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Los mil destierros de Elizabeth Bishop

La tercera entrada de la RAE para la palabra reticencia dice así: "Expresión de un enunciado incompleto, pero que da a entender el sentido de lo que no se dice, y a veces de lo que se calla". Octavio Paz, que conoció a la poeta en México y tradujo sus poemas, dijo esto: "El enorme poder de la reticencia, que es la gran lección de Elizabeth Bishop"
Elizabeth Bishop. EP
photo_camera Elizabeth Bishop. EP

LA BIOGRAFÍA de Elizabeth Bishop se recorre mejor contando las ausencias. Nace en 1911, en Worcester, localidad conocida por aquel entonces como el corazón de Massachusetts, en Estados Unidos; un hervidero industrial donde las grandes fortunas crecían indisolublemente asociadas a la miseria de la clase obrera. Elizabeth tiene ocho meses cuando su padre muere. Su madre, como consecuencia, deja de relacionarse con la realidad, con ese mundo que le arrebató la dicha. Se olvida de Elizabeth, y de todos. Primer destierro.

La niña crece sin padre y con una madre interna en un sanatorio psiquiátrico. Las pocas veces que pudo estar con ella resultarían más dolorosas e incomprensibles que la pérdida definitiva. El desgarro sufrido por la madre era tan hondo y tan estrecho que solamente cabía ella. Trasladan a Elizabeth a Nueva Escocia con sus abuelos maternos, y allí vive en un ambiente cariñoso, pero pobre y distante para una niña que busca pisar tierra segura y aferrarse a alguien que no vaya a desaparecer. La llevan después sus tíos, y, mucho más tarde, sabremos que su tío abusaba de ella. Infancia cruel, sin agarraderas. Continúa el periplo, esta vez de vuelta a sus orígenes, con sus abuelos paternos. El Worcester de las clases adineradas, una familia que no tenía tiempo ni ganas para dedicarse a ella. Niña huérfana y más sola, segundo destierro. 

Lo que crece dentro de una niñez así puede devenir en cualquier cosa. Elizabeth Bishop se convertirá en una de las mayores poetas del siglo XX y de ella saldrán palabras de enunciado incompleto —reticentes— que darán a entender el sentido de la mayor soledad. Que nunca nombra.

Confinada en la ausencia, se hace adolescente en los mejores colegios y entra en la universidad, Vassar College, con la intención de estudiar música. Es tímida, retraída, enfermiza. Escribe. Se pasa al inglés para no enfrentarse a las pruebas públicas de piano. Allí conoce a un grupo de mujeres que integrarán, en un futuro próximo, el mundo intelectual estadounidense, entre ellas, a Mary McCarthy, y fundan una revista llamada Con Spirito, donde publicará sus primeros poemas. También se encuentra con Marianne Moore, quien, a partir de entonces, se convertirá en su mentora y amiga. Es un momento que va a marcar un giro en la vida de Elizabeth y que, a lo largo de las décadas, tendrá una subtrama repleta de sutiles significados. Amiga-madre, amiga-maestra, amiga-espejo del que querrá desvincularse. Necesitar una tierra segura y querer no necesitar una tierra segura. Tercer destierro.

Con el apoyo de Moore comienza a publicar y gana algún premio. Empieza también a viajar y a mostrar una insaciable curiosidad por los otros paisajes. Se interesa profundamente por todo lo que la rodea, aprende lenguas, plantas, animales, historias. Experimenta la vida y las formas de los otros allá donde va. Escala, pesca, bucea, rema, caza, navega por ríos y mares y atraviesa, aventurera, caminos inexplorados. Tiene asma, tiene alergia, tiene pena, cae enferma una y otra vez. Inicia otra ruta que no la salvará, aunque lo crea, cada vez: el alcohol. Y se pierde constantemente en ese caos cavernoso que parece más un grito ahogado que una biografía.

Otro poeta que un día pensó en pedirle matrimonio, otro poeta que poseía sus propias cavidades inescrutables

 Hay una amistad que la mantiene a flote, una que perdura hasta la muerte de él, dos años antes. La de Robert Lowell. Otro poeta que un día pensó en pedirle matrimonio, otro poeta que poseía sus propias cavidades inescrutables. En el libro Palabras en el aire (Vaso Roto), se capta la profundidad de esa relación a través de las cartas que se escribieron.

