Día invernal por las rías

Demasiada soledad en las carreteras y en las aceras, como si visitásemos pueblos abandonados. Demasiado gris en el aire, en el mar, con frío, lluvia y aguanieve. Demasiado riesgo de que la tristeza o la melancolía se apoderase de nosotros en esta ruta marinera, que apuntaba el domingo siete de enero hacia la Taberna de Rotilio, en el puerto de Sanxenxo.

Íbamos a vengarnos de los inspectores de la Michelín que le retiraron la estrella. Pensaba yo en un guiso marinero de rape y en una empenada de millo y berberechos, de la que dice uno de mis acompañantes que no la mejora nadie en Galicia. Tampoco está mal el taco de rape con arroz negro. Pero la Taberna de Rotilio estaba cerrada. Sanxenxo era pura soledad.

No pudimos llevar a esta mujer suizo-americana, que visita por vez primera Galicia, hasta el Rotilio ni hasta ninguna de las mesas que uno aconseja desde el Barbanza a Vigo, si se quiere viajar el mayor tiempo posible con la vista puesta siempre sobre las rías. La restauración gallega cierra en enero. Ni la Posada del Mar, al pie del puente para A Toxa, refugio de la buena cocina tradicional gallega de calidad. Con base en lo bueno del mar. No hace muchos meses que comí aquí una caldeirada como Dios y los cánones mandan. ¡Ya es difícil de encontrar hoy!

Atrás quedó A Lanzada, con ese mismo reflejo de la total soledad, con aguanieve sobre el parabrisas del coche que no para, tact,tact,tac...Como una campana de muerte. A Lanzada este domingo no era una palaya en invierno para pasear con katiuskas, jersey de cuello alto y chuvasquero, como en el escenario de una película de Truffaut. O de Eric Rommer, para recordar al fallecido de la semana.

No se puede viajar por estos lugares en días de temporal. No es fácil comer caliente. ¿Cómo se le explica a esta mujer que no nos atreveríamos a entrar en coche en Sanxenxo en el mes de agosto? De las rías nos vamos al lago Constanza, su tierra, mientras el limpia sigue con su tac-tac-tac. Al entrar en O Grove el aguanieve tiene más de los segundo que de lo primero.

Acabamos en Dorna, en O Grove. Excelentemente atendidos por Marisol. La recordaba por sus arroces de hace años, cuando nuestros cuerpos, los de algunos, eran jóvenes y practicaban la religión camusiana del sol. Hacía unos buenos arroces Marisol. Este local abierto, con madera y cristal, al exterior de la ría y la isla no está pensado para este frío y esta ventisca. Los chipirones de hoy si no estuviesen tan aceitados serían perfectos. Les sobra el acompañamiento de pimiento y cebollla. Muy bien la merluza a la gallega y el lenguado. Sin exceso de ajo, para no dar motivo al tópico de la cocina española. El caldo gallego les gustó a quines lo comieron, incluída la mujer suizo-americana a la que pretendíamos introducir en estos paísajes. Debió ser el primer caldo con berza gallega de su vida.

El viajero está avisado. En la invernía, aquí no queda casi nadie.

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