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La revolución en marcha

Fernando Jáuregui ofrece en ‘La ruptura’ una crónica fundamental de cinco décadas y la memoria personal de hechos y personajes

SEÑOR DIRECTOR:

Esta profesión de periodista es bonita, tal como le dijo a Fernando Jáuregui su padre cuando este, con veinte y muy pocos años, partía hacia Lisboa como corresponsal. "Tú, que tienes una carrera tan bonita…" suponía la bendición paterna para la elección vocacional y vital del hijo, frente a los caminos que le abriría la opción de haber hecho Derecho en Icade. Así se siente, como un recorrido bonito, cuando, después de cinco décadas de ejercicio del periodismo, es más lo que vemos en el espejo retrovisor que el horizonte que podamos intuir o soñar por el parabrisas delantero. La mejor cosecha que se puede obtener es un jardín para cuidar e imaginar, algunos libros, música y salud para saborear la soledad que llega como inevitable resultado de formar parte del pasado, también cuando se fue testigo de algunos momentos históricos, no tantos como cree el ego de los políticos, que supera siempre al del gacetillero.

Sin nombreLo mejor del periodismo es retirarse a tiempo. Casi como un reproche, cumplidos los cuarenta, a mí me lo recordó el ya entonces viejo Assía en Xanceda, a donde se retiró después de haber recorrido todos los caminos y más. Fue y es bonito el periodismo que ejerció y ejerce Fernando Jáuregui, como le pronosticó su padre en los inicios juveniles. Es su forma de ser-enel-mundo. Esa es la impresión y el balance que el lector obtiene de ‘La ruptura’: el testimonio de una vida plena. Transpira la satisfacción con el objetivo cumplido: estar de acuerdo con uno mismo. Donde quiera que sea, su padre se sentirá orgulloso del hijo.

Los que se reparten las tertulias por afinidades, consignas y servilismos, claro que lo ignoran y ya no lo convocan: no hay espacio para los versos libres, para la independencia de criterio.

No hay estación de destino

Fernando Jáuregui es uno de los testigos directos de la Transición, en primera línea de los acontecimientos que marcaron estas últi mas cinco décadas, por su práctica del periodismo al pie del acontecer es un privilegiado testigo del acontecer y los protagonistas, con los que supo mantener las distancias, la independencia, aunque no oculte algunos nombres por quienes sintió admiración. Es uno de los grandes periodistas de todo este tiempo, un profesional entusiasta de su vocación que continúa, como muy pocos, la presencia a pie de obra.

Publica ahora una crónica fundamental de un período que se va, que se rompe, una crónica que contiene unas memorias originales. Eso es ‘La ruptura’. Cuenta momentos claves del pasado, da anécdotas y perfiles de personajes que fueron fundamentales y además, fino y libre analista, nos avisa que esta ruptura actual, con el 78, con González, con los valores de la reconciliación nacional frente a las trágicas dos Españas, no dispone de diseño en ninguna pizarra, incluso imaginaria como la de Suresnes. "Tenemos la sensación de que esta vez el tren avanza a una velocidad nunca antes conocida y, para colmo, hacia alguna estación que el conductor, si es que efectivamente lo hay, quizá no conoce. Acaso no haya estación". Añado, señor director, que ni los protagonistas cuentan desde fuera o desde dentro con referentes sólidos a los que escuchen. Un buen mapa, una buena brújula y la opinión de un guía con experiencia lo consideran una debilidad.

En el libro de Fernando Jáuregui no hay nostalgia ni concesión a la misma, incluso cuando es crítico por comparación con el presente. No hay batallitas de abuelo: hay información de interés sobre acontecimientos y personas, también para lo que nunca sabremos totalmente como el 23-F o Juan Carlos y Suárez. La admiración por Suárez permanece, como político y como persona, con zonas de sombras, las normales que todos guardamos de la luz. En su monarquismo confeso, abierto a la racionalidad y a la crítica, el testigo directo de la Transición baja del pedestal a Juan Carlos I, «un personaje lleno de valores, pero con enormes claroscuros, que me temo que la Historia habrá de recordar, con no demasiada complacencia en su momento». Se pregunta si los periodistas y la propia clase política, empezando por los presidentes del Gobierno, "no deberíamos habernos planteado una mayor severidad para con el monarca . Quizás se hubiese evitado que el jefe del Estado se despeñase por una pendiente peligrosa, por la que acabó cayendo". Elogia, admira y respeta a Felipe VI, al que al cumplir 18 años le hizo la primera entrevista para El País. "Tendría que luchar contra la personalidad, la egolatría y contra algunas acciones cuestionables de su propio padre".

Confesión de vida

Le decía, señor director, que ‘La ruptura’ es un libro de memorias, además de una crónica fundamental para conocer más de un período que se va, que se rompe y de sus protagonistas en el poder y la política. Es una ejemplar lección de sinceridad, un testimonio o confesión de vida, y un auténtico y honesto examen de conciencia profesional y vital, método que pudiera quedarle de su paso por los jesuitas. Es una original y trabajada técnica de narración memorialística. Mantiene la tensión, la atención, abre la necesidad de seguir la lectura, que facilita la ajustada dimensión de cada capítulo y engancha. Hay algo de técnica narrativa cinematográfica, de serie que nos obliga cada noche a sentarnos como una adicción ante la pantalla. En un pasillo del colegio el P. Chamorro ya le pronosticó a Jáuregui que podría dar un gran periodista. Acertó aquel jesuita en el fondo, su disposición permanente para ir tras la noticia, su agenda de buenas fuentes, y en la forma, cómo lo cuenta tanto cuando escribe como cuando habla.

‘La ruptura’ son 53 amenos capítulos, para contarnos «la revolución en marcha que no supimos ver». Si hacemos una apropiación periodística de Ortega, podremos decir que estamos en una ‘crisis histórica’: cambio en el sistema de convicciones, parece claro, y con la «generación» como factor del cambio histórico (Fusi), parece también evidente. El proceso se decretó con el punto final para la generación de la Transición. Iglesias por un lado y Zapatero desde el poder pusieron la máquina en marcha. Ahora se suma, presente en el momento y la técnica de la narración, el coronavirus, el apocalipsis que descubrimos en marzo de 2020 y los cambios que provocará.

Almuzara, la editorial del exministro Manuel Pimentel, aquel que se fue en taxi de la deriva autoritaria de José María Aznar, lanza dos mensajes de promoción de la obra:1) el sistema democrático que hemos conocido desde el 78 se rompe. Y 2) "Este libro me costará el exilio", lo que es una provocación, que al tiempo refleja que Fernando Jáurregui en un ejercicio de independencia, que le define en toda su trayectoria, rompe amarras con el poder, o los poderes, tanto a la hora de hablar de los personajes de los que se ocupa, incluidos los que admiró y respetó, como de las situaciones que narra. Tampoco hay ajuste de cuentas con personas o situaciones del pasado aunque hay testimonios de frustraciones y desmitificaciones como la de Tierno Galván como alcalde de Madrid y como supuesto actor de la oposición franquista. El libro es la suma de una trayectoria profesional como verso libre, como ejercicio independiente del periodismo, y distanciamiento.

De usted, s.s.s.

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