Opinión

Un diablo con gafas de sol

Hace unas semanas una mujer intentó acceder a un edificio que tenía por requisito tomar sus datos en la entrada. La guardia de seguridad le solicitó su documento de identidad educadamente. No lo llevaba. "¿No sabes quién soy yo?", replicó. La guardia dijo que no y pidió de nuevo su identificación. "¡Por Dios, soy Anna Wintour!", sentenció. Ese gesto concentra varias capas de significado. La más sencilla de apreciar es saber quién es Anna Wintour (Londres, 1949), además de la editora jefa de la revista Vogue estadounidense desde 1988, un misterio que se aclara gracias a libros como Anna. La biografía de Amy Odell, que el New York Times califica como manual para acercarse a la periodista y su universo.
Anna Wintour. EFE
photo_camera Anna Wintour. EFE

ANNA WINTOUR es una amalgama de leyendas y verdades causada por el silencio férreo que mantiene desde hace décadas. Solo ofrece declaraciones pactadas, sin entrevistas arriesgadas, con un milimetrado dominio de sus apariciones. Wintour se percibe como lo que ella quiere, lo que deja que especulen y lo que las pocas voces contra ella logran publicar.

Desde 2020, la editora jefa de Vogue USA se hizo con un poder difícil de comparar: ser jefa de contenido global del grupo Condé Nast. Wintour expandió su dominio a más publicaciones y revistas, como Vanity Fair o GQ, decidiendo en última instancia quién o qué sale, lo que la sitúa como una de las personas más poderosas en los medios de comunicación. Solo The New Yorker consiguió escapar a su control. Pero la pregunta permanece: ¿quién es Anna Wintour?

La periodista británica se alza sobre el resto del planeta como un icono pop capaz de trascender la dimensión humana gracias a unas gafas de sol robustas y un corte de pelo bob. Su inexpresión, su carácter hierático y muy difícil de manejar y la frialdad le granjearon el mote de Nuclear Wintour (Invierno Nuclear).

Sin embargo, antes de la seriedad impasible y estoica del Papa de la Moda, hubo otra persona cargada de ambición desde temprana edad que tuvo que lidiar con un pesado silencio en su casa. Anna Wintour no posee una vida de superar condiciones adversas, sino de persistencia. Es una de los cinco hijos que tuvo el periodista Charles Wintour, editor jefe del periódico Evening Standard, con Eleanor Baker, su esposa, una dama de la alta sociedad de EE.UU. Como hija sintió fascinación por su padre, fue devota de su figura, pero también padeció un carácter severo y rígido que buscaba constantemente el silencio en el hogar. Anna mantiene que su padre fue criado en «una educación victoriana, su madre quizás nunca lo acarició»; algo que luego él repitió.

Anna Wintour estudió en uno de los mejores colegios de Londres, de tipo privado y a dónde solo acudían hijos de familias adineradas, aristocracia y los descendientes de pujantes familias internacionales, bien de tipo colonial o bien de tipo diplomática. Allí se relacionó sin mayor éxito ni hondas amistades, pero halló la manera de ser rebelde sin faltar al honor de su padre: cambiando la forma del uniforme. Con 14 años, Anna acortó su falda unos centímetros y guillotinó su cabellera hasta encontrar el peinado que conserva a día de hoy todavía.

En una inscripción laboral que le facilitó su padre escribió Ser directora de Vogue en el apartado sobre su futuro perfecto

Su padre acudía a ella para buscar modos de conectar con gente joven, con intención de alcanzar un público que se le escapaba. Anna aconsejaba fijarse en la calle, hablar con los que pasean y apostar por la fotografía. Wintour fue adolescente durante el Swinging London, la explosión de los colores y la provocación que desafiaba un Londres conservador y austero. Esto marcó de manera trascendental los ojos con los que observa el mundo desde entonces. «En Londres en los años 60 debías llevar un saco en la cabeza como el de Irving Penn para no darte cuenta de que algo extraordinario estaba sucediendo. La apariencia de las chicas de entonces y todo lo que estaba pasando: la píldora y la emancipación de la mujer, y el fin del sistema de clases, simplemente ver y vivir esa revolución me hizo amar la moda», declaró en el documental The september issue.

Al año siguiente de adquirir su icónico corte de pelo, abandonó la escuela. Tenía 15 años y su padre no podía permitir que se pasase los días en casa leyendo revistas sobre moda y tendencias de todo el mundo. La sacó de casa una tarde y la plantó en la boutique Biba, uno de los locales fundamentales del Swinging London. Allí aprendería la cara B de la industria trabajando y en los descansos asistía a clases de diseño, las cuales abandonó tras confeccionar su primera prenda. "O tienes mano o tienes ojo", le dijo a su padre.

