Las fresas protestantes
Así fue cómo los hijos del escritor Thomas Mann (Alemania, 1875-1955) esperaron para notificarle su victoria del premio Nobel de Literatura.
Thomas Mann es considerado el autor creador y catalizador del quinto elemento del Deutschtum, es decir, de la Alemanidad o Germanidad. Él mismo se reivindicaba como heredero de Goethe y, en ocasiones, mayor que él. De hecho, en una de sus citas más reconocidas, afirmaba que allí donde él estuviese, estaría Alemania. Ahora, durante el presente año del 150º aniversario de su nacimiento y el 70ª aniversario de su fallecimiento, se acumulan los reportajes y revelaciones sobre su vida íntima, tan interesante como la propia literatura que generó. El mago de Colm Tóibín o las conferencias de Rosa Sala Rose para la Fundación Juan March son buenos ejemplos.
Gracias a su obra, hoy en día se despachan cátedras y estudios que ahondan en el espíritu revolucionario, poético y literario presente en Mann, que se mantuvo incansable y relevante. El escritor divide hasta la actualidad y condensa la problemática europea en todas sus vertientes: finisecular, moderna, vanguardista, nacionalista, universal, liberal, autócrata, política, bélica, migrante. La clave radica en el origen y el devenir, elementos que condicionaron su existencia hasta el final, más que en su pulso artístico.
Thomas Mann nació en Lübeck, en el seno de una familia adinerada y bien posicionada, tanto social como económicamente. El lugar es de importancia absoluta. Es una notable ciudad del estado federado de Schleswig-Holstein, al norte de Alemania, e históricamente, Lübeck se mantuvo radical en el protestantismo. Su carácter urbano y el que impregnaba en sus habitantes se adhería por completo a dichos principios religiosos, a su ideal de Alemania y en el respeto a la tradición.
En ese contexto físico y temporal, con la crisis identitaria tras la integración del Imperio alemán, el escritor se cría como el segundo hijo de una acaudalada saga dedicada al cereal. Su padre, que llegó a ser senador, había roto en cierta medida la norma al casarse con una mujer de ascendencia brasileña e ideas más cálidas para un lugar tan frío. En cierto modo, su hogar no se mantenía rígido. En Lübeck resultaba frecuente escuchar frases como: "Mejor un hijo muerto que uno desobediente".
Su hermano mayor Heinrich, también escritor, rivalizaba con él y jugaba un papel tanto de aliado como de enemigo. Ambos se criaron herméticos en el hogar, con salidas para lo necesario, y recibieron educación privada, en casa. La expresión artística se restringía, así no tanto el consumo, principalmente a través de la madre, quien tocaba el piano y nutría la biblioteca familiar. En general, la infancia transcurrió como feliz y protegida.
Algo cambiaría en esto al ser transferidos él y su hermano al liceo, donde cursarían hasta seis niveles. Posteriormente, pasaría al instituto de bachiller tipo Realgymnasium, es decir, centrado en matemáticas, ciencias y lenguas modernas; en contraste a la formación humanista que los niños reclamaban. Mann se confesó como un alumno holgazán. Acumulaba suspensos o aprobados raspados, como en lengua alemana, y repetía cursos. Siguió el ejemplo de su hermano.
Alemania como heredera única en Europa
En esa época entra en contacto con algunas de las influencias que mantendrá toda su vida: Heine, Goethe, Nietzsche, Schiller y Wagner, quien logró incluso condicionar el ritmo y la estructura de sus escritos. En general, Mann solamente prestará atención a autores alemanes y de su mismo estilo, rasgo de su tiempo. Alemania, por aquel entonces, se creía heredera única en Europa de la Antigua Grecia y única región artista.
La adolescencia también es el descubrimiento de un rasgo clave, prácticamente inseparable de su obra y vida. En el invierno de 1889, el joven entra en contacto con Armin Martens, compañero de clase. Se agita internamente de un modo inédito, es decir, se enamora. Aquel sentimiento crece desbocado hasta llegar a la declaración, un acto inocente. Martens se extraña, se burla y lo propaga como cotilleo. Aquello devasta a Mann, cuya pena es agravada por su propio hermano, que se mofaba de él.
La homosexualidad o bisexualidad de Thomas Mann es un trauma que sufrió como castigo por haber elegido la vida burguesa y formal. Se sabe actualmente gracias a sus diarios; aunque su trabajo literario fue escandaloso y transparente sobre ello, como fiel reflejo de sus deseos e intimidades. El erotismo entre hombres siempre figura en su obra, bien como paño grueso o fino, y los modelos de belleza se reducen a lo efébico, al joven rubio y pálido de belleza casi andrógina.
