Opinión

Un desván en la memoria

POSEEMOS EN nuestro cuerpo sobre 650 músculos de mayor o menor tamaño, todos ellos con una función aunque sea la de estar y sostener. Pueden estirarse y contraerse, endurecerse también, según la posición y con entrenamiento se refuerzan, aunque el tiempo les afecta igual. El ser humano también posee un músculo invisible y diferente, pero mucho más complejo: la memoria.
Kate Winslet en un fotograma de 'Mare of Eastown'. EP
photo_camera Kate Winslet en un fotograma de 'Mare of Eastown'. EP

Algo en nuestra materia gris, alojado en un recoveco del cerebro, nos acompaña durante nuestra vida cumpliendo con su labor de archivo. Está conectado a los sentidos y la mayor parte del tiempo a nosotros mismos. Pero a su vez, entre los cambios de recuerdos de corto a largo plazo y los inútiles o traumáticos, realiza la función de editor vital, de censor de nuestro pasado, tal y como le ocurre a los personajes de Mare of Easttown (HBO).

Utilizando el argot policial o judicial, la reconstrucción de hechos para contar una historia, bien propia o bien ajena, se basa en el orden que damos a un grupo de recuerdos. Sin embargo, en el interior del cráneo se esconden dos elementos de los que, solo de vez en cuando, somos conscientes. La protagonista de esta miniserie, interpretada por Kate Winslet en un momento de gloria, vive liberada de ambos con el coste más alto a pagar: el dolor constante.

El primer elemento o mecanismo con el que vivimos en la memoria es una suerte de guillotina al estilo francés, sin piedad ni tiempo para últimas palabras. Esta cuchilla metafórica es uno de los sistemas que tiene nuestra retentiva para almacenar lo justo y necesario, lo concreto y llamativo, pero también para eliminar aquello molesto o corrosivo de un recuerdo no de por sí traumático. Es la castración del souvenir.

En Mare of Easttown comprendemos que el mayor peligro que posee la guillotina es que altere nuestra percepción sobre el pasado, inhabilitándonos como correctos testigos o narradores de un hecho al que asistimos. De hecho, convivimos con recuerdos dañados ajenos a nuestra consciencia y asumirlo, superarlo después, es un trabajo interno a realizar.

Un ejemplo de la vida diaria sobre cómo nuestro disco duro está alterado es la romantización de tiempos pasados, de personajes más ilustres que los actuales o incluso miserias con moraleja

En otras ocasiones nosotros mismos echamos el freno y soltamos la cuchilla de la guillotina, cesamos la marcha en el recuento de nuestros pasos para no llegar al punto negro que nos genera contradicción o malestar. Comenzamos por evitar detalles y diferentes perspectivas sobre la materia y en la repetición de esta historia, depurada e inocente para nosotros, se afianza la versión definitiva del recuerdo que pasamos a atesorar.

Un ejemplo de la vida diaria sobre cómo nuestro disco duro está alterado es la romantización de tiempos pasados, de personajes más ilustres que los actuales o incluso miserias con moraleja. Vivir en la constante sensación de que este presente carece de la pureza o el riesgo de décadas anteriores, añorarlo con fuerza incluso, es una de sus consecuencias más peligrosas. La guillotina elimina también lo malo y nos condena a la desmemoria.

El segundo elemento que alberga nuestra memoria es en realidad una estancia, un hueco dentro de ella misma que adquiere la forma de desván. Esta es la mayor conclusión que se extrae entre los misterios de Mare of Easttown, todos poseemos un lugar en el que guardamos y bloqueamos los recuerdos que superan los umbrales del dolor y que no podemos olvidar. Son mayores que los traumas, son pesadillas vividas.

En este desván se almacenan los monstruos de la infancia, inaccesibles en muchos casos y casi nunca sin ayuda profesional, los orígenes de complejos adolescentes, las frustraciones adultas o los miedos de la vejez. Es, en su mayoría, un archivo de nuestra incapacidad para superar problemas, muertes o pánicos.

También hay en menor medida lugar para lo desastroso, pero no doloroso, sino lo avergonzante o innecesario. Aquí entran los episodios de celos, los malos amantes, las peores borracheras, las intervenciones públicas que salieron mal, las citas catastróficas, las frases que no debieron decirse o las cobardías en momentos de injusticia. Es esta suerte de desván, en cierta medida, el lugar que evitamos para mantener la estabilidad.

No se trata solo de asesino, víctima y policía, sino de las coyunturas de todas las personas que intervienen en el proceso del descubrimiento.

La gran virtud de Mare of Easttown es recopilar estos pequeños matices que en el rostro humano se manifiestan como gestos, miradas o tics casi indetectables, dotando de una dimensión humana a la gran ola de thrillers que vivimos desde hace años en las series de televisión. No se trata solo de asesino, víctima y policía, sino de las coyunturas de todas las personas que intervienen en el proceso del descubrimiento.

Kate Winslet se pasea en las escenas aireando sus defectos y traumas, intentando ayudar mientras que su memoria se mantiene anclada en un momento concreto del que intenta escapar, pero que no quiere revivir.

En la lucha constante por mantener y desprenderse del recuerdo, del valor acumulado de vivencias buenas y malas, la memoria va creando oasis y mentiras que aceptamos sin miramientos. En ocasiones reunimos el valor para asomarnos al desván y ojeamos por encima, asegurándonos que todo sigue en su sitio, pero lo mejor es no quedarse demasiado por allí.

Comentarios