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Efluvios del loco y hastiado sur

A los 23 años, Carson McCullers publica su primera novela, El corazón es un cazador solitario, con la que abrirá un camino controvertido y genuino en la literatura norteamericana. El nuevo año parece una señal para adentrarse en él.
Carson McCullers. EP
photo_camera Carson McCullers. EP

Lula Carson Smith nació en Columbus, Georgia, al sur de los Estados Unidos, en 1917, y murió siendo Carson McCullers, en Nyack, Nueva York, al norte del mismo territorio, cincuenta años después. Lo que ocurrió durante ese breve periodo vital contiene una impetuosa tentativa de trascendencia y, a todas luces, una historia triste. 

De lo primero de lo que se desprendió fue de su nombre originario, pérdida asociada a la promesa de una brillante carrera como concertista, alentada por su madre y su profesora de piano, Mary Tucker. Si bien tuvo una infancia feliz, la adolescencia fue derivando en pesadilla a medida que se iba constatando la singularidad – incómoda, amenazante – de su persona. A los quince años, como se suele decir, pegó el estirón. De pronto se transformó en una jovencita demasiado alta, desgarbada y poco sociable, que chocaba constantemente con el resto de seres inquietos e hipersensibles que habitaban el instituto. Dados a convertir en escándalo cualquier manifestación individual que significara diferencia con respecto al grupo, fue calificada como la extravagante muchacha que se vestía de un modo particular -desde luego, no como una señorita blanca sureña– y a la que le importaban más bien poco las opiniones de sus semejantes. “El instituto fue para mí una espantosa y siniestra experiencia”. También a esa edad se le diagnosticó una neumonía y fue obligada a guardar reposo durante un tiempo. Estuvo varias semanas en la cama, matando el aburrimiento gracias al preciado regalo de su padre: una máquina de escribir. Aparentemente, la neumonía fue remitiendo y todo pareció volver a la normalidad. Salvo que no era neumonía, sino reumatismo articular agudo, cuyas consecuencias provocadas por un tratamiento erróneo, le iban a causar la muerte 35 años más tarde. Pero entonces eso nadie podía saberlo.

Ya como Carson, escribe de forma regular y lee con intensidad sin desviarse del objetivo principal: estudiar en la Juilliard School de Nueva York, el conservatorio de artes más prestigioso del mundo. Una vez finalizado el instituto se dirige hacia allí con el dinero de la venta de un valioso anillo de su abuela. O eso dice la leyenda. Sea como fuere, Carson Smith llega al norte con la firme intención de triunfar. 

Por aquel entonces Edwin Peacock, el único amigo íntimo de Carson, conoce a Reeves McCullers. “En aquella época, mi amigo Edwin me escribió contándome que había conocido en la biblioteca a un joven, y que lo había invitado a tomar una copa en su casa. Me dijo que era encantador y que estaba seguro de que iba a gustarme cuando regresara a Columbus y lo conociese”. Y regresa el verano de 1935, tras finalizar su curso de escritura en la Universidad de Columbia. Conoce al cabo McCullers, un joven de 22 años que se había enrolado en el ejército por un período de seis. “La primera vez que le vi sufrí una auténtica conmoción, conmoción ante la belleza en estado puro. Reeves era el hombre más hermoso que yo había visto en mi vida. Una noche en que estábamos solos, Reeves y yo nos prometimos. Yo tenía 18 años y era mi primer amor”. Tras ese deslumbramiento estival, Carson vuelve a Nueva York a continuar estudios. Entretanto, Reeves se siente atado al sur, al ejército y a una existencia banal. Sueña, como lo hizo Carson en su día, con ascender al norte y transformar su mundo. Consigue reincorporarse a la vida civil y se matricula en Columbia. Carson ve publicado su primer relato en la afamada revista Story, y la satisfacción del logro se ve truncada por una nueva caída en la enfermedad. Le diagnostican tuberculosis y ese nuevo fallo será la continuación de una cadena de errores fatales. Durante la convalecencia se concreta el proyecto de su primera novela y el matrimonio con Reeves. Una suerte de urgencia se apodera de ambos que será, a la vez, estímulo y éxodo. Prisa recurrente y fatal. De lo que huyen es de la atmósfera asfixiante que los vio nacer y adonde se dirigen, inexorablemente, es hacia otra opresión, la insatisfacción propia. Carson Smith se desprende de su apellido y Carson McCullers se convertirá en uno de los referentes imprescindibles de la literatura estadounidense del siglo XX. Al mismo tiempo, esa pareja emprende un camino infortunado.