Llegó a Brasil creyendo que no era Brasil el destino, sabiendo, tal vez, que no existía el destino.

Sin embargo, ocurrió algo, se topó con alguien, y se quedó más de quince años. 

Lota de Macedo Soares era arquitecta sin haber estudiado arquitectura, una mujer resuelta, brillante, arrebatada, culta, obsesiva. Capaz de pensar proyectos que han quedado para la posteridad: y el Parque do Flamengo en la ciudad de Río y Samambaia, su casa privada en Petrópolis. Esa vivienda era un paraíso de modernidad en lo alto de la sierra, que sería también hogar de Elisabeth, su centro del mundo: «Tengo que dejarte porque una nube está entrando por la ventana»,escribe a Lowell.

Bishop vivió un amor apasionado y conflictivo, sin ningún referente, sin los asideros que siempre necesitó. "Queridísimo Cal (Robert Lowell) Aquí soy profundamente feliz por primera vez en la vida. Ella quería que me quedara. Ciertamente lo que yo no quería de ningún modo era vagar por el mundo aturdida por el alcohol el resto de mi vida".

Caería después como alguien que lo pierde todo en la caída, como alguien que, mientras va cayendo, se despoja de lo que es y se va llenando de vacío. Pero antes de ese final, allí, en Samambaia, escribirá y ganará el Pulitzer por su obra ‘Una fría primavera’, vivirá una revolución política, traducirá, escribirá un libro de viajes y publicará regularmente sus cuentos en el New Yorker.

Durante ese periodo se encontraba con Lota y se desencontraba con Lota. En los momentos de soledad, a pesar de todo, volvía a beber. Cuarto, quinto, sexto destierro. Si la casa de Samambaia, con su estudio mirando a la cascada, a la exuberancia de la naturaleza, con la vida entrando por la ventana, permitió a Elizabeth pisar tierra firme por primera vez, el Parque do Flamengo —un proyecto monumental que metería al Río de Janeiro tumultuoso, desigual, en la modernidad del mundo— hizo que el suelo comenzara a temblar. Lota se adentró en él y no pudo salir. Detrás de esa pulsión había asimismo vacíos que llenar, luchas que ganar.

El fracaso se cernió sobre ella y la cubrió de lodo. Tras años y años de conflictos políticos, administrativos, de ataques personales a su valía, a su coraje, Lota se rindió. Y ese huracán que, en un primer momento, había arrastrado a Elizabeth a su lado, la alejó, definitivamente, al recogerse y desaparecer. El impulso, que fue casi un bramido contra las normas y el pensamiento de una sociedad, durante décadas, se agotó por siempre. De la depresión posterior no se recuperó nunca.

Después de ingerir demasiados somníferos como para ser una casualidad, la poeta la encuentra inconsciente, muy lejos ya


 Elizabeth se iba y regresaba, en un constante tira y afloja de un amor demasiado al límite. Una vez instalada en Nueva York, con el destierro pegado a las entrañas, Lota le hace una visita de final trágico. Después de ingerir demasiados somníferos como para ser una casualidad, la poeta la encuentra inconsciente, muy lejos ya. Morirá pocos días después, un septiembre de 1967.

Elizabeth Bishop vuelve a Brasil, a una localidad llamada Ouro Preto, en la que había comprado una casa. Vive allí un tiempo aplastada por los recuerdos. No se queda. No se acaba de ir. En 1969 se publica el volumen Poemas completos y le conceden el Premio Nacional de Literatura. Los años posteriores dará clase en Harvard y ganará más premios. Escribe, en 1975, un poema que es considerado el epítome de su obra, de su biografía, de su reticencia existencial. Un poema titulado Un arte, que comienza así: "El arte de perder se domina fácilmente;/ tantas cosas parecen decididas a extraviarse/ que su pérdida no es ningún desastre./Pierde algo cada día. Acepta la angustia de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano./ El arte de perder se domina fácilmente./Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:/ lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar".

Morirá de un aneurisma cerebral, en 1979, a los 68 años. Calló mucho más de lo que escribió, poco más de cien poemas. Y sólo con eso contó la ausencia, la belleza, el amor, la tierra escurridiza y ajena, los mil destierros.

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