Las vidas de Betty

Humphrey Bogart y Lauren Bacall. AEP
Humphrey Bogart y Lauren Bacall. AEP
La noche en que mataron a John Lennon, una vecina del mismo edificio escuchó el disparo. Pensó que quizás fuese un motor o algo rutinario de la ciudad. A la mañana siguiente, solo quedaba una estrella en el bloque. La noche de los actos, Lauren Bacall (Nueva York, 1924-2014) estuvo allí por una de sus muchas vidas.

En el presente año, uno de los mitos de la gran pantalla y el Hollywood dorado habría cumplido 100 años, aunque su supervivencia se da por asegurada. Al cumplirse también diez años del fallecimiento de Lauren Bacall, ninguno de los misterios invisibles sobre su figura y persona se han resuelto. Fue un animal de reinvención más que de camuflaje, quizás la primera mutante de un sistema de cine ya muerto. Ella, que confesó guardarse siempre unos secretos por si acaso, sentó un modo de hacer cine con carácter y una idea de la feminidad ambigua, controvertida y no menos valiente.

Bacall es una de esas raras estrellas hollywoodienses que nacieron y murieron en Nueva York. La teoría dice que quien prueba el sol californiano reniega de los inviernos por Central Park. Sin embargo, algo en la actriz la guiaba de nuevo a su barrio, al Bronx, en donde su familia sembró árbol de leña y no de fruta. Sembró lo imperecedero.

Aquello de Lauren Bacall, el nombre, fue un invento posterior, una más de sus vidas. El padre de la actriz descendía de judíos bielorrusos asentados en Nueva Jersey, mientras que su madre había emigrado desde Rumanía y llegó a Ellis Island, también judía. Del encuentro de ambos, un comercial y una secretaria, nació Betty Joan Perske. 

Pronto asomaron los intereses artísticos en una joven Betty, que destacaba por una comicidad física notable y una gran capacidad para estudiar. Aguda de intelecto, afilada en lo físico, avispada en lo vital. Pero a la misma brevedad apareció la fractura que marcaría, sin duda alguna, el rumbo de la actriz en los derroteros más íntimos.

A la edad de 5 años, el padre de Lauren Bacall abandonó el hogar y dejó a la pequeña Betty agarrada a su madre para siempre. Se había esfumado dejando un rastro de alcoholemia y deudas. La mujer recuperó su nombre de soltera y no se lo transfirió a su hija, aunque hizo saber que su vida era ya otra. La niña, ya como adulta, arrastró una ausencia allí a donde se trasladase. Por suerte, la red comunitaria judía y la familia no dejaron que ambas mujeres se hundiesen, ya que el padre tardó poco en no pasar la manutención. Betty consiguió estudiar en dos centros de prestigio gracias a la generosidad de varias familias.

En el internado para señoritas destacó como deportista y, sobre todo, como bailarina. Aunque abandonó la danza a los 15 años por cuestiones inmutables: pies grandes y físico demasiado desgarbado. Entonces la "judía modélica", expresión que su familia quiso asociarle, entendió que su camino estaba en el cine, tras los pasos de aquella mujer de grandes ojos. Bette Davis fue su mecha.

No parecía descabellado incursionar en el mundo de la interpretación. La cuestión era cómo. Para conseguir pasar de Betty a Lauren Bacall, la joven probó diferentes métodos. Se anotó en la Academia Estadounidense de Artes Dramáticas en Nueva York y cursó el primer año, ya que no pudo permitirse la matrícula del segundo al no recibir beca por ser mujer. Allí comenzó un breve romance con otro estudiante, Kirk Douglas. Por las tardes, pasaba tiempo en locales emblemáticos de Broadway, como el restaurante Sardi’s, y vendiendo ejemplares de la revista Cue mientras buscaba rostros de productores conocidos. Ocasionalmente se lucía como modelo de bañadores, por si acaso, y cada noche trabajaba como acomodadora de teatro, donde conoció a uno de sus grandes amigos: Gregory Peck.

