María Valcárcel

La realidad era eso

Emma Cline /EP
Emma Cline /EP
Con su nueva novela, La invitada, Emma Cline prosigue su camino literario, corto y de éxito fulminante, en la que recurre a sus temas y con los que pretende ir un paso más allá.

CHICAS tomando malas decisiones, una y otra y otra vez. La atmósfera es opresiva. Y de ese mundo cerrado, alguien que está dentro sin realmente quererlo, necesita salir, pero no sabe cómo. Y entonces, ahí, en la expresión de ese conflicto, comienza todo. "Sólo es un punto de partida porque no me interesa la matanza, ni el asesino. Me interesan ellas, esas chicas que en un momento dado toman una decisión horrible".  Con su primera novela, Las Chicas, Emma Cline cruzó, de golpe, la línea que separa un estado de cosas bueno, incluso excelente, de un estado de cosas espectacular. 

Tenía 27 años, procedía de una familia de viticultores californiana, había experimentado ya con los mundos que le gustaban: la interpretación, el arte. Se matriculó en un máster de escritura creativa en la Universidad de Columbia y de allí salió el relato Marion, que publicaría la revista The Paris Review y que se llevaría el Premio Plimpton. Trabajó como lectora en The New Yorker y allí publicó algunos textos, al igual que en Granta o Tin House o la referida anteriormente, The Paris Review. Había, pues, digamos, una trayectoria. Pero en 2015, el asunto se fue de las manos. Tenía el manuscrito de una novela. La potencia de ese texto y una suerte de proyección futura se demostraría con el adelanto que le pagó la editorial Random House, por ese y los dos siguientes que se comprometía a escribir para ella: dos millones de dólares. A partir de ese momento, la joven Emma Cline, se convertiría en el foco literario de la temporada. Ese manuscrito era Las Chicas, traducido a casi cuarenta idiomas, bestseller absoluto. Después de eso, pasaron cosas.

Por un lado, Scott Rudin, el productor de teatro, cine y televisión, ganador de todo lo grande, compró los derechos de la historia, lo que situó a Cline en unas alturas ya imposibles. Por otro, su exnovio, Chaz Reetz-Laiolo, escritor también y también, menos deslumbrante, la acusó de plagio. Hubo demanda y contrademanda. Hubo juicio. Él presentaba como prueba la instalación de un programa espía en su ordenador a través del cual copiaba sus frases. Ella negó la segunda parte. La primera la justificó con el propósito: perseguir una infidelidad. Finalmente, el caso se desestimó y no ocurrió nada. Quizá se vendieron más libros, o puede que no.

En Las Chicas se tira del hilo de una historia ya de por sí suficientemente morbosa como para captar la primera atención. Charles Manson y su secta, la familia y el asesinato. Cline se fija en las jóvenes y en sus motivaciones o lo que ellas creen que son sus motivaciones. Y partiendo de eso, crea a la protagonista, Evie. Lo que la escritora dijo de Evie en una entrevista concedida a El País fue esto: "Es y no es inocente, como lo son los adolescentes, mucho más complejos que como se les suele mostrar en la ficción; ella se siente atraída por aspectos del lado oscuro y peligroso de la vida".

Tras el éxito, contundente, de Las Chicas, pasarían cinco años hasta su siguiente publicación, una novela corta titulada Harvey, en la que tira de otro hilo, también mediático, también morboso. El caso de Harvey Weinstein, que, en el proceso de escritura del texto, se encontraba a la espera de sentencia. Poco después se publica Papi, un libro de cuentos en los que no se aleja excesivamente del filón que se abrió con su primer libro. La atmósfera californiana, esas distancias de clase que configura a los personajes, las relaciones y su dificultad, la sensación de estar fuera, o dentro, y querer salir de algún modo. Comentó, en alguna ocasión: "Me interesan los personajes que se sienten enajenados en este nuevo mundo, también en mi colección de relatos hay hombres de una generación anterior que miran alrededor y se sorprenden de que el mundo haya cambiado tan rápido". Ese choque. Contrastes continuos entre una realidad, de pronto, incomprendida, ininteligible. Los códigos ya no son los mismos, y ahí están los personajes preguntándose qué está pasando aquí. 

