En defensa de la luz cálida
Suelo medir lo hostil o lo acogedora que es una ciudad por las luces encendidas que hay en ella. Basta con dar un paseo nocturno y levantar la vista hacia las ventanas de los edificios. Cuanto mayor número de luces cálidas se cuelen por los ventanales, mayor grado de simpatía y familiaridad me genera el lugar. Si ganan en el recuento las luces frías, solo puedo visualizar la ciudad como una gran fábrica: gente trabajando en sus cocinas o despachos, rendidos ante un sistema que prioriza la productividad frente al resto de las cosas. Trabajar para los demás o para uno mismo. El alumbrado de las aceras que facilita el camino de los transeúntes también me da pistas fundamentales. Las ciudades deberían ser lugares de luz cálida y de reposo. Sus calles no dejan de formar parte de nosotros mismos, se construyeron para que las habitemos, no tienen ninguna otra función más que esperar nuestras pisadas. La contaminación lumínica ya es suficiente dañina en el cielo como que para encima su reflejo sea blanquecino y sin vida.
Hay libros que tan solo pueden leerse bajo una luz cálida. Este es el caso de Leche cruda, la primera novela de la poeta y editora italoespañola Ángelo Néstore (Lecce, 1986). En ella, se cuenta la historia de Mia, una mujer que vuelve a su Italia natal. En la casa donde nació le espera su madre, una mujer que sufre demencia, y con la que solo se puede comunicar a través de las canciones que le cantaba de joven en italiano. En el hogar donde pasó la infancia, se ha encontrado con que su espacio ha sido ocupado por alguien que ha aprovechado su ausencia para apropiarse del mismo: Cavalli, una gata que se ha instalado allí y se ha convertido en la dueña de todo lo que le pertenecía.
Ángelo Néstore es poeta, por lo que a la hora de acercarse a este libro hay que tener en cuenta que su prosa melódica va a impregnar todo el texto, no hay una sola línea o frase que no esté pensada para que resuene en nuestras cabezas. Juega con el lenguaje, que se convierte en un protagonista más de la novela. Se sirve del argumento para explorar las relaciones maternofiliales y las posibilidades que nos brinda la palabra para dar nombre a lo desconocido. Con una perspectiva queer aborda la diversidad de género. Para quienes el lenguaje siempre había sido una cárcel que en casilla, 'Leche cruda' les demuestra que ese mismo lenguaje también puede ayudarnos a comprender y a definir, por lo que es fundamental servirnos de la palabra para reforzar nuestra identidad en el mundo.
La experimentación también se lleva a un plano más simbólico. Mia parece sufrir una metamorfosis y comienza a adoptar la apariencia y las actitudes de una gata. La huida de la gata Cavalli obliga a Mia a querer adoptar su papel, lo que no es más que una súplica al amor materno que creía perdido.
Otro aspecto que incorpora interesante son las páginas de un diario de la infancia de Mia que ella misma encuentra. Las hojas aparecen en este formato de diario adolescente que nos vincula de forma irremediable a este personaje. A través de sus historias vemos su evolución y crecimiento, y nos ayuda a comprender más esa barrera que parece que sigue habiendo entre madre e hija aun con la enfermedad de esta primera.
A pesar de la originalidad del proyecto, a veces la novela pierde algo de fuerza por su excesiva innovación. La historia es potente y la forma de contarla extremadamente interesante, pero las secuencias demasiado breves y los párrafos con poca fuerza narrativa pueden sacarte de la historia en algún momento. Las frases son abrumadoras, dictan sentencia, pero en ocasiones no deja de parecer un listado de ideas que albergan emociones y belleza y que se encadenan una detrás de otra. Eso sí, no he podido desprenderme del bolígrafo ni un solo momento, ya que cualquier fragmento o párrafo se convierte en algo a lo seguramente querré volver al cabo de un tiempo.
En definitiva, Leche cruda es una novela que puedo comparar con mis paseos nocturnos mirando hacia los ventanales. Sin duda, los de una ciudad acogedora en la que priman las luces cálidas. A pesar de que a nivel funcional tiene grandes desventajas, cumple con una finalidad distinta a la productiva: embellecer. Ambas no son más que eso. Una luz débil que cohabita un hogar pero que lo transforma para el propio disfrute. Me gustaría que los lugares habituales de reunión como cafeterías, lavanderías o incluso el alumbrado de las plazas tengan prohibido por decreto el empleo de cualquier otra bombilla que no irradie esa luz acogedora. La novela es un alegato en defensa de la lentitud, los sentimientos, las personas y, esto ya es opinión propia, las luces cálidas.