Las dificultades estallan rápido. Numerosas y, en el inicio, incruentas, detonaciones domésticas. Semillas, en el inicio, indoloras, que se adhieren a órganos imprescindibles. Allí enraízan, mientras la vida sigue por otro lado. Incapacidad de Carson para hacer otra cosa distinta a escribir, incapacidad de Reeves para mantener un trabajo fijo. Ineptitud de Carson para equilibrar un carácter caprichoso, engreído. Torpeza de Reeves para encontrar su lugar. Se mudan varias veces, discuten, empiezan a beber. En 1940 se publica El corazón es un cazador solitario y Carson McCullers se convierte en el fenómeno literario de la temporada. La dinámica social cambia, no así la familiar. Carson cae enferma, regresa al sur para ser cuidada por su madre, que experimenta una devoción casi obsesiva por su hija. Reeves la espera mientras se busca a sí mismo, quiere –también– ser escritor. Al año siguiente sale la segunda novela de Carson, Reflejos en un ojo dorado y la extrañeza temprana, que había asomado en tiempos escolares, se replica, con fuerza cruel, en la vida adulta, a causa de una narración perturbadora, sórdida, casi imposible de asociar con una joven –en teoría– inexperta para semejante historia. Es entonces cuando surge y se alimenta, con el correr del tiempo y de los libros, la versión paralela. La que no acepta a una escritora con talento, la que necesita para sobrevivir una explicación adaptada a su mundo tóxico: en realidad, es Reeves McCullers, el hombre, el marido, quien escribe las novelas. 

La enfermedad, el alcohol, por un lado. El éxito, la ambición, por otro. Carson hace amistades con escritores y escritoras, intelectuales, gente del universo al que quiere pertenecer. Pasa largas estancias en Yaddo, esa comunidad que acogió, desde principios del siglo XX, a grandes artistas, aunque no durante todas ellas fue feliz. Allí, Truman Capote y ella se harán amigos inseparables para, años más tarde, convertirse en enemigos enconados. Allí ganó y perdió demasiadas veces. 

La insoportable convivencia con Reeves los lleva a separarse y este vuelve al ejército a falta de otro futuro. En Europa hay una guerra y es enviado, en 1944, a desembarcar en Normandía. Entre él y Carson se inicia entonces una correspondencia fructífera, a través de la cual se renueva su amor. El miedo a la muerte llena de promesas y buenos propósitos el porvenir común. Reeves sobrevive, regresa y vuelven a casarse. Pronto el alcohol los separa y los junta como una fuerza que repele y atrae con idéntico poder de destrucción. La espiral continúa atosigando una felicidad huidiza. Viajan a París con la intención de instalarse, a ella la agasajan, a él no. La frustración de Reeves se asemeja, en intensidad, a la emergencia de Carson de demostrar su valía como escritora. Publica Frankie y la boda y, poco más tarde, La balada del café triste. En medio, escribe junto a Tennessee Williams, la adaptación de la primera al teatro.

Sufre en París un ataque cardiovascular que le paraliza el lado izquierdo. Desde entonces, para casi todo, también para escribir, va a precisar ayuda. Reeves va y viene en su vida. Ante esos dos seres alcoholizados, perdidos, las amistades comienzan a alejarse. Reeves se acabará suicidando. A ella la mantiene su escritura y seguirá publicando hasta su fin, cuentos, poesía, una obra de teatro y una novela. Su último apoyo es John Huston, quién está preparando la adaptación al cine de ‘Reflejos en un ojo dorado’, con Marlon Brando y Elizabeth Taylor. Pero ella muere sin verla. Repetidos ataques cardíacos que acaban en hemorragia cerebral. La película, sin embargo, será un éxito.

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