Blog | El portalón

Soltero con Gato

Quiere Soltero con Gato que le dedique un artículo. Lo quiere y me lo dice, con esa inexistente sutileza suya de "Hace mucho que no sale en la última Soltero con Gato", como si fuera yo la guionista de algo. Para ver si tenemos la fiesta en paz (y por fiesta quiero decir esta existencia pandémica nuestra) aquí estoy. Empezando así —con aparente cero voluntad, mandadiña, conminada— a contarles de su persona.

No me viene mal, cierto, porque no quiero escribir sobre covid y noto que me propongo no hacerlo y, llego a dos, con cierto esfuerzo tres, párrafos, y un fuerte viento aparece de repente, me levanta como levantó a Dorothy de los suelos de Kansas, me centrifuga las intenciones y acabo que si el coronavirus, que si la vida, que si el presente, que si el futuro. Basta ya.

Soltero con Gato es lo que su nombre indica. Ya lo he contado aquí, pero insisto: el nombre se debe a que no hay mayor concentración de soltería, pureza de estado civil, recalcitrante singularidad que la de un soltero con gato. Se puede ser soltero, que bueno que vale, y después se puede ser soltero con gato, que es otra liga. Esa supremacía solterística solo la supera, imagino, la del soltero con dos gatos, o soltero con tres gatos. O cuatro. Pero no ambicionemos. Paremos los oropeles y el frenesí. Seamos modestos, seamos estoicos. Este es un soltero con gato. Un solo gato.

Creo que Soltero con Gato quiere salir en este artículo para ligar. Soltero con Gato no tiene ni idea de que la palabra escrita desfallece, de que ya nadie lee, de las notas de España en el informe Pisa. Quién le quita la ilusión. No creo que quiera echarse novia, ojo, sino más bien echarse una amiga entrañable. Utilizo ese término del Hola con ligereza porque lo que es bueno para Juan Carlos I es bueno para Soltero con Gato, pero consciente de que por muy entrañable que acabe siendo la relación no habrá transacciones de 67 millones de euros por ningún lado. Ni cacerías en Tanzania ni cuentas en Suiza. Pero tampoco prótesis de cadera ni entrevistas traidoras en la BBC. Ni tan mal.

Lo que sí habrá es presencia felina, presencia ineludible, presencia muy presente. Varios kilos de esa presencia, de hecho, porque el gato de Soltero es obeso. Esto lo digo aquí pero en persona no se menciona porque la ofensa es terrible y casi preferiría que la BBC televisara mil veces una traición cualquiera que la mención del sobrepeso minino. Como los gatos tienen una naturaleza impasible, este se comporta como si fuera una sílfide y salta de estantería a estantería, trepa a todas las alturas y se echa siestas con su culazo sobre la caja torácica de Soltero, que lleva unos años que no duerme bien del todo y conscientemente decide ignorar que coincide esa etapa insomne con la llegada de todo ese mogollón de kilos que caben en un solo gato. En el suyo.

Habrán notado ustedes que los convivientes de gatos son una gente para darle de comer aparte. Esto me resulta especialmente evidente cuando observo una conversación entre mi amigo y cualquier otro compañero de felino, en la que se empiezan a explicar cosas como que no se van fuera muchos días porque añoran al gato (Feijóo y el comité de expertos del Sergas, en el fondo, les han hecho un favor), que mantienen con ellos largas conversaciones y que les compran extrañas construcciones para que trepen y afilen las garritas con las que después les dan zarpazos. Lo mejor de todo es cómo eluden abordar una obviedad: no vive un gato en su casa, viven ellos en la casa del gato. Toda independencia es solo ilusión.

Cuando Soltero con Gato insiste en lo del artículo justo recuerdo un anuncio que vi hace poco y que viene que ni al pelo. "Pues parece que hay un pienso para poner a los gatos gordos a dieta", le dejo caer. Levanta una ceja, levanta la otra, me mira recriminatoriamente, no dice nada. Me callo y después mato dos pájaros de un tiro. Escribo su artículo, sí, pero también me quedo a gusto comentando la evidencia: su gato está gordo.