La oportunidad apareció como en una propia película. Algunos de los posados de Betty, por entonces de 17 años, habían caído en manos de la legendaria editora de Vogue Diana Vreeland. Solo hicieron falta un par de sus llamadas para que aquella joven larga y delgada, de pelo vaporoso y brillante, mirada animal y barbilla cortada como mármol se convirtiese en portada del número de marzo de 1943. En la otra esquina del país, la esposa de un productor de renombre veía la portada. ¿Quién era ella? Salió de la peluquería y volvió a casa. Cuando regresó su marido, señaló a la joven y lo convenció para que buscase a alguien con su esencia. El productor cedió a la demanda y ordenó a su secretaria que pidiese referencias sobre la muchacha. Cuando Betty apareció en aquellas oficinas, el productor cayó rendido al encanto de una joven de 18 años. Howard Hawks fue una pieza fundamental en el Hollywood dorado, como director tanto como por guionista. Efectivamente, había encontrado al rostro que deseaba, Sin embargo, un elemento alejaba por completo a Betty de su objetivo: la voz.

Una voz mucho más grave

Cuando inició su audición, resultó evidente que el teatro y el cine son dos disciplinas diferentes. Para esa cinta de cine negro que el productor tenía entre manos, se necesitaba algo más grave. La actriz reconoció en sus memorias que durante la juventud fue "bastante impertinente, lanzada y caradura". Eso le permitió reclamar una segunda oportunidad. Durante las dos siguientes semanas, bajó su timbre y tono para hacerlo más grave. Recitó sin parar textos de Shakespeare, pero gritando.

Hawks supo que había encontrado a la actriz que haría la contraparte de Humphrey Bogart, actor que Betty encontraba soporífero. Pero antes de todo aquello, alegaron que el nombre de la joven no animaba a las chicas a soñar y, de paso, eliminaban parte de su herencia judía. El productor sugirió añadir una L al apellido de su madre y convertirse en Lauren, algo que la muchacha aceptó como condición para su primera oportunidad, aunque jamás asimiló como propio. De hecho, las personas cercanas a la actriz siempre la llamaban Betty.

Con 18 años y un insultante sueldo de 125 dólares a la semana, comenzaba su incursión en Hollywood. Howard Hawks quería adaptar Tener y no tener, la novela de Ernest Hemingway. Escritor y cineasta charlaron y el acuerdo se cerró cuando Hawks dijo: "Voy a convertir tu peor novela en una buena película". Y para ello, involucró a William Faulkner en el guion.

La participación de Bacall era reducida, pero algo cambió. Su personaje debía acercarse al cuarto de Bogart y preguntar: "¿Alguien tiene una cerilla?". Entonces él lanzaría una caja de cerillas, ella encendería su cigarrillo sin dejar de mirarle. Daría las gracias, le arrojaría las cerillas y se iría. Sin embargo, el modo en que Bacall bajó su barbilla para calmar el nerviosismo, frente a frente en directo con una leyenda viva del cine, supuso que la cámara captase una mirada nunca antes grabada.

Bogart hizo todo lo posible para calmarla. La química entre ambos era innegable y eso desquiciaba a Hawks, que esperaba acostarse con la joven. De hecho, amenazó a ambos con frenar el proyecto. Bogart la tranquilizaba bromeando y tomándole el pelo, llamándola por el nombre de su personaje, Slim. Ella, por su parte, lo escuchaba todo el rato.

"Fue más o menos cuando llevábamos unas tres semanas de rodaje, ya al final del día, y yo estaba sentada peinándome en el tocador de mi camerino portátil. Bogie entró para darme las buenas noches. Estaba de pie detrás de mí, los dos bromeando como de costumbre, cuando, de repente, se inclinó, colocó su mano bajo mi barbilla y me besó. Fue algo impulsivo, él era un poco tímido. Sacó un paquete de cerillas y me pidió que escribiese mi número de teléfono en el reverso", relata Bacall.

El escándalo no tardó en desatarse. El actor era 25 años mayor que la joven, de 19 años, y estaba casado por tercera vez con otra actriz, la cual se dedicó a acosar, difamar y agredir a Bacall. El historial sentimental del actor, por otra parte, tampoco daba cuenta de su constancia. Pero la pareja parecía empeñada en intentarlo.

Un fracaso dificil de salvar

La primera película fue un éxito. Los titulares se acumulaban en comparaciones. Marlene Dietrich, Katherine Hepburn, Mae West, Carole Lombard. Ella era todas en una. Rápidamente se lanzó a grabar la segunda, Agente confidencial, y el fracaso fue tal que los titulares la vendieron como flor de un día. Entonces, solo dos noticias podían eclipsar lo ocurrido: una nueva película con Humphrey Bogart y la boda de los dos intérpretes.