Pese a que Armin Martens dio lugar al molde de amor imposible que atormentó e inspiró a Mann, el mayor exponente, Tadzio de La muerte en Venecia, proviene de otro joven real, con el que el autor habría coincidido. Históricamente, el cólera que aterroriza la ciudad italiana en la novela se introdujo a través de la fruta, en concreto, de la fresa. En la narración, Tadzio ingiere fresas maduras mientras lo observa el protagonista. Esa escena cargada de erotismo y lecturas encapsula la naturaleza de Mann con su propio impulso sexual.
Del episodio sufrido tras la confesión a Martens extrajo la lección de nunca declararse a ningún hombre. Por ello, al año siguiente, cuando Williram Timple lo acogió en su casa durante una temporada, recayó en un estado de enamoramiento. Lo sufrió en silencio y lo redujo a un recuerdo engrandecido: el préstamo de un lápiz, que reaparece en La montaña mágica.
Asume el destino como escritor
Thomas Mann había asumido su virtud como escritor y su destino como tal, ante el disgusto de su padre y la rivalidad con su hermano, de quien se distanciaba más. De aquellos primeros años no se conserva casi nada, salvo la confesión de que sí existieron poemas y obras de teatro. Colaboraba con diferentes revistas y se movía en diferentes círculos artísticos, lo más prestigioso en su momento.
El fallecimiento del patriarca en 1891 marcó el punto y aparte en la vida del escritor. Por un lado, quedó liberado de toda obligación y respeto hacia su estirpe. El padre supo leer la situación familiar y legó no la empresa, sino la obligación de liquidarla y asignar una renta vitalicia a su viuda y sus cinco hijos, para que vivieran holgados dedicándose a su tarea elegida. La familia se mudó paulatinamente a Múnich, más al sur y a la vanguardia que Lübeck. Thomas y su hermano mayor fueron los últimos en llegar.
Habitaban una casa más modesta en el barrio bohemio, Schwabing. De manera inédita, esa etapa se diferencia del resto de la vida de Mann por el caos y la entrega absoluta a la literatura desde una perspectiva existencial. Al no tener otra obligación, perdió el control sobre sus días. Aunque se mostró contrario al suicidio durante toda su vida, en Múnich confesó la voluntad de morir a través de sus diarios. También, como detalle mínimo pero delator, dejó de madrugar y prestar atención a los horarios, de los que fue obsesivo.
Siguiendo esta misma estela, el autor y su hermano viajan juntos por Italia a finales del siglo XIX parando en Roma, Florencia y Venecia, por aquel entonces la capital del decadentismo y los escritores. El sur europeo le intoxicó el alma y sirvió de poca cura para su carácter germano. Allí capturó parte de la esencia que luego plasmaría en otras obras. En Vía Torre Argentina, en Roma, comenzó la escritura de Los Bruddenbrook en 1897.
Después de varias publicaciones en revistas, trabajos de crítica y novelas cortas, casi relatos. Thomas Mann atrae la atención con una de ellas, El pequeño señor Friedemann, en 1897. Aquel pequeño éxito pone su nombre en el mapa. Aquellos textos parecían precoces para un joven desconocido.
Envía el manuscrito de Los Buddenbrook
El 13 de agosto de 1900, Mann llegó a una oficina postal cargado con un grueso sobre, marcado con la dirección del editor Samuel Fischer, en Berlín. El valor del seguro de aquel envío ascendió a mil marcos. El contenido lo merecía: el único manuscrito de Los Buddenbrook.
La primera novela de Thomas Mann causó estruendo social y crítico, marcando una renovación de la prosa alemana y un nuevo punto de partida para las novelas familiares. Pese a las reverencias generales, Lübeck le dio la espalda. Los vecinos se sentían robados y deformados y el texto fue visto como una burla hacia esa sociedad.
La lenta redacción de Los Buddenbrook permitió al autor una nueva forma de escritura, más dilatada y precisa. El tiempo, como un elemento narrativo más, pasó a convertirse en una herramienta en sí misma. La enorme carga de trabajo previo llevó a Mann a investigar sobre economía, recetas o costumbres. Creó fichas de personajes que resumían todos los rasgos y trayectoria de cada uno, aunque su familia fue la mayor fuente de información e inspiración.
Tras varias correspondencias con otras mujeres y una amistad de connotación homoerótica, Thomas Mann propuso matrimonio a una acaudalada mujer de familia intelectual, Katia, y pronto se casaron para empezar a formar familia. De esta etapa destacan sus novelas cortas Tonio Kröger y Alteza real, entre muchas publicadas. En menos de diez años, llegan al mundo cuatro de sus seis hijos; los más destacados: los escritores Klaus Mann y Erika Mann.
