Opinión

Un grito desde el Planeta Hambre

El pasado 20 de enero enmudeció el país de la samba. Brasil perdía uno de sus pilares culturales más importantes. El Brasil de la gente, el Brasil de la necesidad; no el otro, el poderoso. Esos celebraban la muerte de una conciencia ruidosa. Elza Soares (Río de Janeiro, 1930-2022) desapareció y la diferencia horaria con otros países condenó el homenaje a su fallecimiento. Mientras, un mural en su ciudad natal se llena de flores.

COMO millones de personas en los núcleos ultrapoblados de Brasil, Elza nació en una subciudad dentro de la inmensa Río de Janeiro, en una favela de las que perduran hoy en día. Hija de una costurera y un obrero que tocaba la guitarra, fue más esclava que alumna pese a su condición de niña por aquel entonces. Limpiaba la casa, disimulaba la pobreza en el hogar y salía a buscar agua a la fuente. La cargaba con dolor en su cabeza de diez años y, en esos caminos descalza, suspiraba mientras lloraba y tarareaba. Así supo que podía cantar, que el suyo era un canto diferente, ronco y enmudecido, que las lágrimas no lograron empañar, sino que sumaron un matiz, un origen claro e imborrable.

Cuando cumplió doce años, sus padres la obligaron a casarse con Lourdes, un hombre mucho más mayor que ella, amigo del padre. Amigo de la familia en realidad, era el vecino y abusaba de ella en la ausencia de sus progenitores. Lo hizo un tiempo de manera ilegal, después amparado por el matrimonio forzoso. En una de esas violaciones, Elza se quedó embarazada. Se mudó con su marido y la niña se hizo esposa y esclava de otro hogar. Los abusos sexuales se sucedían con episodios de palizas, discusiones, extrema pobreza y embarazos. Con quince años, Elza había parido otro hijo fruto de la violencia, de los cinco que llegó a tener. Este segundo murió en aquel entonces a causa de la hambruna que todos atravesaban en su casa, pero que los bebés no podían soportar.

Incapaz de aguantar la situación, un día salió de casa con el único hijo que le quedaba, lo ató a su cuerpo con unas telas y fue a por un vestido que su madre guardaba. Elza pesaba menos de 40 kilos y la talla del traje estaba pensada para alguien de más de 60. Salvó el aspecto de saco utilizando alfileres que ciñeron la tela a su cuerpo, una figura, pese a lo anguloso y adolescente, escandalosamente sensual y acompañada de un cabello llamativo.

El presentador le preguntó: "Pero usted, ¿de dónde sale?". Soares, incrédula, sonrió y dijo con honestidad: "Yo vengo del mismo planeta que usted, señor Barroso. Vengo del Planeta Hambre".

Brasil pasaba entonces por un momento de explosión de talento, de artistas de mecha corta, pero en el que todos podían tener un momento. Elza se presentó en un programa de radio en directo con público, Nota 5, donde cantantes amateur podían demostrar lo que sabían hacer y, si lograban el apoyo necesario, quizás alcanzar un moderado éxito. Solo le habían dicho con antelación: "Intenta parecer lo más bonita posible". Soares entró en el estudio cargada de alfileres a la vista, con un vestido lejos de lo que se estilaba en las afueras de la favela y con una sandalia tan fina que, según ella, "aunque tuviese suela podías pisar igual la mierda bajo tus pies".

Su aspecto, una mujer negra extremadamente delgada embutida en un conjunto carnavalesco, provocó la risa en los presentes que, por su superioridad de raza y clase, no se ocultaron frente a ella en aquel escenario radiofónico. Entre el alboroto de humillación que se había formado, el presentador estrella del país, Ary Barroso, recogió el testigo al público y ejecutó las burlas pertinentes ante una Elza impasible, seria. Cuando terminó la retahíla de comentarios, le preguntó: "Pero usted, ¿de dónde sale?". Soares, incrédula, sonrió y dijo con honestidad: "Yo vengo del mismo planeta que usted, señor Barroso. Vengo del Planeta Hambre". Le dieron paso para que cantase la clásica Lama y, al terminar, una ovación sustituyó a la humillación sufrida minutos antes. Y exactamente tras el aplauso, quedó el silencio. Elza se vio abocada a explotar su inesperado talento, "me desperté y sabía cantar", poniendo voz a los clubes de Copacabana y alrededores. Un día volvió a casa de trabajar, entró en su casa de la favela y su marido le pegó un tiro en el brazo. Sin más mediación, le asestó: "Todas las cantantes sois prostitutas". Soares fue a hacerse las curas y continuó como si nada porque el hambre no había desaparecido.

Acumuló cuatro hijos con vida a la edad de 21 años, cuando enviudó de Lourdes, y otro bebé muerto, una niña secuestrada y uno de sus pequeños padeciendo una fortísima neumonía. Sin recursos porque muchos clubes nocturnos se negaban a tener una cantante negra, decidió volver a los concursos de radio, donde logró una segunda ronda de éxito que coordinaba como vocalista ocasional en una orquesta itinerante donde su hermano tocaba.