Una chica que trata de salir indemne

En su última novela, La invitada, publicada el pasado septiembre, recurre de nuevo a una joven protagonista, ya no adolescente, pero tampoco totalmente adulta. En esa transición hay una grieta por la que se escapa indefectiblemente su vida. Alex, su personaje, no está aquí, ni allí. Y es un tránsito, a la vez, aterrador y solitario, del que intenta salir indemne con las herramientas que, en ese momento, posee, y que cree que le servirán para lidiar con los demás y, en general, con el mundo. Están las drogas, está la seducción y está el agua. Con las dos primeras, Alex intenta ir trazando el mapa de la realidad —alejándose, paradójicamente, de ella—. Y con la tercera, lo que intentaba era apresar el sentimiento de lo real, sentir que, de verdad, ella está ahí y existe. El contacto con el agua, en las piscinas de los otros, o en el mar. "En el agua, era como los demás. No tenía nada de peculiar una chica nadando sola. No había manera de saber si aquel era o no su sitio". Sin embargo, las piscinas en las que se zambulle parecen alejarla más de esa sensación, la desencajan más, y cada vez que sale, le resulta más difícil volver a encontrar el lugar correcto. En esta novela hay un claro hilo narrativo que nos conecta directamente con El nadador, de John Cheever, aquel grandioso relato publicado un 18 julio de 1964, en la revista New Yorker.  Aquel sí que fue un buen día para la gente lectora de todos los tiempos.

Así que Emma Cline recupera esa tremenda idea de pasar de piscina en piscina —y en ese pasar también entra lo que de real e irreal hay en el mundo — y la lleva a su terreno. Una chica, distinta pero igual a sus primeras chicas, que sabe desde el principio lo que significa su realidad. Y que, bueno, aun así. En otra entrevista, afirmó: "Me interesaba explorar ese sentimiento: el sentirte fuera del tiempo que estás viviendo, la tristeza y desconcierto que van aparejadas a ello". Y también: "Adam Phillips dijo algo acerca de que todos decidimos cuánta realidad podemos soportar, y las drogas son una forma efectiva de modular la realidad para las personas que la encuentran abrumadora o que no quieren experimentar toda su fuerza. Muchos de estos personajes no quieren vivir en la realidad; hasta cierto punto, ninguno de nosotros lo hace, o configuramos nuestras vidas para evitarlo. Las drogas son un atajo".

Jóvenes y confundidas

Emma Cline ganó el Premio Shirley Jackson en 2016, y el Premio O. Henry en 2021, así como la prestigiosa Beca Guggenheim. La revista Granta la incluyó en su lista de mejores novelistas jóvenes en 2017. En 2024 ya es una referencia literaria mundial. A pesar de que en Harvey y Papi desarrolla protagonistas masculinos, sus personajes femeninos, chicas jóvenes, muy confundidas, extremas, en sus emociones y en sus acciones, en continua búsqueda, parecen ser su motor. En un intento más desesperado que consciente, de atrapar la realidad, que, de manera perturbadora, resbala de sus manos y de sus vidas y las deja, impregnadas de lo viscoso, pero horriblemente fuera del mundo. "Alex se peinó el pelo con los dedos para apartarlo de los ojos. Contempló la escena. La superficie de la piscina se veía un poco picada por la brisa, el agua de un turbio plomizo. ¿No había un remate antes, bordeando el agua? ¿Era segura una piscina que se hundía tan abruptamente en el suelo? ¿No era fácil caerse dentro?".

Mirar y ver que no hay nada es el enfoque inquietante de la escritora Emma Cline. La edad de sus personajes observando esa ausencia resulta más aterrador. Y al igual que Ned Merrill, el protagonista del cuento de Cheever, ese nadador, vigoroso y triunfal, Alex avanza por el agua como si alguien, en algún momento, pudiera arreglar las cosas. Y también, en algún momento, ambos personajes, como en el poema de Gil de Biedma, comprenden que la vida iba en serio y que la realidad era eso.