntimamente ligados con Martín Gaite, que se torturaba pensando si su exceso de confianza estaba detrás de lo que ocurría.

En 1985, Marta fallece. Carmen cae en un oscuro pozo y se encierra en su casa familiar de El Boalo. Puso un cartel en la puerta y no permitió entrar a nadie. La muerte de su hija la acompañará para siempre, en cada lugar y cada idea. Solamente regresó al mundo exterior cuando atendió la llamada de Barnard College, que solicitaban sus servicios como profesora de Literatura. En la tarde del vuelo hacia Estados Unidos, su hermana Ana María la llevó al aeropuerto. Durante el trayecto, Carmen dijo: "Te das cuenta de que nuestra vida terminó, ¿verdad?". De nuevo en el país americano, donde ya había ejercido como profesora, encontró la paz que necesitaba en aquellos momentos. Su estancia embarcarse en nuevos proyectos. De esta experiencia extrajo Caperucita en Manhattan (1990), en homenaje a su hija.

Premio Príncipe de Asturias en 1988

Recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988 y durante el acto confesó que escribía con la misma estilográfica de su padre. Probó suerte en el teatro, donde cantó canciones en gallego, y también en televisión, como guionista.

Carmen Martín Gaite encadenó en la década de los 90 su mejor trabajo con la publicación de Nubosidad variable, Lo raro es vivir e Irse a casa. Con este trío de novelas se convirtió en un éxito rotundo de público y crítica. La dedicatoria de Nubosidad variable a su hija Marta se reivindica como una de las mejores del siglo XX: “Para el alma que ella dejó de guardia permanente/ como una lucecita encendida/ en mi casa, en mi mente/ y en el nombre por el que me llamaba”, Calila.

Tras un fatal diagnóstico de cáncer, Carmiña murió a las seis semanas, en el año 2000. La encontraron agarrada al manuscrito de su novela inconclusa Los parentescos, en concreto, en el capítulo La raya invisible. Sus cenizas reposan en la casa familiar junto a las de Marta y su madre. Dos años más tarde, se publicaron los diarios de Carmen Martín Gaite bajo el título Cuaderno de todo, como la libreta de la Torci a su querida Calila.