Coger lo imprescindible y dejar tu casa: la verdadera historia de los que huyen

►África. Pese a la presión migratoria en el Mediterráeno, el 75% de los africanos se mueven en su mismo continente 
►Testimonios. Los subsaharianos relatan el cruce de varias fronteras antes de llegar a Galicia como su destino final

EFE
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COJA LA bolsa más grande que tenga, meta lo imprescindible y cierre la puerta de su casa para siempre. Si va solo, despídase de su gente y de todo lo compartido. Si tiene niños, cójalos de la mano y suba con ellos a autobuses, coches colectivos o trenes. Cruce fronteras en plena noche, duerma a la intemperie. A bordo del Aquarius que hoy llega a España después de ocho días de travesía viajan 629 personas. Son 629 historias, tantas como razones hay para que un día decidieran abandonar sus hogares.

Diario de Pontevedra y El Progreso han contactado con inmigrantes subsaharianos que llegaron a Galicia tras iniciar en África su periplo. Empujados por la necesidad o por la pura violencia, todos dan muestras de una entereza asombrosa al relatar su viaje.

Ahmed (Senegal) 37 años

"Mi madre lloraba como una niña cuando me fui"

La primera vez que Ahmed —nombre ficticio para proteger su identidad— salió de Dakar (Senegal) tenía 18 años. "Mi madre lloraba como una niña", relata cuando recuerda el momento en el que le confesó que se iba a la vecina Guinea Bissau.

Su caso sirve para desmontar uno de los grandes mitos de la migración: Europa no es la primera opción. El 75% de los inmigrantes subsaharianos se movieron en 2017 dentro de su propio continente, según el estudio África en movimiento: Dinámica y motores de la migración al sur del Sáhara, publicado por la agencia de la Onu para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

"Mi familia no era tan pobre como para que yo me cogiera una patera", cuenta Ahmed, que se fue para dejar de depender de sus hermanos. "Lo recuerdo como si fuera hoy. Llegué a las ocho de la tarde y no había luz, luego aprendí que solo la había los fines de semana. Estaba solo, no hablaba el mismo idioma que la gente . Estaba totalmente perdido y sin teléfono".

El primer salto a Europa fue en 2006, un año antes de que comenzara la crisis económica. Llegó a Turín, en la región del Piamonte italiano, próxima a Francia, donde entró con un visado y una invitación de una hermana suya que residía allí. Después viajó a España donde se movió más de diez años sin papeles: Alicante, Zaragoza, La Mancha... Vendía CD de música por los bares y ganaba unos 80 euros a la semana. La crisis empezó a hacer mella. "A veces me faltó para cenar...", concede en un relato cargado de dignidad.

Llegó a Lugo animado por un amigo que le habló de las fiestas de San Froilán, donde continuar con la venta ambulante. Después de una década va a cumplir su primer año con un contrato de trabajo, tiene un piso alquilado y se ha comprado un coche de segunda mano. "Llevo 12 años en España, pero 8 fueron muy duros. Los últimos tres empecé a notar un cambio", explica Ahmed, quien sonríe para quitarle hierro a su historia. "¡Siempre fui yo solo!", exclama para restarle gravedad a su vida.

Imbemba Jassi (Guinea Bissau) 51 años

"No tenía nada, solo lo que llevaba en las manos"

Hablar francés, criollo y portugués le permitió a Imbemba Jassi colaborar como traductor para Cruz Roja y Médicos sin Fronteras desde que tenía 12 años. "Como mi padre murió muy pronto y nadie me dio apoyo, yo lo di a los demás", justifica. Su perfil como intérprete le abrió algunas puertas en Francia, a donde viajó con 21 años invitado por un hermano y donde se formó como cocinero y continuó su labor con varias ONG. Estaba en la treintena cuando regresó a Guinea Bissau para formar una familia, pero entonces estalló la guerra.

El golpe de estado en Guinea Bissau desencadenó una oleada de asaltos que se llevaron por delante su pequeño negocio, una tienda de materiales de contrucción.

"No tenía nada, solo lo que llevaba en las manos". Así relata la llegada con su mujer y sus dos niños a Dakar (Senegal). Durmieron unos meses en un campo de refugiados. "Nunca pensé que yo sería una de esas personas a las que había ayudado a traducir", asegura sonriente y añade: "Ayudé a tantos refugiados y fui víctima como ellos. Estoy contento de vivir desde dentro la situación".

Como intérprete se ganó su primer sueldo en Senegal, con el que su familia pudo alquilarse una pequeña casa por unos 50 euros al cambio de la moneda local. A partir de ahí, comienza una huida hacia donde el trabajo —construcción, restauración, cooperación— lo lleva: Portugal, Canadá, EE.UU. y, en 2009, Galicia. "El barco encalló en Lugo, se quedó sin fuel", dice antes de estallar en una risotada. Después, se recompone, piensa en el Aquarius y reflexiona: "Gracias a Dios yo no vine por el mar".

