María Valcárcel

Judith Buttler: el ser como interrogante

Judith Butler
Judith Butler
Cuerpos que no encajan, géneros que no obedecen, vidas invisibles. Judith Butler, referencia intelectual de nuestra época, ha transformado la teoría del género y desmontado los cimientos normativos del lenguaje.

LA LLAMARON Judith Pamela Butler. El Pamela se fue perdiendo, como lo hacen otras cosas, por diferentes causas: la falta de uso, la pereza, la inutilidad. Nació a las afueras de Cleveland, Ohio, en un mes de febrero presumiblemente frío, allá por el año 1956. Se crio en una casa judía, su familia tenía raíces judías húngaras y rusas con miembros asesinados en el Holocausto. Se respetaba la tradición, se iba a la sinagoga; sin embargo, no se respiraba una rígida ortodoxia. Había respeto por la tradición intelectual judía, una adhesión más cultural, que daba importancia al desarrollo del pensamiento, a una reflexión abierta y fructífera, a una educación esmerada. Desde el principio, el humor resultó un componente importante, formando parte del ambiente familiar e integrándose, de este modo, en su organismo. Lo suficiente como para conservarlo a lo largo de su vida.

De niña, le gustaba el lenguaje. Sus posibilidades. Explorar los límites. Hacerse preguntas. Estas indagaciones, claro está, no se correspondían exactamente con el rol de niña-futura mujer que la sociedad le tenía reservado. Los cuestionamientos acerca del lenguaje fueron impregnando el resto de elementos que componían su temprana existencia. Desde muy pronto se sintió ajena, envuelta en una extrañeza que, lejos de amedrentarla o marginarla, le permitió posicionarse en un lugar de observación. "No sabía si era una niña rara o un niño fallido". Y desde ahí comenzó a contemplar el mundo. 

Luego vino la expulsión. Tenía trece años y no hacía más que preguntar y preguntar. El sentido de las cosas, los complejos porqués de la existencia. Y, en fin, allí se enseñaba el Talmud y es más que probable que tanto interrogante perturbara el devenir de la enseñanza. La consecuencia fue la expulsión temporal. Hubo, además, un castigo que pretendía ser ejemplarizante, que consistió en tratar de corregir esa manía enviándola a sesiones privadas con un rabino conservador, que contemplaba un enfoque más rígido de la ley judía, aun manteniendo la puerta abierta a una posible evolución adecuada a los tiempos. En su casa se practicaba un judaísmo reformista, con una interpretación liberal, entendiendo la ley judía como una suerte de guía ética, más que una norma legal a cumplir obligatoriamente. Y este hecho, que pudo haber sido un choque reseñable en su discurrir adolescente, resultó algo, en cierto modo, luminoso: "Creo que fue entonces cuando me di cuenta de que había una forma de vida que consistía en pensar". El castigo, entonces, corrigió su actitud, aunque no en el sentido esperado. En ese tiempo leyó por primera vez a Hegel, Spinoza, Kierkegaard y en ellos vio algo que le sirvió. Encontró en el lenguaje la posibilidad de todo. O lo que es lo mismo: de caminar entre preguntas y de ir descubriendo, no respuestas, pero sí sentidos.

Fue el castigo fallido lo que disparó definitivamente la necesidad de entender. La identidad judía fue cuestionada, por su carácter normativo, por su condición cerrada que dejaba fuera cosas probablemente importantes. Así que, en aquellos momentos, nació una tensión que iba a acompañar a Judit a lo largo de su trayectoria: pertenencia y sospecha. Interrogante. Dónde queda el otro, el extraño, el diferente.

Pasión por la música

Entre este ir y venir intelectual, Judith tenía otra pasión, que era la música. Estudió piano y más tarde barajaría la posibilidad de un futuro profesional dedicado a la música. No fue así, pero sí que influyó en su estilo de pensamiento, con un sentido del ritmo, con un lugar reservado para la improvisación, una cierta sorpresa en medio de la estructura:  “Hay que saber cuándo dejar espacio al silencio, cuándo repetir un motivo, cuándo alterar el compás”.

