Opinión

Lazarillos de Corea

El día anterior al fin de 2019 fui a mi médico de cabecera por un picor de garganta. Tras frustrarme por cómo mi doctor gestiona su consulta, desistí. Esa misma tarde opté por visitar urgencias secundarias, donde sí me atendieron. Mientras la doctora me auscultaba escuché una voz en el cuarto contiguo. Era mi médico de cabecera y sentí que le estaba traicionando.

ESTE EFECTO no me resulta extraño. Cuando somos parte de algo o devotos a alguien cualquier gesto en su contra despierta una cierta vergüenza, una falta de lealtad. Esta noche —madrugada en nuestro horario— España se la juega contra Corea del Sur y, con ese mismo sentimiento, voy con los asiáticos. No se trata de fútbol, sino de los Globos de Oro.

Aunque las televisiones se hayan olvidado de mencionarlo, Pedro Almodóvar pasó el corte de las llamadas listas cortas —los nueve mejores de determinadas categorías— para representar a España en los Oscars y también en los Globos, la antesala que cada vez significa menos. Dolor y gloria llegará hasta el final, pero Parásitos es la sensación extranjera que nos dejará solamente la plata.

La contienda contra los surcoreanos está casi sentenciada. La cinta del director Bong Joon-ho es la máxima expresión de un cine que se venía anunciando, ignorado desde Occidente, y difícil de olvidar. Parásitos es un reflejo de la sociedad a través del prisma de la comedia, el suspense y el drama. La indiferencia es imposible.

La trama es sencilla, sin pretensiones y ligada a la actualidad de Corea del Sur, un país de capitalismo extremo. En el filme, una familia que roza la pobreza sobrevive a base de doblar cajas de pizza y algún trapicheo. Todos ellos tienen teléfonos y sienten que no están tan mal. Todo cambia gracias la llegada de un nuevo trabajo con el que se adentran en la alta esfera surcoreana.

Aplicando la técnica de los mejores luthiers, Joon ho tensa cuerdas en un principio inconexas y desafinadas para alcanzar una nota clara, sin dudas. Con un manejo del ritmo formidable, el surcoreano se aleja de las tendencias actuales de explicar sin necesidad y dedicar minutos a cuestiones carentes de fondo. Sabiendo que una película no es una novela-río, Joon ho deja claro un principio: si usted no está en la mesa de debate, o bien es el servicio o bien es el menú.

Tal y como dicta la sabiduría popular de que el hambre agudiza el ingenio, los protagonistas de Parásitos juegan con la ética de quien observa hasta el punto de murmurar sin que nadie te escuche: «En esa situación, ¿quién no lo haría?». Sin embargo, es la deriva sin freno que toman las ansias de esos «parásitos» lo que convierte una simbiosis inocente en una depredación interna.

Además de una cuestión de necesidad, que ambas familias tienen las suya, es el concepto de clase lo que impregna cada aspecto en Parásitos sin imponer una doctrina o límite. En una determinada escena la señora de la casa pide a su criada que cocine ram-don —unos fideos instantáneos que gustan a todos los niños, independientemente de su familia— con solomillo. Es esta la diferencia: el uso de una materia noble para algo liviano.

La sucesión de matices y detalles construyen en la cinta surcoreana una visión de la realidad que explica el origen de las revueltas actuales. No es casualidad que los protagonistas vivan por debajo del suelo, con unas ventanas que solo alcanzan a los tobillos de los demás. Tampoco es azar que cada día que van al trabajo suban interminables cuestas, como una supuesta escala social.

Cuando a principios del siglo XXI la creencia de que el colapso informático y el cambio de milenio traería el caos, nadie preveía que en realidad la crisis llegaría dentro del propio sistema mundial. Solamente Joon-ho con su relato a medio camino entre El Lazarillo de Tormes y Tom Sawyer muestra el límite de la carencia y la imaginación.

Al igual que el "olor a pobre" que detesta el rico e impregna a los protagonistas, una lluvia torrencial recuerda a cada familia su origen. Mientras los adinerados apenas notan sus efectos, la hija de los «parásitos» se sienta sobre un retrete incapaz de contener el agua y fuma tranquila un cigarro, pues comprende que nada salvará ya su casa inundada. Esta es la sensación de derrota al asimilar que la cultura del esfuerzo no es justa.

Sin embargo, Joon ho no culpa a los protagonistas, los comprende. Deja entrever que hasta los ricos son una forma de parasitismo que se sirve del trabajo de otros incluso en sus propias casas. Cada relación tiene un límite, también la de los parásitos, y un pequeño acto puede acabar con todo. La tenia es capaz de vivir treinta años dentro de un cuerpo sin matarlo, pero el hongo tochukaso acabará hasta con la conciencia de su presa.

Aquella mañana de casi 2020 dejé a mi médico desde hace 9 años por impuntual. En esta noche de Globos de Oro y en los futuros Oscars abandonaré a Almodóvar, que verá irse todos los premios que tenía al alcance. Espero que culpe a Joon-ho de esta traición, él es capaz de convertir en deseables a unos parásitos y en el momento justo.

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