Soares pasa a ser una estrella de primer nivel en pocos meses, sacando un segundo álbum llamado A bossa negra entre mucha polémica


En 1960 consigue su primer contrato discográfico, un momento de ebullición cultural porque la bossa nova y otros géneros de la música popular brasileira estaban experimentando una remodelación desde otros ojos: los negros y las clases bajas y medias. En este contexto, Elsa publica Se acaso vôce chegasse donde muestra un rango vocal inmensurable junto a una orquesta en directo y donde utiliza, sin saberlo, recursos típicos del jazz. Éxito inmediato.

Soares pasa a ser una estrella de primer nivel en pocos meses, sacando un segundo álbum llamado A bossa negra entre mucha polémica. Su punto de vista contra el racismo y el machismo era peligroso para los poderes que regían el Brasil dictatorial. Pese a las diferencias de valentía y descaro, Elza se agrupaba con aquellos cantautores que buscaban la liberación. Inspiraba como musa a Caetano Veloso o Chico Buarque, que le dedicaban letras enteras.

Contra todo por su color de piel, clase y sexo, Elza se convierte en un icono popular, en parte por las luchas y esperanzas que representa para muchas personas silenciadas. Su ascenso es tal que se olvida del hambre, aunque ella prefería definirlo como que su hambre mutaba. "El hambre iba conmigo, porque cuando no te falta alimento, empieza a faltarte otra cosa. Amor. Cultura. Lo que te privan. El hambre mueve el mundo", afirmaba en una entrevista.

En 1962 la nombran madrina de la selección de fútbol brasileña para el mundial que se juega en Chile, donde además debía actuar. Durante aquel torneo Pelé es lesionado tras recibir multitud de patadas en un partido, era el objetivo a batir para evitar otra victoria de Brasil. Ascendió como sustituto un tal Garrincha, un humano con físico de bestia capaz de soportar las condiciones y el cansancio como si fuese la nada.

Louis Armstrong le insiste en mudarse del sur al norte del continente y hacer carrera como una grande del jazz. Elza sonríe y se niega con agradecimiento. "Yo soy la samba".

Elza conoce en este encuentro mundial a Louis Armstrong, que le insiste en mudarse del sur al norte del continente y hacer carrera como una grande del jazz. Elza sonríe y se niega con agradecimiento. "Yo soy la samba". También fueron aquellas semanas en Chile donde Garrincha y la cantante se enamoran, pese al matrimonio con hijas que el futbolista tenía en Brasil.

Su relación se mantiene oculta con rumores durante cuatro años, en los que son retratados y vistos juntos sin cesar. Deciden mudarse, hacerlo público, no esconderse. Pero lo que se podría identificar como un asunto personal se convirtió en una cuestión de Estado. Una separación como la de Garrincha atentaba contra las bases de fe del estado dictatorial y la ya de por sí problemática —por reivindicativa— actitud de Elza facilitaron el linchamiento público.

La música de Soares dejó de venderse poco a poco —"veneno para las discográficas", solían decirle—. Garrincha hacía su vida normal, pero a ella se la vio como la robamaridos que entró en una casa y dejó a tres hijas solas con una madre sin mayor oficio que el cuidado. Se mantenía con conciertos, con giras, con discos grabados en directo que resistían el embiste. Pero sobrevivía, principalmente, por sus discursos y consignas antirracistas.

Mientras su vida personal se vuelve escandalosa incluso para ella misma, con sucesivos episodios de violencia y alcoholismo, su carrera se vuelve un intento por terminar un contrato que la explotaba hasta el agotamiento, con episodios de traición donde vendían a escondidas composiciones de su puño y letra.

Se había mudado con Garrincha en sucesivas ocasiones porque todas sus casas eran apedreadas, amenazadas e incluso ocupadas por intrusos. En uno de estos atentados, Elza escuchó disparos en su puerta, cayó por las escaleras tras levantarse apresurada y perdió un bebé que no sabía que esperaba. A las palizas del futbolista, se sumaba el miedo hacia una parte de la sociedad puritana que regía en el poder de Brasil.

Estaba borracho y causó la muerte de su suegra, que salió disparada por el parabrisas. Garrincha se sumió en una oscura depresión.

Durante un viaje para visitar a su antigua familia, Garrincha tuvo un accidente de coche donde también viajaba la madre de Elza, que dejaría en un lugar de camino. Estaba borracho y causó la muerte de su suegra, que salió disparada por el parabrisas. Garrincha se sumió en una oscura depresión. En una noche no muy alejada de este incidente, individuos armados con metralletas abrieron fuego sobre la fachada de la casa de ambos. Nadie murió, pero ellos decidieron exiliarse en Roma, donde los esperaba Chico Buarque.

La carrera de Elza proseguía su curso de bajo perfil, descarnado mensaje y ritmo bailable, alternando con potentes baladas acompañada solo con guitarra. Se mantenía positiva en un ambiente desalentador. Su gran éxito de la década es ‘Aquarela brasilerira’ en 1973 porque rebaja momentáneamente su lucha por miedo al retorno del hambre en cualquiera de sus formas. Tres años más tarde, Soares da a luz al único hijo que tuvo con Garrincha, uno más para ella.