Después de Biba, pasó a ser mano de obra en los almacenes Harrods. A los 17 años decidió dejarlo. En una inscripción laboral que le facilitó su padre escribió Ser directora de Vogue en el apartado sobre su futuro perfecto. Anna había hecho un par de artículos para revistas culturales y la experiencia de periodista la había cautivado. El documento era parte de la selección para trabajar en la Harsper's Bazaar de Reino Unido. Siendo quien era, fue seleccionada como asistente editorial. En esta publicación comenzó a usar demasiados recursos y a contratar a fotógrafos consagrados, además de solicitar a nuevos talentos de la moda piezas únicas para sus posados. En sus primeras semanas replicó cuadros de Monet o Renoir con modelos vestidas a lo Swinging London y botas go-go. Esto le generó problemas con la directiva y confrontaciones con Min Hogg, su editora rival en la revista. Abandonó y se marchó a Nueva York, donde la esperaba la auténtica Harper's Bazaar.

Vivir en el Londres de los 60 y el Nueva York de los 70 como periodista de moda había colocado a Anna Wintour en un lugar inusual: ser joven, ambiciosa y bien conectada con nombres que estaban cimentando una nueva cultura. Pero en 1975, el editor jefe de la revista decide despedirla al intentar utilizar una modelo con rastas. Sus sesiones fotográficas no solo eran caras, eran excesivas en todos los aspectos. Asqueada con la industria, desaparece.

Durante meses deambula por la ciudad en compañía de su novio, Jon Bradshaw, periodista independiente con amigos en todas partes. Gracias a él, logra un puesto inesperado de editora titular de moda en la revista Viva, un medio de contenido adulto y erótico orientado a público femenino fundado por la mujer del editor de Penthouse. Pocas veces accede a referirse a esa época, siente vergüenza. Se produjo el cierre de la publicación tras su paso al no reportar beneficios. Sin embargo, en Viva logró tener a su primer trabajador a su cargo, quien ya la calificó como todos los que lo siguieron: es tirana, es dura, es demandante y tiene talento. De nuevo desempleada, Wintour lo deja todo por un tiempo indeterminado, incluido a su novio.

En esos años se enamora de un productor musical francés y establece su vida entre París y Nueva York, fusionando dos mundos orgullosamente contrarios. 1980 marcó el regreso de Wintour al ser seleccionada como editora titular de moda en la revista Savvy, una nueva publicación que apelaba a las mujeres conscientes, profesionales y formadas que gastan su dinero. Anna quería ese público de su parte.

Concentra la mayor parte del poder y cambia la dirección de la revista: de la excentricidad a la utilidad

Solamente un año después ocupó el mismo cargo para el histórico magazine New York, donde su peculiar estilo editorial atrajo la atención del público, aumentó las ventas y no encontró oposición frontal por la inversión monetaria. Su nombre corrió entonces como la pólvora por los despachos debido a dos razones: su propio mérito y los amigos que había hecho décadas atrás, que ahora ocupaban puestos de influencia.

Tras varias portadas que generaron impacto social, Grace Mirabella, editora jefa de la revista Vogue, solicitó una entrevista con ella. Quería saber hasta dónde podría abarcar aquella peculiar periodista. Después de una charla, Mirabella preguntó a Wintour qué cargo creía que le correspondería en Vogue. Ella respondió: "Quiero tu puesto".

El director editorial de Condé Nast contactó con ella y durante semanas negociaron su sueldo, el cual Wintour logró duplicar. Se convirtió en la primera directora creativa de Vogue. Era un trabajo sin objetivos ni responsabilidades definidas, pero tomaba decisiones por encima de otros. De hecho, gran parte de su trabajo lo hacía a espaldas de Mirabella con sus recursos y empleados.

Por aquel entonces conoció al psiquiatra infantil David Shaffer, su primer gran amor, con el que se casó en 1984. Al año siguiente, Wintour aumenta su rango y es ascendida a editora jefe de Vogue UK. Allí despide a mucho personal directivo y absorbe sus responsabilidades. Concentra la mayor parte del poder y cambia la dirección de la revista: de la excentricidad a la utilidad. Las páginas apelaban a un público femenino sin tiempo que debía saber el qué, el dónde, el cómo y el por qué de la moda. Nace la Nuclear Wintour.

Dos años después, vuelve a Nueva York para tomar las riendas de House & Garden, la respuesta de decoración y arquitectura de Condé Nast a la competencia. Sin embargo, la revista se ahogaba por falta de ingresos. Wintour debía reflotarla con su peculiar estilo, del que hizo gala en la primera semana al cancelar la publicación de fotografías que costaron dos millones de dólares. Lo intentó por varias vías, pero nada funcionó. Sus rivales eran sencillamente mejores.

Establece dos principios que vertebrarán su trabajo: la piel de animal debe usarse como ropa y las modelos son el pasado, las estrellas y celebridades son el futuro


Pasados diez meses, se cumplió la profecía de aquella inscripción laboral décadas atrás. Wintour se convierte en editora jefe de Vogue en un momento crítico en ventas. De nuevo, decapitó a los directivos y se situó como la única cabeza pensante. Desechó el trabajo y estilo de su antecesora e impuso el suyo: la moda y la calle en conversación.