Las nupcias ocurrieron primero. Fue en 1945, en los terrenos de una granja. Bacall entró a la iglesia con la marcha de Lohengrin y Bogart, al final del pasillo, comenzó a llorar. El detalle más significativo fue el regalo del novio. En la película que habían rodado juntos, Bacall dijo una frase que no figuraba en el guion: "Si me necesitas, silba". Bogart colgó del cuello de su esposa un silbato de oro. 

Con su tercera película, la actriz se afianzaba como un rostro clave del cine negro y se desligaba del clásico de la mujer fatal. Gracias a El sueño eterno, la carrera de Bacall no sufrió consecuencias y el tándem en pantalla junto a su marido se repitió más tarde en La senda tenebrosa o Cayo Largo. Sin embargo, corría como la pólvora el rumor de que la actriz era una persona complicada, muy selectiva con sus proyectos y de carácter difícil.

Parte de aquella leyenda corresponde a Humphrey Bogart, cuyo humor empeoraba si su mujer trabajaba. “Él era muy conservador. No quería a una actriz como esposa. Me decía que me amaba, y que si quería una carrera haría todo lo posible para ayudarme, pero entonces no se casaría conmigo", contó la actriz. Bacall mantuvo constancia aunque con una menor presencia que sus compañeros de oficio entonces. Pese a ello, trabajó con Paul Newman, Tony Curtis, Gary Cooper o Marilyn Monroe, entre otros, y a las órdenes de Henry Fonda, John Ford o Vincent Minnelli.

Lauren Bacall fue la persona más amonestada por los estudios Warner durante la vigencia de su contrato por negarse sistemáticamente a rodar películas que no le gustaban. Al final, pagó el montante necesario para deshacerse del contrato con la productora.

Su padre intentó retomar el contacto

En ese momento, el padre de la actriz intenta retomar el contacto con ella, pero se niega en rotundo. Su nueva familia era otra, el Rat Pack, como ella los bautizó. Bacall y Bogart formaban parte del legendario grupo de juergas. A mayores de esta lista, el matrimonio de actores eran grandes anfitriones y era frecuente que su vecina, Judy Garland, estuviese en su casa.

Con la llegada de una nueva década, Betty estrenó una nueva vida como actriz de comedias. Se lució en películas como Cómo casarse con un millonario o Mi desconfiada esposa. Sin embargo, en lo personal, todo se complicaba. Un cáncer de esófago brutal estaba terminando con la vida de Bogart, algo que su estilo de vida entre alcohol y tabaco había nutrido.

En 1957, Bogart fallece y deja a Lauren Bacall viuda y con dos hijos. Sobre el ataúd de su esposo colocó un silbato de plata. Desorientada y a la deriva, Bacall se entregó a los brazos de Sinatra. Aquello se disolvió, pasó mucho tiempo con su gran amiga Katherine Hepburn y se encontró con una falta de trabajo, quizás por sus protestas contra la Caza de Brujas del senador McCarthy. Volvería a Nueva York, a Broadway.

"El teatro me dio lo que siempre quise. La aclamación del público, el reconocimiento, la sensación de que era parte de algo y que se me tomaba en serio", explicó en una entrevista sobre su giro hacia el teatro. Por su trabajo en la adaptación de Eva al desnudo logró un premio Tony y la enhorabuena de su icono, Bette Davis. Repitió la victoria con La mujer del año.

Retomó el cine en los años 70 y 80, con adaptaciones de Agatha Christie y alguna serie de televisión de por medio. Después, apareció en Misery, Prêt-à-Porter y El amor tiene dos caras. Por su trabajo en esta última película logró su única nominación al Oscar, aunque perdió y su reacción permanece como uno de los berrinches históricos. En 2009, la Academia le otorgó un galardón honorífico. Bacall se dedicó a hacer anuncios y ser imagen de marca, además de algún cameo en series como Los Soprano y, de manera eventual, aparecer en una obra de teatro.

En sus últimos años, la actriz pareció simplemente disfrutar de su familia y lo ganado durante toda una vida. Una tarde acudió al cine a ver Crepúsculo con una de sus nietas. Salió espantada de la sala. Al día siguiente, le regaló una copia en DVD de Nosferatu de F.W. Murnau diciéndole que eso sí que era una película de vampiros.

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