Blog | Que parezca un accidente

Volver a fumar

QUÉ DIFÍCIL es abandonar un hábito. Y no me refiero a tomar el café templado, dormir con un pie por fuera del edredón o ir al cine los domingos. Me refiero a un hábito de verdad. A uno de esos que se te agarran al pecho como una bronquitis mal curada y no te sueltan en toda la vida. Me refiero a los hábitos traidores que un buen día dejan de ser una simple costumbre y se convierten en una necesidad. Qué difícil es abandonar esos hábitos que ya no controlas y que toman decisiones por ti, a veces contra tu propia voluntad. Esas rutinas invisibles que cumples a rajatabla sin darte apenas cuenta porque forman parte de tu organismo y que ni siquiera te cuestionas, como no se cuestiona uno la circulación sanguínea o la respiración. Qué difícil es acostumbrarse a una vida sin hábitos. Qué difícil es perder la costumbre. Qué difícil es, por ejemplo, dejar el tabaco. Y qué difícil es, por idénticas razones, volver a fumar. Hoy se cumplen cuatro semanas desde que volví a fumar.

Volver a fumar

Hay quien puede pensar que es un ejercicio sencillo. Que basta con comprar una cajetilla de tabaco, extraer un cigarrillo, encenderlo y aspirar una bocanada de humo. Pero en realidad cuesta mucho vencer a la inercia y dejar atrás el hábito de no fumar. En mi caso, son tantos los meses que llevaba sin probar el tabaco que había desarrollado ya ciertas manías. Durante mi etapa como no fumador solía dejar en casa el mechero, por ejemplo, puesto que consideraba innecesario llevarlo conmigo. Cada vez que decidía no echarme un pitillo ya fuese en la calle o en un bar, porque en los bares está permitido no fumar— me palpaba los bolsillos y me alegraba de no llevar un mechero encima, ya que es un objeto al que resulta muy complicado darle un uso lógico y natural cuando uno no es fumador. "Menos mal que no tengo mechero —pensaba yo—. Parecería un loco intentando no encender nada".

Reconozco que al principio se me hizo extraño. Echaba de menos esos momentos después de comer o en los descansos del trabajo en los que estaba acostumbrado a no encenderme un cigarro. Mi hábito era tan fuerte que, cada vez que quedaba con mis amigos para ir a tomar unas cañas en una terraza, el cuerpo me pedía no fumar. A veces me despistaba y, cuando quería darme cuenta, llevaba por lo menos un par de horas sin encenderme ni un miserable pitillo. Incluso mi novia me reprendía de vez en cuando por mi falta de voluntad: "Oye, Manuel, estas cosas hay que tomárselas en serio. Si decides que vuelves a fumar, vuelves a fumar. No puede ser que a la mínima te olvides del tabaco. Esfuérzate un poco". Qué difícil resulta explicarle a un fumador que el mono físico de tener unos pulmones limpios desaparece a los pocos días, en efecto, pero a nivel psicológico hay gente que es no fumadora durante toda su vida.

Incluso mi novia me reprendía por mi falta de voluntad

Con el tiempo he llegado a acostumbrarme. Ya casi no extraño no fumar. Hay gente que te dice que nunca llegas a olvidarlo del todo, pero confieso que entre el olor de la ropa, los ceniceros llenos de colillas por toda la casa, la tos ardiente y ponzoñosa de madrugada y los esputos en el cuarto de baño recién levantado, ya casi ni pienso en ello. Supongo que, como ocurre con tantas otras cosas, todo es cuestión de proponérselo. Incluso volver a fumar.

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