Opinión

La extrema ficción de JT Leroy

JT Leroy tenía una fragilidad warholiana, la del que sobrevive gracias al arte y se muestra de la única manera que puede: bien pertrechado tras una máscara

JT Leroy
photo_camera JT Leroy

LA DE JT LEROY, aunque se consolidara en los primeros 2000, es una fama de los 90: dorada, transversal y analógica. Seguramente una impostura así no podría florecer hoy, cuando hay fakenews, pero también internautas detectives; cuando la red entera se echa encima del que despunta para hurgar en su pasado y lo hace pronto, al primer brillo. Laura Albert, la verdadera JT Leroy, no habría tenido tiempo de llegar tan lejos con su mentira, pero tampoco de haber ensayado tanto antes. Porque lo hizo, y mucho, lo que explica que la rocambolesca historia en la que se metió le saliera bien durante tanto tiempo.

Ese es uno de los muchos detalles que olvida mencionar La mentira de JT Leroy, el documental dirigido por Jeff Feuerzeig que en España se puede ver en la plataforma Filmin, y lo hace porque cuenta la historia desde el exclusivo punto de vista de la impostora. Si hay que creer a Albert, Jeremiah Terminator Leroy fue la voz que encontró para dar salida a su propio dolor. Se vio poseída por un adolescente sureño, víctima recurrente de abuso sexual desde los cinco años, obligado a prostituirse por su madre, drogadicto, apenas desarrollado por el fuerte trauma sufrido, seropositivo y de género fluido. Como tal llamaba a un teléfono de la esperanza para adolescentes, y como tal hablaba con un terapeuta que le animó a poner por escrito lo que le pasaba, a descargar su vida sobre el papel y aligerar su alma.

Dentro de ese personaje, en realidad, Albert ya llevaba un tiempo. Escribía y hablaba como él y su novio guitarrista se la encontraba trabajando el acento cuando llegaba a casa. Ese era uno de sus dones, las voces y sus matices, que le permitían ganarse bien la vida en una línea erótica siendo lo que el cliente quería que fuese. Ambos tenían un grupo musical y un interesante conocimiento de cómo funciona el marketing y de las bondades de la perseverancia para movilizar a seguidores y prensa. Sus actuaciones se cubrían en los medios locales de San Francisco por la insistencia con la que llamaban a redactores para recordarles su existencia. Cuando les interesaba un grupo, se hacían pasar ellos por periodistas y citaban a sus integrantes para entrevistas.

Laura Albert, que llevaba años cantando y escribiendo sin demasiada repercusión y que ansiaba atención pero se avergonzaba de su aspecto —el de una mujer de mediana edad con sobrepeso— era una virtuosa del teléfono como herramienta de relaciones públicas. Con él y un fax logró conocer, y luego trabar amistad, con medio mundillo literario de Nueva York primero y con medio Hollywood, después.

El documental muestra una parte: la manera en la que tiró del hilito y, cómo, en una red enmarañada, un famoso llevó a otro que llevó a otro. Aparece Blondie, aparece Mary Karr, Lou Reed, Bono, aparece Courtney Love pidiendo que se mantenga a la espera un segundo mientras se mete una raya muy pequeña que ya tiene lista y la profunda inspiración mientras lo hace. Pero no aparecen las llamadas nocturnas y reiteradas a escritores como Bruce Benderson, apuntando ideas suicidas que les quitaban el sueño, haciéndoles sentir responsables por alguien a quien no habían visto nunca; no aparecen las charlas con su editor en las que solo mencionaba comilonas o famoseo, y nada de literatura; no aparecen los caprichos de celebridad veleidosa que pide dos contenedores de ropa prestada para un evento y acaba exigiendo al chico que se los lleva al hotel que se quite sus pantalones porque justo eso es lo que se quiere poner.

Inicialmente, la cosa es más contenida. Tras conseguir un adelanto de 24.000 dólares, en 2000 se publica Sarah, una novela supuestamente basada en la vida de Leroy. Es dura, es explícita y es, se supone, honesta, el relato de una infancia horrorosa en los bajísimos fondos de la explotación sexual. Está escrita con candor, con la sencillez del chaval que llama a las cosas por su nombre y recibe buenas críticas. Espoleados por Albert, algunos escritores hablan de ella, su fama crece. El autor, tímido y alejado del mundo no quiere hacer entrevistas ni lecturas públicas, su fama crece aún más. Algunos famosos se animan a ser ellos los que leen extractos. Entre el público está Gus Van Sant, en el escenario está Mathew Modine. Crece todavía más.

La curiosidad por saber cómo era Leroy hierve. Albert ya había probado sin mucho éxito a aleccionar a un chico de la calle para que lo encarnara y su terapeuta viera que el paciente realmente existía. Propone a su cuñada, Savannah, que se haga pasar por él. Con una peluca rubia a lo Warhol, gafas de sol y ropas anchas, tiene justo el aspecto andrógino y frágil que buscaba para su creación. Es capaz de imitar el acento sureño y se aprende sin problemas los fundamentos del personaje.

