El ingenio del lucense que se construyó su propio patinete casero, como si de un mueble de un Ikea de la chatarra se tratase, ha dado la vuelta a España.
Muchos medios se han hecho eco de la noticia de la multa al hombre que circulaba por la carretera de A Fonsagrada, en las proximidades de O Carqueixo, con un vehículo frankenstein, hecho con retazos de otras máquinas: el motor y un acelerador de una desbrozadora, el depósito de una minimoto, el asiento y el manillar de una bicicleta y un mando de un slot. Las ruedas, como no podía ser de otra forma, eran cada una de su padre y de su madre.
Gente que se flipa https://t.co/KM1L4e74qC
— La Vida Moderna (@VidaModernaOML) 22 de novembro de 2018
Hubo bromas en las redes sociales e incluso algún meme, pero lo que está claro es que detrás de lo anecdótico de la noticia se esconde un problema de mayor alcance. La regulación de este tipo de vehículos (no tanto los caseros como los que se comercializan) que cada vez proliferan más en las ciudades españolas.
Así se prevé que establezca cuatro categorías: juguetes (monopatines y hoverboard), con velocidad máxima de seis kilómetros por hora; vehículos de movilidad personal (patinetes eléctricos y segway), de 10 a 25 y una potencia máxima de 2.000 W; eBici (bicicletas eléctricas), hasta 25 kilómetros por hora y 250 W, y L1e (patinetes eléctricos más grandes y pesados), que podrán alcanzar los 45 kilómetros por hora.
