Blog | Que parezca un accidente

De todos los bares de todas las ciudades del mundo

ESTABA CONVENCIDO de que se salía del centro comercial por la quinta planta. Era uno de esos edificios construidos sobre una pendiente, a los que se accede por los pisos superiores y se va descendiendo hasta llegar a los departamentos del sótano. Una vez allí, después de ver todo cuanto había ido a ver, que no era nada, entré en el ascensor y pulsé el botón de la quinta planta. Por lógica, si había entrado por arriba tendría que subir hasta el piso más alto para poder regresar a la calle. Era puro sentido común.

contra maruxaConmigo subió un tipo trajeado. Llevaba consigo un maletín y una carpeta. Tenía toda la pinta de ser de la ciudad. Incluso de trabajar allí al lado. Me preguntó si iba a la cuarta planta y contesté no. Señalé los botones del ascensor y comenté que me bajaba en la quinta. El tipo compuso una mirada de extrañeza y pulsó el botón con el número cuatro. Al llegar arriba volvió a mirarme y preguntó de nuevo si me bajaba allí. Cuando le repetí que no, me respondió: "En la quinta no hay nada, la salida a la calle es por aquí".

El momento era clave. Podía hacer caso de lo que me decía aquel señor, que daba la impresión de saber de lo que hablaba, o mantenerme en mis trece. Salir del ascensor en aquel instante suponía reconocer que yo no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Permanecer en su interior, fiel a mis propias decisiones, impermeable a las recomendaciones de un desconocido, le enviaba a aquel tipo un mensaje definitivo: yo ya sabía por dónde se salía del edificio; si había pulsado el botón de la quinta planta era porque quería ir allí.

Cuando estás metiendo la pata, la tozudez es un poderoso aliado

En situaciones así, cuando la realidad te da la espalda y todo indica que estás metiendo la pata, la tozudez se convierte en un poderoso aliado. Te ayuda a conservar la dignidad. A ocultar que eres tan bobo como pareces. Aquel tipo debió de marcharse pensando en lo mal que había quedado señalándole la salida a alguien que no quería salir. La huida hacia adelante, especialmente cuando se basa en la autoafirmación, es un recurso que distingue a los individuos hechos y derechos de los apocados e indecisos. Dejé que la puerta del ascensor se cerrase, subí a la quinta planta satisfecho de mi pequeña victoria y comprobé que, en efecto, allí no había absolutamente nada.

Hice tiempo para no encontrarme con el tipo trajeado en la puerta del centro comercial y, por fin, bajé al cuarto piso para salir a la calle. Caminé hasta el bar en el que me había citado con un editor al que llevaba tiempo queriendo conocer, comprobé que todavía no había llegado y me senté en una mesa. Al cabo de unos minutos, vi cómo el tipo del ascensor entraba en el local.

"De todos los bares de todas las ciudades del mundo, ha tenido que entrar en el mío", pensé. Al reconocerme e intuir lo que había sucedido, lo ridículo de mi viaje en ascensor hasta la quinta planta para regresar inmediatamente a la cuarta, el tipo apartó la mirada y esbozó una ligera sonrisa de complacencia. A medida que se acercaba a mí pude fijarme en su carpeta y enseguida distinguí en ella el sello de la editorial.

"¿Eres Manuel de Lorenzo, no?", dijo mientras apoyaba el maletín en el suelo y se preparaba para sentarse a mi lado. "Pues no, se equivoca de nuevo", le respondí. Y abandoné el bar en el acto, orgulloso de haber vuelto a vencer.
 

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