Opinión

Homo desempleatis

Dejó escrito el filósofo Paul Lafargue en las primeras páginas de su manifiesto El derecho a la pereza que hay pueblos para los que el trabajo es una necesidad orgánica. Son aquellos además en los que abundan los campesinos propietarios y de entre todos ellos, extrae cuatro máximos exponentes. Gallegos, escoceses, pomeranios y chinos. Creo que tengo que buscarme un nuevo pueblo. He renunciado a mi trabajo.
Oficina de desempleo. EUROPA PRESS
photo_camera Oficina de desempleo. EUROPA PRESS

EN OCASIONES las cosas no están mal, tampoco están bien, y al no estar de ninguna de las dos maneras, están eminentemente mal. La indiferencia como reacción ante cuestiones que deben manejarse con pasión es peor que el odio, emoción más visceral y un combustible renovable no contaminante. Por ello y por todo lo que cubren las alfombras, decidí abandonar mi puesto de trabajo previa notificación. Podría parecer que me sumo así de modo tardío al movimiento de La gran renuncia, aunque este se da ya por extinto y fallecido en su fracaso.


Tristemente, no busco mayor beneficio que el propio y este comenzó en el cosquilleo que coloniza los dedos en los segundos previos a pronunciar la frase. «Lo dejo», «Presento mi dimisión», «La empresa no puede contar más con mis servicios». La fórmula es tan variada como los clichés que las películas románticas se han inventado sobre cómo romper con una pareja. No eres tú, soy yo. Bueno, somos un poco ambos, que esto no me gusta y yo estoy para otras cosas. Esta fórmula, pese a lo hiriente, es la más útil y honesta en ambas situaciones.


Como ejercicio vital, recomiendo a todo el mundo abandonar al menos un puesto de trabajo en las largas décadas de vida laboral y anteponerse a sí mismo. Desconozco los beneficios médicos o psicológicos detrás de ello, pero recuperar las riendas y el dominio de las horas —que no del horario— que forman la vida humana te devuelve a un estado ambiguo. Calmado y preocupado, relajado y pensativo, ligero y grave, alegre y dubitativo, sabio y huidizo.


Ante la abrumadora cantidad de tiempo que se gana en el desempleo, sobre el cual frivolizo porque gozo de la posibilidad por primera vez, decidí buscar un manual y reaprender lo que cualquier niño o animal entiende instintivamente, es decir, el disfrute. Opté por el ensayo Una vida tranquila de Coradino Vega, un ensayo cargado de ejemplos y personalidades que encomendaron su vida al ejercicio de la simpleza, lo indispensable, lo trascendente, lo certeramente útil para transcurrir los días y no solo pasarlos.


Coradino Vega atraviesa la vida de tres artistas e intercala contrapuntos de otras muchas para sacar a relucir lo fundamental de lo cotidiano para el mejor desarrollo posible en la obra de todos ellos. Siguiendo el ejemplo del pensador Henry David Thoreau, del místico Fray Luis de León, de la poeta Jane Kenyon o del pintor Giorgio Morandi, en ocasiones basta con observar y saber qué se observa. Como ya alentó Jesucristo en su sermón de la montaña: «Contemplad cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan». Así pues me entregué.


Tras varias jornadas de observación, he concluído que al nuevo homo desempleatis que doy forma le gustan ciertas cuestiones que aligeran sus días. Nada resulta más agradable que cocinar despacio, cortando cada verdura, y poniendo la intención en ello cuando de fondo suenan boleros, siempre mejor en voz de Omara Portuondo. Tampoco es desdeñable el gusto del palpitar del cuerpo al ejercitarse en el albor del mediodía, cuando el mundo calla y el clima es idóneo. De igual placer es permitirse una siesta del borrego y espabilarse con un vino dulce antes de comer, o un desayuno distendido en compañía de una radio pacífica. Y, en general, la luz y el Sol.


Con la cantidad justa de certidumbre que la contemplación confiere, casi afirmo que el ser humano ha nacido para la libertad del aburrimiento y encontrar el modo de combatirla. El trabajo da respuesta a esto, pero prefiero por solución el obrar sobre el trabajar. Esto sería dedicarse de manera efímera a trabajos que se cierran, que no son continuados, y responden a diferentes ámbitos, para continuar aprendiendo. Entender la vida laboral como una materia mutante con descansos intermedios con tiempo a cavilar. Y si alguna voz se alza virulenta exclamando que ya no gusta trabajar, con serenidad hemos de interrogar de modo conciso no a esa voz, sino a su conciencia: ¿le gusta a usted verdaderamente o solo apanda sin cuestionar?


Ahora mientras escribo, se disipan las nubes y el Sol se abre de nuevo paso, la gata maúlla en la puerta y retoza sobre su lomo pidiendo cariño, el paisaje es verde y el aire silba tímido entre cada hoja de su única forma; ahora termino y con paso calmo saldré, rascaré la panza del felino caliente por el rayo solar y me sentaré a la misma suerte a pensar en cualquier cosa o a recordar una risa, para más tarde ponerme al abrigo cuando la piel se erice sin aviso.


Conversando con una anciana vecina, ella resumió que cada día es una vida según su experiencia. Este espejismo habrá de terminar en algún momento por causa forzosa de supervivencia y para cuando lo vea desde las inevitables vidas futuras, quiero recordar la panza caliente y su tacto en los dedos, el susurro del bolero, el paso del día al ritmo del Sol y yo observando. Y si Jehová descansó una eternidad tras seis días incansables, moriría por saber en cuál de ellos me encuentro.

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