Pasa a ser Leroy solo en sociedad. Albert sigue siendo la que habla por teléfono durante horas, aumentando la lista de famosos de su agenda y acompaña, junto a su novio Geoff, a Savannah a los dos millones de saraos que empiezan a llenar el tiempo de los tres.

El nuevo Leroy, un chico/chica bien parecido y tímido, está en todas partes: en las páginas centrales del Vogue con las colecciones de temporada, en largas entrevistas en televisiones extranjeras después de que su primera novela se tradujera a multitud de idiomas —en español está editado por Literatura Mondadori—, en lecturas públicas. Gus van Sant compra los derechos de Sarah para llevarla al cine, Madonna le envía libros sobre el Kabbalah, Carrie Fisher le invita a pasar fines de semana. Acude a su primer festival literario internacional y esa presunta alma atormentada sufre tal miedo escénico que acaba leyendo agachado tras un escritorio, solo se ven los papeles asomando por una esquina y se oye una voz trémula que apenas se entiende. Un auditorio entero se pone en pie cuando acaba y se rompe las manos aplaudiendo. Definitivamente, daba igual lo que hiciera.

El segundo libro El corazón es mentiroso, una serie de relatos previos a la novela y que fueron los que le consiguieron la atención de sus editores, vuelve a tener buena acogida entre el famoseo pero peor entre la crítica. Se publica en el mismo año, aprovechando el tirón. Para entonces el editor Ira Silverberg está preocupado por la deriva de su autor, por tanta dedicación a la vida social y tan poca al escritorio, por la ausencia de nueva obra. Pero la vida es trepidante para JT Leroy, que va a todas partes con Speedy —así se hace llamar Laura Albert— y Geoff.

Evidentemente, muchos consideran a la pareja un par de jetas, reptiles interesados que se aprovechan del talento de Leroy, de su vulnerabilidad, de su necesidad de cariño. A Albert se le revuelve el personaje y contempla dolida cómo, a veces, se prescinde de ella, que es la auténtica autora.

A Van Sant se le caducan los derechos para llevar al cine Sarah sin que tal cosa suceda, pero El corazón es mentiroso sí llega a las pantallas. La dirige y protagoniza Asia Argento, que encarna a la supuesta madre de Leroy, mientras que de él hace el niño actor Jimmy Bennett. La película se proyectó en Cannes con una acogida discreta, pero recientemente ha renovado toda su actualidad. Fue producida por Weinstein, al que Argento fue la primera en señalar como un abusador sexual en serie. A su vez, Argento fue también acusada de abuso sexual por Bennett.

En 2004 cuando se estrenó la película Argento tenía una relación con Leroy, sobre la que se contradijo una y otra vez. En ocasiones, negaba que hubiera habido sexo y, otras, confesó que, a oscuras, se vio sorprendida por "lo bien que hacen los coños estos días".

El secreto de que Leroy era, en realidad, una creación de Albert y que, en su momento, fue una mentira controlada, limitada a un trío, se empezó a extender. Albert, cansada de no poder atribuirse méritos y de ser acusada de chupar la sangre de un joven frágil, se lo confesó a un par de personas. Su pareja hizo lo propio y, poco después, ocurrió lo esperable: un reportaje en una revista desveló lo que ocurría. Para entonces, toda la recua de famosos todavía creía que Leroy era quien decía ser. Lo mismo sucedía con su editor, con su terapeuta y con los primeros escritores que creyeron en su talento literario, en gran medida, por algo que no aparece en el documental: la enorme dedicación de Albert al personaje.

Todos ellos, que pasaban horas nocturnas con él al teléfono, levantando su moral, hablando del pasado, de los traumas, de las marcas que dejan, de para qué vivir y de cómo hacerlo, tuvieron señales contradictorias, pequeñas alertas que les indicaban que algo no encajaba y las ignoraron. No concebían pasar por tantísimo jaleo para justificar un personaje que ya estaba consolidado y no precisaba semejante trabajo diario. Toda esa dedicación extra, la del que finge por convicción y no por necesidad, fue lo que les ayudó a ignorar los avisos.

Sin embargo, un artículo en el New York Times de 2006 le dio la puntilla definitiva a JT Leroy. Además de estar mejor armado, incluía una foto de Savannah sin peluca ni gafas, mostrando la chica que era. Albert, que ya no caía especialmente bien, se quedó sin apoyos y, uno tras otro, se le apilaron los agravios cometidos. Ofendió a los escritores que le ayudaron profesional y personalmente, a los famosos que se hicieron o fingieron ser sus amigos, a su editor, pero también a grupos más difusos: seropositivos que habían visto en Leroy una muestra de superación; transexuales que apoyaban la búsqueda desacomplejada de su sexo sentido.

Cuando todo se descubrió, la escritora insistió cansinamente en una cosa que todo el mundo pareció olvidar: que no todo era fingido, que los libros existían, estaban ahí y seguían siendo los mismos. No se dio cuenta de que su mejor ficción, la que había conquistado a tantos, había sido la otra, la extraliteraria, la de la vida. Albert sigue escribiendo bajo su propio nombre sin apenas repercusión.

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