Opinión

Cerme

Una estampa neoyorquina.
photo_camera Una estampa neoyorquina.

Lunes

ANA CERMEÑO, que viene de la tele y ha hecho mil cosas, escribe aforismos underground. En la serie #Enelmetro —ahora, a la almohadilla la llaman ‘hashtag’, una especie de palabra, etiqueta o concepto destacado que se usa en Twitter, una red social donde la gente antes escribía frases cortas y hoy frases medianas; esa gente habla de Twitter como si hablase de la familia, del pueblo, del trabajo o de la peña madridista; por ejemplo: «En Twitter dicen que si comes sushi a menudo acabas con una tenia», que es lo mismo que decir «en mi pueblo hacen la mejor empanada, que no es de trigo sino de borona, aunque la verdad es que a mí me gusta más la de trigo porque la de borona me resulta más grasienta»; una red social es, uf, un sitio donde la gente pasa el tiempo mientras la vida pasa; me imagino que internet seguirá existiendo en el momento en que estén leyendo esto, pero digamos que es como una ventana que da a todo; la comparación resulta bastante evidente, pero no queda otra cuando esa ventana tiene forma de pantalla: quizás sería mejor decir que internet es un trampantojo, o una biblioteca gigante donde todos los libros entre la ‘b’ y la ‘i’ griega son papel para reciclar, o un sitio igual que la vida donde la mierda flota más que en la vida; no tengan nietos, y así me ahorro el trabajo de explicar todo lo que no será—, en la serie #Enelmetro, decía, la Cerme afina el oído para fisgar en conversaciones ajenas.

El resultado del cotilleo son unos aforismos subterráneos que enhebran las paradojas de la cotidianidad —¿o debería decir «de lo cotidiano»?— con la filosofía de barra de taberna. Como el propio tren donde viaja a diario la autora, a veces acelera, a veces para, y a veces vienen curvas —lo ideal es tener algo a mano donde agarrarse, y que ese algo también esté agarrado a otra cosa, o a la propia carrocería del tren, que antes era de hierro y ahora es de plástico, que antes hacía ruido al cabo del tiempo y ahora hace ruido al cabo de un mes, lo mismo pasa en los buses, fíjense, sobre todo en los urbanos: el vehículo se para en un semáforo y tiemblan las barras verticales, tiemblan las barras horizontales, tiemblan hasta los asientos; y entonces uno se pregunta si no será mejor el hierro que el plástico, porque ambos terminan haciendo ruido pero el hierro tarda más en hacerlo, pero al menos dura más, y también piensa que en el océano hay islas de plástico, y que yo llevo dos semanas sin separar la basura, y que eso me parece propio de un hijo de puta o, al menos, hace que me sienta como un hijo de puta, y que a lo mejor todo esto son pequeñas preocupaciones pequeño burguesas de gente que en el fondo es una desertora del arado venida a más, o sea, a una clase media menor que se cree algo por haber estudiado una carrera, ir a una obra de teatro en donde sale sangre, o una polla, y dejarse robar tres o cuatro euros por un doble de cerveza (que en Twitter no sé cuánto será, pero en mi pueblo es un euro setenta, y le llaman ‘caña’ porque no tienen la desfachatez de llamarle ‘doble’, porque son treinta centilitros o, a lo sumo, un tercio de litro, no un doble: una caña, joder); y no voy a entrar en eso de que los de la clase media se están despeñando por abajo, hacia sabe dios dónde, porque aunque sea así voy a parecer del partido este y eso ya es lo que me faltaba—.

Dos cosas: síganle la pista a Ana Cermeño, a quien no tengo el placer de conocer en persona —vine aquí a hablar de su libro, pero ella no quiere: además, sus reflexiones están tocadas por un no sé qué de humor que hace que te rías por lo bajo cuando la lees en el metro y que la gente te mire como si fueras un bobo o, casi peor, un loco, o paradójicamente un infeliz: creo que la seriedad está sobrevalorada, que la gente se toma muy en serio y que, por muy fruncido que tengan muchos el ceño, no son más serios que uno, aunque quizás les cueste menos levantarse—, y continúen poniéndole la tilde a este, y a solo, y a aun, que si yo no se la pongo es para que no me lo corrija luego el editor, que ya bastante trabajo da cubrir el folio como para andar poniendo cosas que luego se van a quedar fuera.


Viernes
«¿Hay algo mejor en el mundo que una grapadora?», se pregunta Milonga Garsía 



Martes
Acabo de ver a un señor tipo Anasagasti, que no era Anasagasti.



Sábado
La indocilidad, encarnada en la lengüeta del calzado.



Miércoles
Elvis Preysler



Sábado
Si desayuno un Cola Cao en Portugal o Brasil, ¿puedo llamarlo ‘café da manhá’?



Miércoles
Perec, el rey de la rumba potencial.



Domingo
«La marcha atrás no es un método fiable». Así se venden los condones en 2017.



Martes
He buscado en Google ‘por qué gana tanto Fernando Alonso’. Y no, no voy a explicar aquí qué es Google.



Miércoles
Bergoglio firma el libro ‘Píldoras para el alma’: aquí va empastillado todo dios. Por cierto, la selección de tuits del Papa es de Juan Vicente Boo, el corresponsal vaticano al que no se le moría Juan Pablo II, y de quien ya he hablado aquí.



Jueves
He escuchado a una persona muy joven pronunciar el adjetivo ‘pavisoso’. Todavía hay esperanza, aunque no sé de qué.



Martes
Confieso que he bebido.
 

Comentarios