La fama del patriarca crecía sin freno y así la fortuna familiar, que permitió comprar nuevas propiedades, construir mansiones y vivir sin dificultad a cada miembro. La mano de hierro del padre, desde que pasó a ser conocimiento público, ha reconfigurado la imagen de Mann. La rectitud de los horarios y el trato, por no hablar del mal carácter y los velados desprecios hacia su esposa, alejaban constantemente al hombre del hogar.
Una anécdota que explica esto trata sobre un higo que llegó a la mesa familiar durante un contexto de inflación, por lo que era imposible comprar tal fruta. Durante el postre, Mann entregó todo el higo a su hija Erika, la favorita, delante del resto, en lugar de dividirlo. Lo hizo para mostrarles que la vida sucede en desigualdad. Sin embargo, permitió a sus hijos vivir en normalidad y libertad su sexualidad, Erika, lesbiana, Klaus, gay; y el resto, con escarceos también en su mismo sexo.
La publicación en 1912 de La muerte en Venecia es el acontecimiento literario más relevante de comienzos de siglo para él. No así, el hecho que más le influye es la Primera Guerra Mundial, de la cual se muestra partidario en un inusitado belicismo, también muy fiel de su época. La sociedad europea del momento no conocía el error de un conflicto así y fue necesario superarlo para comprender el temor a esas catástrofes. Mann, incluido.
Ensayo belicista y nacionalista
Heinrich Mann y su hermano rompieron el contacto cuando Thomas publicó Consideraciones de un apolítico, un ensayo belicista y nacionalista que justificaba y animaba al conflicto. Heinrich se oponía a la escalada armada. El autor, hasta el momento, se había reivindicado como un liberal monárquico sin interés en las revoluciones, especialmente la bolchevique. Paulatinamente, mutó en demócrata y cuando en 1921 se gana un hueco el partido nazi, es de las primeras voces en tildarlo de disparate.
En la década de los años 20, la figura del autor se ve estirada y burlada hasta la de un burgués ajeno al mundo.
En 1924 regresa por todo lo alto con su segunda gran novela, La montaña mágica, obra cumbre del siglo XX que surgió tras el ingreso de su esposa en el sanatorio de Davos por un problema pulmonar. De dicha experiencia y conjuntando recuerdos obtuvo un texto que incorpora innovaciones, como la documentación intratextual o el sentido temporal. Además, esta novela incluye enormes dosis de pensamiento y detalles que siguen la vida íntima del autor. Una vez más, Mann ejecuta lo que denominó “espiritualización de la materia”, es decir, reelaborar materia vital como literatura.
Tras la concesión del Nobel de Literatura en 1929, el escritor se siente elevado por encima de su tiempo y cree firmemente ser el mejor autor en lengua alemana, superando a Goethe. Afianzado y con altavoz, no dudó en servir como contrafuerza a Hitler y prestarse a la política para evitar la victoria nazi. En 1931 Mann sigue el consejo de sus hijos y decide instalarse en Suiza con su familia. Durante esos años publica parte de la tetralogía José y sus hermanos. Finalmente, emigra a Estados Unidos en 1938 tras sufrir el expolio de propiedades, la retirada de nacionalidad y la censura de su obra.
Thomas Mann se convirtió en una estrella política en Estados Unidos y en uno de los más íntimos enemigos de Hitler. Sus discursos fueron éxitos radiofónicos. Lübeck fue una de las primeras ciudades en quedar arrasada por los bombardeos y el autor no se inmutó, al considerar que Alemania debía pagar el precio de sus errores.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la idea de volver a la patria rondaba a la familia, pero el patriarca se negaba. Hubo de regresar para una serie de conferencias. En ese momento se encontraba en la fase final de Doktor Faustus, su última gran novela. Pese a recibir grandes críticas de otros compañeros, vuelve a Europa, a Suiza, y desde allí pasa gran tiempo en Alemania. En paralelo, su hijo Klaus se suicida, como ya habían hecho sus dos hermanas anteriormente, y al año siguiente, muere su último hermano, Heinrich.
No ve sentido al oficio
Continuó trabajando incansable, pese a que en sus diarios confiesa ya no ver sentido a seguir con el oficio. En 1955, Lübeck decide honrarlo como a un ciudadano ilustre, perdonando las rencillas. Ese honor le resulta conmovedor en la fase final de su vida. La complicación de una trombosis durante varias semanas derivó en un desgarro de la aorta abdominal. La lesión causó la muerte del autor en Zurich, junto a su esposa y su hija favorita.
Pese a la liviandad con que quemó y eliminó obras a lo largo de su trayectoria, incluidas décadas de sus diarios, Thomas Mann publicó su autobiografía en 1936. Uno de sus pasajes más irónicos versa: "La posición de los planetas era favorable, según me aseguraron, en repetidas ocasiones, adeptos de la astrología, ofreciéndome en base a mi horóscopo, una vida larga y dichosa así como una dulce muerte".