Junto al futbolista vivió episodios como seguirlo por bares pidiendo que no le diesen de beber, o la vez que el deportista le voló los dientes con un zapatazo en medio de una discusión, de nuevo, por su alcoholismo. Ella defendió hasta su muerte que, de entre sus amantes, él fue su único amor. "Yo inventé lo de ser la novia de un futbolista, pero cuando eso solo era malo", acostumbraba añadir a esa afirmación. Como promesa por tener un hijo propio, Garrincha juró que dejaría de beber.

Un día al volver a casa, la cantante encontró a sus otros hijos junto a las escaleras. Alzó la vista y en el hueco encontró a su bebé colgando por un pie, que sujetaba su padre borracho haciendo lo que calificaba como "broma". Ahí, Elza finalizó todo. Su círculo celebró su separación, ella la sufrió y estableció el justo orden de visitas teniendo en cuenta oficios y situaciones como padres. Seis años más tarde, Garrincha moría de cirrosis. "Sabía que pasaría", dijo ella.

Soares vivía entonces de sus espectáculos, de larguísimas giras y multitudinarios conciertos; pero no de vender discos. No lograba remontar en ventas ni siendo la viuda de Brasil o una antigua cantautora contra la extinta dictadura, pese al éxito previo de Elza Negra, Negra Elza (1980). Todo ello mientras sus canciones eran himnos que sonaban de la playa más pobre al club más exclusivo.

En medio de una tormenta, el coche patinó y, por mala fortuna, el niño abrió la puerta sin querer y salió disparado hacia el río Imbariê, donde murió

Durante una de sus estancias prolongadas en Brasil, su chófer traía al hijo en común que tenía con Garrincha, al que llamaba Garrinchinha, de ver la ciudad natal de su padre. En medio de una tormenta, el coche patinó y, por mala fortuna, el niño abrió la puerta sin querer y salió disparado hacia el río Imbariê, donde murió. Elza sumaba otro fallecimiento a su útero, pero este era mucho más doloso. Devastada, huyó de todo, de su país, de su oficio y hasta de la vida, tras intentar suicidarse en varias ocasiones y desarrollar diversas adicciones.

Soares había sido rehabilitada como artista de ventas gracias a Veloso, que la quiso como estrella para un dúo. Fue perdonada por la sociedad que la escuchaba a escondidas o ignorando su nombre en cada domingo de samba. Pero con este golpe, todo se truncó. Decidió hacer una gira, en que la que terminó de hundirse, y en 1988 publica Voltei, como un alegato. Pero no había vuelto, de hecho, comenzaba su largo silencio de más de una década.

Ahonda en su desgracia, escarba en sus penas y su mala vida, pero acepta todo ello. Se reencuentra con una hija perdida años atrás, una de sus alegrías. Vuelve a aceptarlo todo, en un proceso cíclico. Su piel, su sexo, su origen, sus abusos, sus deseos. Contra todo pronóstico, Elza renace. Y en el año 2000, tras sufrir una grave lesión en su cadera que la postraría para siempre en una silla de ruedas, fue nombrada Voz del Milenio por la BBC junto a Tina Turner.

Renegó de sus críticos, abrazó a la juventud manteniendo la samba como piedra angular y componiendo desde su planeta natal, el del Hambre de la favela, por temor a volver

Entonces Gilberto Gil, Veloso, Chico Buarque, Carlinhos Brown y el resto de su generación la encierra en un estudio, sin tiempos, sin presiones ni fronteras. Libertad absoluta. Y de ello nace Do cóccix até o pescoço, un punto de encuentro que unió a todos los mundos que existían en Brasil, a todas las generaciones. Su primer gran éxito con el ocaso en la espalda. A ello siguió una experimentación de forma y contenido que la enfrentaba con los clásicos de la samba, el dogma. Y comenzaron a llamar a su música samba sucia.

Elza habla con raperos, con gente del underground, jóvenes talentos del funk y la electrónica, y a todos ellos les trasladaba sus enseñanzas antirracistas y feministas, además de alzarse como un icono queer. De todas estas sinergias, surgieron docenas de colaboraciones y tres discos que firman el perfecto epitafio —a falta de un disco póstumo este 2022— que recoge su vida y obra: A mulher do fim do mundo, Deus é mulher y Planeta Fome.

Incombustible hasta el fin de sus días, Elza observaba combativa el degenerar de su país, de la democracia por la que luchó. Renegó de sus críticos, abrazó a la juventud manteniendo la samba como piedra angular y componiendo desde su planeta natal, el del Hambre de la favela, por temor a volver. Y en el camino, de nuevo, perdió a más hijos. Sentenció en una de sus últimas entrevistas: "Brasil me ha dado mucho en los últimos años, me ha perdonado. Pero todavía sigue debiéndome cosas".

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