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La odiogracia

Por culpa de este fenómeno soy capaz de leer el libro de Sánchez Dragó sobre Abascal

Tengo una amiga (y esa amiga no soy yo, lo juro) que toma pastillas de un hongo que da mucha vitalidad sin ponerte loca de los nervios. Se refiere a ellas como ‘el hongo de Sánchez Dragó’ porque este hombre es un gran promotor de sus supuestos beneficios. Nadie en España ha hablado tanto de este hongo. Nadie en España ha hecho tanto como él de nada, en realidad. Lo del hongo es solo otra casilla.

María PiñeiroCuando menciona el 'hongo de Sánchez Dragó' siempre me viene a la cabeza una entrevista al susodicho ilustrada con una fotografía de su desayuno. Hay dos cosas de las que a Sánchez Dragó le gusta hablar: la consecución casi segura de la longevidad gracias a su extrañísimo regimen de vida y su pericia con el sexo tántrico, que suele resumir con un 'eyacular para dentro'. En aquella entrevista, el escritor bajaba a un bar y cubría la mesa de formica de cafetería de toda la vida con un desparrame de pastillas y cápsulas, un pavimento multicolor que tragaba cada mañana supongo que con dos mil litros de líquidos. No quedaba claro a qué hora empezaba y acababa de desayunar, pero aquello necesariamente tenía que durar más que una cirugía de trasplante cardíaco. Daba igual. Ese complejo compendio de vitaminas, minerales y aceites le iba a servir para tener más tiempo en este valle de lágrimas y poder pasarlo desayunando eternamente, día tras día, setenta pastillas tras setenta pastillas. Después regresaba a casa, quizás a pasar otras horas practicando sexo tántrico, que es larguísimo y no tiene en cuenta otras circunstancias de la vida como las citas con el dentista o el turno en Hacienda para la renta, y así echaba el día. Cómo hace las cosas que después hace nadie lo sabe.

Sánchez Dragó provoca odiogracia, concepto que se resume en sí mismo y que es la razón por la que seguimos leyendo ávidamente sus entrevistas y declaraciones y por la que me estoy planteando comprar el libro que ha escrito sobre Santiago Abascal. Se supone que es una obra para descubrir al líder de Vox -que ya me dirás- pero bien sabemos, sin leerlo, que a quien descubriremos será a Sánchez Dragó. Lo descubriremos más.

Gracias a los periodistas que lo han leído y escrito sobre ello y a los lectores ojipláticos que son tan generosos como para compartir extractos he disfrutado de algunas perlas que me saben a poco. Normalmente si creo que un libro me va a gustar y voy a acabar leyéndolo dejo de leer las críticas enseguida porque me amargan un poco la experiencia, me dirigen la mirada y me ponen muy difícil eso que cada vez me cuesta más: pensar yo sola. En este caso, sin embargo, leería mil y después leería el libro y aún le encontraría su aquel. O sus aquellos. Así que lo siento si con este artículo lo que consigo es que también usted quiera hacerse con el libro. Es la odiogracia, no soy yo.

Por lo visto, Abascal está alojado en una habitación de la casa de Sánchez Dragó llena de lo que cree que son esvásticas y se lo dice. El escritor le hace entonces un ‘machoplaining’ y le aclara que las esvásticas es un símbolo común a muchas culturas, que aparecen estampadas en templos budistas e hinduistas a tutiplén, pero que giran a la izquierda, mientras que las nazis giran a la derecha. También dice que Vox le está sirviendo a él de altavoz porque esas ideas no son de Abascal sino suyas, él las tuvo antes y hay muchísima "constancia audiovisual y escrita" de tal cosa. Le explica cómo nació el movimiento feminista, algo que imagina que Abascal desconoce porque ni las propias feministas lo sabemos, como si ya nos hubiera llamado Abascal para preguntarnos y le hubiéramos tenido que decir que mira, ni idea Santi, a ver si Fernando sabe.

Por si todo esto no me hubiera conquistado bastante, la periodista Lara Hermoso comparte dos párrafos delirantes: cómo en plena conversación sobre inmigración Abascal pide parar un momento para echarse agua en la cara porque cree que tiene un ataque de alergia. Sánchez Dragó reclama a una tal Emma que "ayude a Santi"; Emma dice que la causa debe de ser el pelo de los gatos, que podrían irse a otra habitación donde estos nunca entran, Sánchez Dragó accede pero puntualiza que sobre ese sofá no ha habido un gato en meses porque le compró la cobertura "a unos gitanos" y la colocó minutos antes de llevarse a los animales a otra casa.

Quién sabe por qué alguien incluiría una digresión así en un libro, transcribiendo todo el diálogo como si diera alguna clase de información aparte de un diagnóstico alergológico. Sospecho que es un poco por llenar página y otro poco porque Sánchez Dragó no concibe que una conversación en la que él participe no tenga interés. Y algo de razón tiene. El poder de la odiogracia.

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