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En busca de la luz

Truman Capote: contradictorio, extravagante, difícil. El centenario de su nacimiento es un buen momento para conocer su vida, tan enredada con su obra, tan fascinante.
Truman Capote. EFE
photo_camera Truman Capote. EFE

Y quien no ha soñado con salir del propio territorio, oscuro, asfixiante, sin futuro, hacia una suerte de luz que contuviera todas las respuestas? Lo que merecemos, lo que ansiamos, lo que estamos llamados a ser. Después está la suerte. Y planeando sobre esa ansiedad, el talento. Pero nada de esto último parece tener importancia a la hora de crear la fantasía. Es posible, incluso, vivir de la fantasía la existencia entera. Pues bien, esa luz, o algo similar a esa luz, veía Lillie Mae Faulk, una chica de 16 años, ex Miss Alabama, la cual estaba dispuesta a rebasar la frontera de una vida gris e iniciar, de una vez por todas, su centelleante porvenir. Para alimentar dichos anhelos, nada mejor que un novio dado a la invención. Arch Persons era un joven henchido de fantásticas expectativas, de certezas avasalladoras acerca del mañana. Se casaron. Viajaron a Nueva Orleans y, en fin, la cosa no salió como esperaban. Lillie Mae regresó a la oscura y asfixiante localidad de Monroeville, un lugar un poco más al sur que el propio sur estadounidense, mientras Arch se quedaba en Nueva Orleans buscando la fortuna que, inexplicablemente, le era esquiva. Pero seguían casados, y cuando ella le comunicó su embarazo y su intención de abortar, él no consintió. Dio a luz en Nueva Orleans, un 30 de septiembre de 1924, a un bebé al que llamarían Truman Streckfus Persons.

La infancia del pequeño Truman se puede encajar en un sonido. Agudo, chillón, histérico. Todas las ocasiones en las que lo dejaban encerrado en la habitación de hotel y salían a vivir. "Era una pesadilla diaria. Tenía miedo de que nunca volvieran. Recuerdo mi infancia como un estado permanente de tensión y miedo". Todas las veces en que su madre, ya divorciada de Arch, lo encomendaba al cuidado del pariente más próximo. Todas las oportunidades en que su madre tenía un nuevo amante, que nunca resultaba ser la salvación. "Estábamos en su apartamento. Yo estaba durmiendo en el sofá. De repente se pusieron a discutir. Él sacó una corbata del armario y empezó a estrangularla. Se interrumpió porque me puse a dar alaridos". Finalmente, su madre se alejó de Monroeville con la promesa de que nunca lo abandonaría. Aunque, por un tiempo, lo hizo. Creció en compañía de su abuela y unas tías, todas ancianas, y ese sur oscuro, asfixiante, sin futuro, se le quedó pegado a la garganta. Allí conocería a su única amiga, una niña también extraña, también solitaria, llamada Nelle Harper Lee. Su amistad continuaría, con altibajos, con alguna polémica, durante su etapa adulta.

Su madre se trasladó a Nueva York y lo llevó con ella. Allí se casó con Joe Capote y este adoptó al niño, dándole su apellido. Llevaban, ahora sí, una vida acomodada, y Truman cursó sus estudios, primero en el Trinity College y, más tarde, en Connecticut, en la Greenwich High School, donde encontró la comprensión de una profesora, que lo conminó a seguir escribiendo y le ayudó a publicar alguno de sus relatos cortos en la revista de la escuela. Tenía entonces 16 años, la misma edad y el mismo afán, no exento de angustia, que aquella madre suya, soñadora, extravagante, codiciosa. De regreso a Nueva York, Truman empezó a trabajar como corrector en The New Yorker. A los dos años fue despedido a causa de unos comentarios bastante malintencionados sobre el poeta Robert Frost, aunque nunca negaron la calidad de sus textos posteriores y no rehusaron en ningún momento su publicación. Publicó, asimismo, en otras revistas: Harper’s Bazaar, Harper’s Magazine, The Atlantic Monthly. Con el relato Cierra la última puerta ganó el Premio O. Henry, prestigioso galardón estadounidense. Tenía 21 años y la crítica comenzaba a ver en él un autor que no podía perderse de vista. 

