Blog | Que parezca un accidente

Me parece que soy de la quinta que vio el Mundial 78

HAY ETAPAS felices de mi vida que echo de menos, como es natural. No creo que sea necesario detenerme demasiado en esto. A fin de cuentas, es algo que le sucede a todo el mundo. Sería una aclaración innecesaria y no me pagan por ser innecesario. No siempre, al menos.

Hay otras etapas felices de mi vida, sin embargo, que no extraño en absoluto. No me producen añoranza. No las rememoro y siento que se revelen como parte de un pasado tristemente inalcanzable. Tampoco experimento el deseo de volver. Y la causa es definitiva: uno solo puede tener nostalgia de aquello que considera irrecuperable. De lo que alguna vez fue pero ya no es ni será. Y ese es precisamente el motivo por el que no podría echar de menos esas otras etapas felices de mi vida. Porque no dejo de tener la sensación de que, en cierta forma, continúo viviendo en ellas. O mejor dicho: que continúo viviéndolas. A secas.

Ilustración para el blog de Manuel de Lorenzo. MARUXAHay un verso en la canción Crímenes perfectos de Andrés Calamaro que siempre me ha llamado la atención: "Me parece que soy de la quinta que vio el Mundial 78". Cuando lo escuché por primera vez me resultó extraño. Calamaro nació en 1961. Casi era mayor de edad cuando se celebró el Mundial de Argentina y, por lo tanto, carecía de sentido decir que le parecía formar parte de esa generación: sencillamente, formaba parte de ella. Con el tiempo, sin embargo, empecé a pensar que esa frase podría tener otra lectura. A través de la canción, el músico argentino nos descubría que le parecía ser de aquella quinta. Que le parecía serlo en ese momento, mientras la escribía en 1997. Que tenía la sensación de seguir estando allí. En 1978. Viendo en directo el Mundial. Viviendo en aquel año de "paranoia y dolor".

No sé si esto se ajusta a la realidad o se trata de una licencia, pero a mí sí me parece que continúo viviendo a día de hoy algunas de las épocas más felices de mi vida. Me parece que sigo viendo a mi padre pasar por delante de nosotros en el jardín de casa, dirigiéndose a su pequeño huerto, saludándonos con una sonrisa mientras la vida avanzaba lenta y despreocupada y el verano parecía durar para siempre. Me parece que continúo viviendo en los primeros años de universidad, en aquel piso diminuto y mal hecho que para nosotros tenía hechuras de palacio, donde todo era posible y el futuro se reducía a una apasionante incógnita. Tengo la sensación de seguir tocando con mi grupo de entonces, descubriendo el mundo a base de golpes, grabando maquetas que llenábamos de canciones y de un optimismo ingenuo y envidiable que hoy se me antoja enternecedor. Me parece que sigo llegando por primera vez con ella a la que ahora es nuestra casa, comenzando los dos una vida nueva llena de cajas y de maletas y de planes y de expectativas. Me parece que sigo anotando naderías en un blog, soñando con ganarme algún día la vida escribiendo.

Son etapas que no extraño porque, de algún modo incierto, tengo la impresión de continuar viviendo en ellas. Acaso para siempre. Aunque algunos días pienso que quizá lo que sucede es otra cosa. Que quizá, de vez en cuando, uno echa de menos otras épocas incluso más de lo que se atreve a reconocer. Claro que eso, en definitiva, es lo que le ocurre a todo el mundo. Resultaría innecesario contarlo. Y no me pagan por ser innecesario. No siempre, al menos.

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