París está en el confín de Galicia

Viladervós. EP
Viladervós. EP
  Wim Wnders encontró París en un rincón perdido de Texas. Yo lo encontré una vez en el confín de Galicia.

Recuerdo aquel libro, Vilardevós, de Silvio Santiago. Recrea un pequeño pueblo que está en el límite de la provincia de Ourense, junto a la frontera de Portugal.  Me encantó y pienso en él de vez en cuando. Lo recuerdo de forma confusa tengo que leerlo otra vez. Pero recuerdo sobre todo que me fascinó. 
Vivían una serie de personajes curiosos. Uno que seducía a todas las mujeres. Otros que se dedicaban al contrabando. Y uno que le puso a su tienda de ropa La Elegancia Parisiense. 

La elegancia y la libertad de París estaban en aquel rincón de Galicia. Todo el perfume de la palabra París se soltaba en aquella calle.

Cuando yo pisé ese pueblo, en los años 80, ya no estaba ese comercio. Pero seguían las calles muy sugerentes. Hablé con un hombre que recordaba a Silvio Santiago. Y recordaba a los personajes de su novela. Recordaba sobre todo al hombre que seducía a todas las mujeres.

Silvio Santiago supo crear una atmósfera. Convertir un rincón apartado en un espacio literario fascinante. Destilar el interés de la vida en las calles de un pueblo apartado. E instalar París en Galicia. 

Para mí ese libro era tan sugerente como los de Cunqueiro, como los de García Márquez. Silvio Santiago debería ser mucho más reconocido y reeditado. E incluso traducido. Invito a alguien a que lo haga.

 Cuando me acerqué a ese pueblo, con una furgoneta Renault, la gente creía que yo era contrabandista. No se fiaban de mí, les decía que era profesor de instituto, pero no se lo tragaban. Una mujer me dijo: Si es profesor en Verín conocerá a mi hijo que estudia allí. Le dije: En el instituto hay 1500 alumnos, señora, es difícil conocerlos a todos. Pero seguro que me conoce su hijo a mí. Pero la señora no se convencía. Para ella yo era un contrabandista. 

Y de algún modo si lo fui. Porque durante un año di unas clases de español en Chaves, en una universidad que dependía de la de Lisboa. También aquello era un rincón perdido de Portugal, pero estaba conectado con la exquisita Lisboa.  Y me gastaba buena parte del sueldo portugués en libros portugueses. Y los pasaba a España sin pagar aranceles. De modo que tuve el mérito de ser un poco contrabandista. 

Silvio Santiago y Eduardo Blanco Amor /EP
Silvio Santiago y Eduardo Blanco Amor /EP

Recrear la realidad, aunque sea la más humilde, y convertirla en algo muy interesante, es algo que hace la literatura. Enseñarnos lo más valioso de las cosas, enseñarnos a verlas. La literatura muestra a la gente lo que ella no ve. Y tampoco se lo dan los científicos. La literatura muestra la atmósfera, lo que no son datos y reglas. Y poner París en Vilardevós. 

En cambio en Verín algunos me decían cuando conseguí regresar a Compostela: Compostela está muy lejos. Y me daba la risa. Porque los que estaban lejos eran ellos. 

Algunos despreciaban a los portugueses, cuando para mí el mayor encanto de Verín era estar cerca de Portugal. Y quisieron hacerme firmar un papel para echar a los gitanos. Pero yo siempre fui medio gitano y no podía firmar contra mis cofrades. 

Y Verín no tiene una novela que le dé brillo. Pude escribirla yo, pero no lo hice. Podría ser Los muertos en Verín, donde hablaba de que los sumergidos en la laguna Antela, cerca de Xinzo, se paseaban por las calles de Verín. Que un día fueron tan elegantes, a la sombra del castillo de Monterrei, y de una de las primeras imprentas que se instalaron en la península ibérica. 

Sería una ampliación de un artículo que publiqué en La Región y que le gustó a mucha gente. 

Pero creerse los únicos del mundo e ignorar todo lo demás es malo para la literatura. También algunos norteamericanos desconocen todo del exterior, confunden Grecia con Guatemala. Supongo que son los de Trump. 

Lo libre y lo escogido están en los sitios más inesperados. García Márquez convirtió el pueblecito Aracataca en la inmortal Macondo. Y Silvio Santiago puso París en Vilardevós.

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