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Adiós a Sánchez Ferlosio, el genio del Submarino

Armado con una inteligencia celestial y con una cultura imperial, vivió contra esto y aquello. Rafael Sánchez Ferlosio, nacido en Roma en 1927, falleció ayer a los 91 años en Madrid tras haber quebrado la literatura española con El Jarama y logrado los premios más reputados. «Me dan demasiados», censuraba.

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photo_camera Rafael Sánchez Ferlosio (EFE)

NADA MÁS ACABAR de escribir Soldados de Salamina, Javier Cercas envió el mecanoescrito a Rafael Sánchez Ferlosio. Entendía que el agradecimiento era necesario. Ferlosio le había contado una anécdota fascinante de su padre. Rafael Sánchez Mazas, fundador de la Falange, iba a ser fusilado junto a otro medio centenar de nacionales en un monasterio de Girona. Estaba lloviendo, se puso nervioso. Se le cayeron las gafas. Al agacharse a recogerlas, escuchó disparos de ametralladora barriendo a sus compañeros de infortunio. Se hizo el muerto.


Ferlosio abrió el sobre con el original en su casa de Prosperidad, en Madrid, donde vivía con su segunda esposa, Demetria. Lo dejó en algún sitio que no volvió a recordar. Era una novela y él no leía novelas. Esa mañana recordó que su madre, Liliana Ferlosio, narraba que había escapado de Madrid en agosto de 1936 a la Roma en que su padre era banquero. Su marido, Sánchez Mazas, había estado corriendo en un parchís a vida o muerte perseguido por controles milicianos.


Sánchez Ferlosio se asomaba a la adolescencia cuando supo que los amigos de la familia habían ganado la guerra en España. Su padre pasó de ser un animal aterrado en fuga a ser un dignísimo ministro sin cartera. Refractario a la disciplina, el chaval volvió a Madrid con un bachillerato suspenso que fue convalidado en su integridad.
Una tarde estaba en casa jugando al Meccano con su hermano Miguel y llegó José Antonio Primo de Rivera. El dios del falangismo les hizo bromas y carantoñas. «Era extraordinariamente guapo y tenía encanto hasta en el timbre de voz». El jovencito comprendió su situación en el nuevo orden político español, aunque acabe por desaprobarlo: «El fascismo consiste en no limitarse a hacer política y hacer historia».
Los aprobados obtenidos por la posición paterna le permitieron estudiar Filosofía en la Complutense. Conoce a Carmen Martín Gaite. Se casan en 1953 en un matrimonio que sobrevive 17 años. No sobrevive un hijo, que muere de bebé; pero sí una hija, que acaba falleciendo con 29 años, en 1985, consumida por la droga.


En 1955 Sánchez Ferlosio publica El Jarama, un prodigio de pulso y oído. Logra lo improbable: unanimidad en el jurado del premio Nadal y unanimidad entre los sabios, que le conceden el premio de la Crítica en 1957. El escritor brilla con tanta fuerza que siente pánico. «Me dieron hasta un banquete en el café Varela, y, tal vez ya semiconsciente del enorme bluff, sentí tanta vergüenza y tanta agorafobia que incurrí en la terrible grosería de no levantarme a dar las gracias por el homenaje y los varios discursos».


Igual que su padre había escapado de los republicanos, él escapa de la «amenazadora sombra del grotesco papelón literario que tras el éxito de ‘El Jarama’» oscurecía su libertad. Se refugía en su casa, donde desaparece entre libros de gramática. «Cuando un clérigo da lugar a algún escándalo, la discretísima Iglesia católica, lo retira rápidamente de la circulación, y al que pregunta por él se le contesta indefectiblemente: ‘Oh, se ha recogido para dedicarse a altos estudios eclesiásticos’».

Las jornadas requieren un esfuerzo sobrehumano: escribe y lee durante cuatro días alimentándose de cajas y cajas de anfetaminas.


Sus «altos estudios» empiezan corriendo las cortinas de una habitación hasta que la opacidad es total. La apoda El Submarino. «Un verano en el que me quedé solo en Madrid llegué a arrancar el cable del teléfono». Las jornadas requieren un esfuerzo sobrehumano: escribe y lee durante cuatro días alimentándose de cajas y cajas de anfetaminas. Su esposa le deja bandejas en la puerta de la guarida. La retira cuando ve que ha comido.


Ferlosio aguanta a ese ritmo hasta 1970, como su matrimonio. Miguel Delibes, experto en maridos fallecidos, es quien mejor augura el fin de la relación: «Carmen es como una viuda que tuviera el muerto en casa». La «bendita Dexedrina», que lo mantenía inasequible al insomnio, deja de venderse en las farmacias. Llega la democracia, que al escritor le gusta tan poco como la dictadura: «Las farmacias venden anfetaminas de peor calidad y hay que presentar papeles para comprarlas».


No para de escribir y no se para a publicar. «He escrito doscientas  veces más de lo que he publicado». A veces saca libros y recibe los premios más reputados: Cervantes, Nacional de Ensayo, Nacional de las Letras,... Los acepta porque vive de ellos, pero no sale de su monasterio en Prosperidad, aunque nadie quiera fusilarlo. Pierde la cuenta de las horas y los días. «¿Y qué hora es?”, pregunta un personaje de El Jarama. «La de no preguntar la hora que es», le contestan.


El pontevedrés Benito Fernández  (Tomiño, 1956) intenta hacerle una biografía en 2012. La escribe, pese al rechazo del protagonista. «No es nada contra su persona», le aseguró. «Es que no soy apropiado. No tengo más que anécdotas y nimiedades. Las biografías solo se hacen a los muertos. Yo tengo 85 años. No tendrá que esperar mucho».

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