De este modo, observando los contrastes y tratando de encontrarles un sentido, un enfoque distinto, Judith fue creciendo. Estudió en Bennington College, después en Yale, donde se graduaría en Filosofía en 1978 y, más tarde, obtendría un doctorado además de una licenciatura en Artes. Esos fueron los años de asentar ideas y de ir consolidando sus pensamientos tempranos acerca del vivir, del ser. Fue allí donde comenzó a formular su tesis sobre el género, donde el género, para ella, dejaría de ser una identidad estable, y se convertiría en una práctica performativa, un efecto repetido del discurso. Sus influencias: Foucault, Derrida, Austin. Sus transgresiones: la noción de hombre y mujer se dislocan y dejan de ser esencias naturales. Comienzan a ser interrogantes. Nuevas preguntas. 

En 1987 publicó su primer libro, Sujetos de deseo en el que se centró en Hegel y su impacto en los filósofos franceses, siguiendo la investigación que había comenzado con su tesis doctoral. Poco a poco se fue adentrando en los posicionamientos teóricos de los feminismos y empezó a manejar conceptos como identidades nómadas y performatividad. En 1990 publicó el libro El género en disputa: feminismo y la subversión de la identidad, que tuvo un impacto teórico importante, en el que cuestionaba las bases de la identidad, abría espacio para vidas que hasta entonces habían sido consideradas anormales, ilegítimas, marginales o, directamente, invisibles. Además de pensar el género, la filósofa explora y profundiza en las condiciones materiales para que esas vidas se puedan vivir plenamente. Este libro es considerado como uno de los textos fundacionales de la teoría queer y del feminismo postmoderno y postestructuralista. Y el debate que empezó ahí, continúa.

Profesora en varias universidades

Fue profesora en varias universidades durante los años 90, y en ese período siguió con aquella exploración acerca del lenguaje. El lenguaje, plantea, no sólo describe la realidad, sino que la constituye; no es un instrumento neutro, tiene poder y es capaz tanto de construir como de herir cuerpos. Desde su juventud participó en movimientos por los derechos civiles, feministas y LGBTQ+. Durante la epidemia de sida, se unió al colectivo Act Up, que exigía respuesta institucional frente a la negligencia y el estigma. Esa experiencia dejó una huella en su pensamiento, que se tradujo en obras como Vida precaria, publicada en el año 2004, donde reflexiona sobre la diferencia y sobre el valor que se le otorga a unas vidas y a otras, cuestión que ya había tratado en 2001, con motivo de los atentados del 11 de septiembre, insistiendo en la necesidad de significar y dignificar determinados conceptos como vulnerabilidad, que no debe atribuirse a seres débiles sino que tiene que pensarse como una condición compartida por todos.

En 2012, recibió el Premio Adorno en Frankfurt y se desató la polémica tras denunciar la ocupación israelí de Palestina: "No toda crítica a Israel es antisemitismo. Hay que distinguir entre el Estado y el pueblo judío". Sufrió duras campañas de difamación, pero no cambió una coma de su discurso ni varió su posicionamiento.

Es profesora emérita en Berkeley, conocida por su cercanía con estudiantes, su interés por la pedagogía y su disposición al diálogo. Dicen que tiene un humor seco, puntiagudo, afilado. Igual que su inteligencia, que no rehúye las incertidumbres, sino al contrario, las explora, las prefiere. "Hay una ética en no saberlo todo”, dijo una vez.  Cuentan que sus clases en Berkeley son legendarias. Hay anécdotas de estudiantes viajando cientos de kilómetros para asistir a sus seminarios. De estilo socrático, aguda ironía, continuo esfuerzo por conectar las problemáticas actuales con el pensamiento ético y filosófico. Tiene 69 años y, presumiblemente, mucho que decir. Enseña, escribe y participa en el debate público. En 2021 fue nombrada presidenta electa de la Modern Language Association, consolidando su papel como figura intelectual global. Insiste, insiste, insiste. Piensa y actúa contra el dogma. Quiere saber qué ocurre con el otro. Quiere saber qué pasa con los que, normalmente, se quedan fuera. "Ser reconocido como humano es el primer paso para poder vivir una vida que merezca ser vivida". Ahí empieza todo. Y ahí seguimos.

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