Esas primeras obras recuperan el aire sureño, todo lo que en aquel tiempo el niño indefenso guardó para sí, restos de colores, olores, atmósfera y paisaje. Valores perdidos, familias perdidas, pasiones incontroladas, identidades puestas en cuestión. Todo lo que se dio a conocer como el gótico sureño, que encarnaron escritoras y escritores apegados a ese suelo abrasador, desde Faulkner a Carson McCullers o Eudora Welty o, también, por supuesto, Harper Lee, con su Matar a un ruiseñor. En 1948, siguiendo esta estela, publicó Otras voces, otros ámbitos. Tenía 24 años y en él se mezclaba el ansia por destacar, por escandalizar, por gritar algo largamente agazapado en su interior que, si bien, nunca supuso, aparentemente, un motivo de vergüenza sí constituyó un problema en el contexto histórico. En esa novela combina las pinceladas autobiográficas con la ficcionales en torno a la aceptación de la homosexualidad del protagonista. El escándalo siempre caminó a su lado. Y era algo que parecía buscar y esconder al mismo tiempo.

Continuó su ascenso literario. Publicó Un árbol de noche y otros relatos a finales de los 40, y durante la década de los 50 se adentró en todo tipo de incursiones literarias y periodísticas, reportajes, crónicas de viajes, entrevistas, alguna adaptación teatral, algún guion de cine. Las dos novelas que marcan este tiempo fueron El arpa de hierba y Desayuno en Tiffany’s. Esta última, adaptada al cine con numerosas licencias, por el director Blake Edwards y conocida en España como Desayuno con diamantes, marcaría un hito en el camino a la fama del autor

En un momento dado expresó lo siguiente: "La escritura dejó de ser divertida para mí cuando descubrió la diferencia entre escribir bien y escribir mal. Más adelante haría un descubrimiento mucho más alarmante todavía: la diferencia entre escribir muy bien y el verdadero arte; es una diferencia sutil, pero salvaje". Y también esto: "Cuando empecé a escribir ignoraba que me había encadenado de por vida a un amo tan noble como despiadado. Cuando Dios te concede un don, al mismo tiempo te da un látigo". El don, lo que demostraría en su obra cumbre, A sangre fría; el látigo, el sonido permanente de su infancia, el miedo al abandono, la rotunda e irrefrenable necesidad de reclamar su presencia en este mundo.

Un día abrió un periódico y se topó con la noticia. Una familia de granjeros brutalmente asesinada en la localidad de Holcomb, Kansas. Lo suficientemente impactante y atractiva como para intentar con ella el verdadero arte. Fue a Holcomb acompañado de Harper Lee, quien le ayudó a contactar con las personas relacionadas con la historia y a realizar las entrevistas. Con esas transcripciones, notas, archivos, imágenes, la documentación recopilada durante años, se marchó a la Costa Brava, y estuvo tres veranos avanzando en el manuscrito.

Su presencia en cala Saniá se puede intentar percibir aún si se consigue una estancia en la residencia literaria que han puesto en marcha los responsables de la Fundació Finestres, grandes referentes de la gestión cultural en España. A sangre fría fue un éxito inmediato. Se publicó en cuatro partes en The New Yorker y posteriormente fue editada la novela. A partir de ahí, nada volvió a ser exactamente lo mismo. La enorme repercusión permitió a Capote integrarse en el ambiente de la alta sociedad al que siempre había aspirado. Al igual que su madre. A partir de ahí, combinó la frivolidad con la permanente búsqueda literaria. El alcohol, las drogas, una especie de viaje que era a la vez llegada y huida; un ambiente en el que se creía acogido, admirado, a salvo. Pero llegó el desastre. Sus amigas y confidentes vieron traicionada su confianza con la publicación de los primeros capítulos de Plegarias atendidas, en los que no escatimaba detalles de una intimidad que ellas creían a buen recaudo. No se lo perdonaron y él no se recuperó de esa expulsión del paraíso. Hoy podemos ver la historia en formato serie, de la mano de Ryan Murphy, titulada: Feud: Capote vs The Swans. Los cisnes eran ellas, refinadas, esnobs, tremendamente ricas. Y él, un intruso, a veces bufón, a veces genio literario, en busca de una luz que contuviera todas las respuestas.

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