Lo que importa es regresar

Concierto en Primavera Sound de Oporto. EP
Concierto en Primavera Sound de Oporto. EP
Al final de aquellas filas en el Parque da Cidade, en Oporto, debía esconderse lo soberbio, como en el camino de baldosas amarillas en Oz. Todo el mundo buscaba a su mago y su milagro. La edición portuguesa del festival Primavera Sound es un espejismo en diferido que solo reconoces como tal una vez ha terminado.

DORMIMOS frente a la estación de Campanhã y durante los 40 minutos de cada viaje en metro entendimos cómo nos veía la ciudad. Era fácil reconocernos, no solo por la pulsera. Flota algo frente a la cara de las personas que van a entregarse a la música y a la libertad durante días. Es un croquis de la fiesta y cada persona lleva uno distinto, en función de sus deseos.

En la cola para entrar al Primavera Sound dejas de ser especial, aunque también pasas a formar parte de un grupo diferenciado. Este trámite es fundamental para la experiencia. Ahí te dejas la pretensión y el ánimo enturbiado, y una versión decantada de ti mismo se une al ruedo. Entonces, te acercas a una de las muchas barras. Suenan unos acordes en el escenario principal. El tiempo ha volado en ese no-tiempo. Comienza el festival, no es un ensayo para nadie más. Ni para ti. Somos los últimos y corremos en grupo.

Miré a mi alrededor para asegurarme que el grupo se completaba, vigilando los labios que se movían al ritmo de la letra. El cielo se anaranjaba y el vocalista del grupo Fontaines D.C. se acompasaba al sentimiento con uno de los mejores versos de su último disco: And maybe romance is a place (Y quizás el romance es un lugar). Parecía una pregunta y a la vez un desafío, una promesa y una profecía de lo que nos esperaba al frente. En mi cabeza le respondo que sí, sí lo es. Después de varias pantallas luminosas en las que pedían la liberación de Palestina y señalaban como ilegítimo y genocida a Israel, Fontaines D.C. cerró su acto.

Mi grupo se ancló a uno de los escenarios menores para caer bajo el hechizo de Magdalena Bay, una de las revelaciones pop alternativas del año pasado. Opté por ignorar su inicio y acercarme a la iglesia de Anohni and The Johnsons. El aforo era mucho menor y en su modo de expresarse se percibía su disgusto. Magdalena Bay había robado su foco. Sin embargo, los movimientos de su vestido blanco al compás de Why Am I Alive Now? evidenciaban en Anohni su carácter de estrella.

Era Billie Holiday, eran el pasado, el jazz y la voz; todo ello sobre un fondo marino cambiante. Anohni introdujo científicos hablando en su show. Ofrecía una experiencia de catástrofe: el mundo se acaba y solo se necesitan cuatro grados más. Cantó sobre esa temperatura y la angustia se hizo excesiva. Abandoné la ladera-anfiteatro. Magdalena Bay me solicitaba simplemente bailar.

Con la conciencia acallada, el pulso comenzó a agitarse. En el mayor escenario y el mayor público, miles de personas esperaban a oscuras. Las luces atravesaron todas las retinas y una lona verde rota y gastada se desplegó. Podía leerse Brat. Charli XCX a solas tomó el espacio sin ayuda de nada. La siguiente hora solo puede definirse como caos orquestado.

El fenómeno del año mostró su razón de serlo y cada cuerpo respondió a los neones epilépticos que versaban Party girl y a las letras de 360, Girl, so confusing o Von Dutch. La capacidad de una estrella se mide así, en ese modo de agitar a la masa. La indiferencia no resultaba posible. Para mantener el nivel, Caribou y The Dare entregaron más electrónica. El reloj indicaba la madrugada. Llegamos al amanecer; después, a la cama.

El viernes y una capa de nubes se despejaron al final del concierto de Been Stellar, que quieren salvar el rock con una propuesta grunge. Les falta experiencia, pero serán algo. Pagamos los beats del día anterior con una tarde calmada. El mundo permanecía sentado en un enorme rebaño y la música sucedía como acto involuntario.

Espectadores, en todo el significado. Vaso en mano, nos arrastramos bajo una luz digna de Eric Rohmer y Alice Rohrwacher. El atardecer nos pisó de nuevo en la disyuntiva: unos a Michael Kiwanuka y los menos, a Aminé. El posterior ánimo apagado de los primeros me otorgó la victoria.

El rapero Aminé ha estrenado uno de los discos del año, 13 Months of Sunshine, y su directo es un recital de pura diversión, carreras y cantos de iglesia soul al público. Cerveza en mano, porro en otra, gafas de sol y alguna broma de vez en cuando. Los clásicos de Aminé movían a un público de evidente juventud y afluencia algo pequeña, quizás. Arc de Triomphe y Vacay bastaron para justificar la alegría. El trampolín para sobrevivir a la noche.

Renuncié a Beach House y su pop onírico, mientras el grupo se deleitaba con ellos y la brasileña Liniker, una revelación. Este año, Primavera Sound Porto añadió a sus escenarios una cúpula cubierta de dos plantas, como si Mad Max sucediese en Berlín. El Cupra. Dentro, el aislamiento queda garantizado. Alcé la vista y encontré ojos de amor en una esquina de la pista de baile. Unas palabras y varias sonrisas esfumaron las siguientes horas de mi calendario. Fui incapaz de pronunciar bien su nombre, así que le llamaba Baby. De fondo, Deftones, Denzel Curry, Central Cee y Fcukers pusieron banda sonora a mi concierto particular con acento francés.

A la mañana siguiente llovía y de las aceras se fugaba el calor anterior. El sábado, al igual que cada día, comimos un pan caliente relleno de lo que quedase. Nos sobrevino la calma consciente de un final. Por eso preferimos explotar el Parque da Cidade y hacer caso a los azafatos de cada puesto.

El sonido de Parcels no permitía disfrutar de la banda, así que nos acercamos con tiempo al escenario de Carolina Durante. Comenzamos siendo menos de cien personas y terminamos el concierto sin superar las cuatrocientos. La banda de Diego Ibáñez tiene la fama merecida y son parte de nuestro momento. Allí, nada se gritó más alto que eso que cantan de: “Mis amigos suman más que mis demonios”. Brillaba el sol, el polvo de nuestros pies pintaba el aire. Éramos dorados, no de oro; pero bastaba.

Decidimos observar a las miles de personas desde un alto. Sin saber cómo, la luz volvía a marcharse en Matosinhos. Encontré el tacto querido del día anterior y todos pausamos el ritmo para deleitarnos con las Haim. Sacarán un gran disco y su directo, aunque sencillo, conserva la esencia de las viejas estrellas. Solo alguien muy serio sobre su arte puede comportarse con esa ligereza. Relationships llevó al éxtasis general.

Después, Jamie xx y Floating Points demostraron por qué los suyos son dos de los mejores discos del año pasado. El suelo bajo nuestros pies vibraba en esos terremotos electrónicos. Ningún club es tan grande como la voluntad de una persona por bailar.

El retorno llegó tan apurado el domingo que no dije au revoir. Salí de mi calma absoluta después de estos meses y atravesé un valle de fuegos artificiales y caras amigas y extrañas. Recalamos en la playa y el aire nos expulsó. Más allá de las sonrisas inevitables, vestíamos nostalgia de lo que quedaba atrás. Eran esas y no otras las posibilidades de esta vida; de sentirse vivo. Pero en la felicidad, como en cualquier otro viaje, lo que importa es regresar intacto. Solo así uno sabe dónde ha estado.