Mohamed (Sáhara) 28 años

"La zodiac estaba pinchada. Casi morimos"

La historia de Mohamed —como pide ser llamado para no revelar su identidad— comenzó en el puerto de El Aaiún la primera vez que decidió saltar a un barco para tratar de llegar a Canarias. Era el año 2007 y tan solo tenía 17 años. "Al llegar al puerto me descubrieron los del barco y me llevaron de vuelta a El Aaiún", explica. Pero esto no le detuvo, su situación era desesperada. "En 2010 hice el segundo intento", asegur a , que consistió en subirse a una zodiac con otras nueve personas. «Estaba pinchada, tenía cuatro o cinco parches", dice. "Casi morimos. Llegamos a Fuerteventura a las tres de la tarde pero no podíamos esperar hasta que se hiciera de noche para bajar de la zodiac porque entraba el agua y si no moríamos todos", cuenta. Mohamed recuerda con espanto aquella travesía: "La zodiac tiene tres metros, es muy pequeña. Hacía mucho frío y cuando estás en el mar no ves nada, está todo oscuro. La gente tiene miedo... Lo pasamos muy mal".

La Policía lo detuvo, lo llevó a comisaría, tres días en el calabozo y de ahí a un CIE, en el que permaneció un mes, después a Madrid, Algeciras y, finalmente, a la comisaría de la frontera, en Ceuta. "La Policía marroquí te hace preguntas y te pega. A mí me pegaron al saber que era saharaui y a otro compañero le dieron en la cara hasta que le hincharon un ojo", explica con agobio. Le dejaron en Tetuán y tuvo que pedir ayuda a su familia para volver a El Aaiún.

A partir de entonces, casi cada día saltaba a un barco para repetir el mismo proceso: miedo, comisaría, malos tratos y vuelta a empezar. A finales de 2013 se subió a una patera con 19 personas. "Cuando haces eso no sabes si vas a llegar, es la muerte. Pasamos mucho mi e d o, había muchas olas y pensamos que íbamos a morir", relata. Pero esa vez se quedó. La necesidad le obligó a robar y le condenaron a tres años de prisión. "Solo robé un teléfono móvil", asegura. Tras permanecer una semana en Valdemoro (Madrid), le trasladaron a la cárcel de A Lama. Salió hace más de un año. "Hice muchos cursos y pedí el asilo político, pero no hay posibilidades, tengo una orden de expulsión", cuenta. Y, con antecedentes y sin los papeles en regla, no puede acceder a un trabajo. "Tengo una situación muy complicada. Si vuelvo a El Aaiún me subiría a un barco otra vez, ahí es mucho peor. Tengo que aguantar, no hay otra cosa", concluye.

Alé (Senegal) 35 años

"Muchas olas. Mucho frío. Mucho miedo"

Natural de Dakar, la capital de Senegal, Alé —nombre ficticio— dejó el colegio a los 15 años, cuando así lo exigió su situación familiar. Para poder acceder a una embarcación en Marruecos debía reunir 1.000 dirhams (apenas 100 euros), "mucho dinero" en Senegal, donde el salario medio no llega a los 90 mensuales.

Cuando lo consiguió, empezó su odisea: para llegar al reino alauita tuvo que viajar en coche durante una semana, atravesando Mauritania y, una vez en Marruecos, se embarcó en una zodiac "sin motor" con otras 11 personas de distintas nacionalidades.

Fueron dieciocho horas en el mar, sin dormir, sin comer... "Muchas olas. Mucho frío. Mucho miedo. El mar es bravo. Todos remábamos. Estábamos muy fatigados. Fue muy duro. Pensaba que no iba a volver a ver a mis hermanos, que iba a morir en el mar".

Tras llegar a Tarifa, fue ingresado en un CIE y cuando recuperó su libertad, un amigo le ayudó a establecerse en Pontevedra, donde comenzó a buscarse la vida como vendedor ambulante y aguarda a poder regularizar su situación.

Ana (Nigeria)

De Nigeria a Marruecos: Liberia, Mali y Argelia

Ana, que no se llama Ana, tardó casi cinco años en cruzar a pie media África, de Nigeria a Marruecos. En busca de trabajo, viajó a Costa de Marfil, donde tenía familia, pero solo se encontró con la guerra. Huyó a Liberia, luego a Mali, Argelia y, finalmente, Marruecos. Caminó por el desierto y asumió innumerables riesgos hasta que, en Tánger, dio a luz a su hija. Mendigó y durmió en el bosque. Fue secuestrada y obligada a viajar a España como esclava en una red de trata. Ingresó en un CIE y acabó en Vigo. Faraxa Asociación pola Abolición da Prostitución y la asociación Diversidades le ayudaron a rehacer su vida. A día de hoy, tiene trabajo y, pese a sus dificultades, vive con su hija, con la que comparte un hogar.

Cifras

El Mediterraneo, la frontera más letal del mundo

El Mediterráneo, la frontera más letal del mundo La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) identifica el Mediterráneo como la frontera más mortífera del mundo para los migrantes y refugiados. De la cifra total de migrantes muertos cuando intentaban cruzar alguna frontera del planeta, un 60% se registra en este mar.

21.981

Es el número de llegadas a Europa por mar a 1 de mayo de este año, según la agencia de la Onu para las migraciones. La OIM estableció en 606 los muertos, mientras que las ONG advierten de una cifra imprecisa de desaparecidos.

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