Wintour detestaba a las modelos inexpresivas y asentadas, prefería apostar por nuevos rostros con facilidad para manifestar emociones. Se negó a encerrar la ropa y los cuerpos en estudios, además de apostar por una fusión de estilos. En su primera portada, Peter Lindbergh fotografió a una joven casi desconocida que vestía unos pantalones vaqueros de 50 dólares con una chaqueta que rondaba los 10.000, lo cual provocó una llamada de la dirección preguntando si eso era correcto. Anna no dio el brazo a torcer. "Son los vientos del cambio", aseguró.

En esta era se recuperaba lo que Diana Vreeland había intentado antes con Vogue, representar lo que se ve en las calles con una perspectiva artística de la moda. Por sus páginas comenzaron a desfilar políticos, escritoras, críticos de cine,… pero Wintour rara vez leía esos textos. La imagen, la estética y la composición es para ella lo crucial, lo que hace que la mano en el kiosko escoja su revista u otra de los rivales, a las cuales asegura no subestimar.

Su férreo control limitaba los pasos que podía dar cada trabajador, lo cual hizo que Vogue pasase a llamarse durante un tiempo La revista de Anna. En los años 90 el efecto Wintour alcanza su máximo y la establece como la figura más importante de la moda, capaz de hundir carreras. Establece dos principios que vertebrarán su trabajo: la piel de animal debe usarse como ropa y las modelos son el pasado, las estrellas y celebridades son el futuro. Fue la primera en ver esto último, la primera en hacerlo y a quien todos copiaron después.

'El diablo viste de Prada', un fenómeno pop escrito por su exsecretaria que se convirtió en película y puso en el centro del debate la mano férrea que Wintour empleaba con sus empleados rozando el maltrato, la volvió más huraña y esquiva


Pero en lo personal, Anna perdía. Se había empeñado en ser líder mundial y ama de casa, cuidar de sus dos hijos, pasear a los perros aunque fuese de madrugada, aunque su matrimonio se había roto. Su padre murió en esos años y empeoró la relación con sus hermanos, que trabajaban como periodista en The Guardian, asistente social con inmigrantes y abogada humanitaria con agricultores latinos. "Yo les resulto divertida", aseguró.

Anna Wintour en la Met Gala de 2021. EFE
Anna Wintour en la Met Gala de 2021. EFE

Durante los 90 reflotó la Met Gala y en los primeros años del milenio vio cómo su equipo se desmembraba con una huida en bloque, una humillación pública. Redujo el círculo, asumió más responsabilidades y demostró fuerza de nuevo con la creación de más revistas, siendo la más destacada a día de hoy Teen Vogue, un espacio que difiere de su matriz por el fuerte contenido político y dar voces a generaciones jóvenes.

Pero el escándalo de la novela El diablo viste de Prada, un fenómeno pop escrito por su exsecretaria que se convirtió en película y puso en el centro del debate la mano férrea que Wintour empleaba con sus empleados rozando el maltrato, la volvió más huraña y esquiva. Su leyenda siguió forjándose con rutinas: todos los días juega al tenis antes que nada, luego desayuna el mismo café siempre, come la misma carne y jamás tiene reuniones de más de 8 minutos. Verla, de hecho, en eventos sociales durante más de 25 minutos es imposible.

Con una imagen social en decadencia por sus métodos, Wintour no tiene más remedio que aceptar la caricatura y llevarla ante sus consecuencias. Agravó su rostro severo, reforzó su control y se preparó para luchar la batalla contra Internet y las redes sociales, a las cuales teme de verdad porque pueden huir de su dominio y visión. Todo ello mientras su segundo matrimonio se desmembraba y aumentaba el poder de la extrema derecha, algo que reconoce le provoca el llanto en ocasiones como la victoria de Trump.

La joven guardia de seguridad que no la reconoció e hizo su trabajo al solicitar su identificación hizo patente algo que se intuía, que la propia Wintour reconoció al tener que presentarse. Ella comienza a ser el pasado, las nuevas generaciones no guardan respeto a su omnipotencia. Desde hace años se habla de una posible sucesión, rumores agravados por los escándalos raciales que afirman que en Vogue la gente negra no tiene futuro profesional. "Lo siento, asumo la responsabilidad", aseguró aséptica Wintour en un texto. Sobre ella también pesan la losa de la imagen pública de la mujer, la obsesión por el físico impoluto por el cual llegó a retocar la grasa en el cuello de un bebé o a poner a dieta a sus trabajadores.

Wintour todavía utiliza móvil plegable, presume de no haberse hecho jamás un selfie y reconoce que ya no se enfada tanto, que ahora ríe más, pero no renuncia a sus gafas "porque son útiles para ocultar tu aburrimiento". No designa a dignos herederos y evita la cuestión. Ella, calificada por Andy Warhol como alguien con un terrible sentido de la moda, parece aplicar una de sus frases célebres para el momento de la sucesión: "Si es demasiado pronto, nadie lo entenderá. Si es demasiado tarde, todos lo olvidarán".

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