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La poética de la derrota

Se conmemoran los cincuenta años de Closing Time, el álbum debut de Tom Waits, esa oda al desamor, la pérdida y las vidas que ya miran, sin querer, al otro lado.
Tom Waits. AEP
photo_camera Tom Waits. AEP

ESTE ES un hombre que salió de su propia poética para observarla desde fuera en un movimiento que pudiera parecer desesperado o inteligente. Nadie o pocos saben con certeza si su biografía es la que dice o la que inventa, si la historia que teje en el escenario y que, de alguna forma, hace suya, es el traje romántico de un antihéroe que acaba triunfando en la vida, pero que nunca se olvida de citar a sus colegas. Al fin y al cabo, ellos y ellas proporcionan el material, ofrecen la atmósfera, se dejan caer en el último bar abierto, con el mismo peso y la misma comicidad de la tierra inútil que cae desde el puño de alguien sobre el ataúd de alguien. Después piden un bourbon y miran a su alrededor, apoyan el codo en la barra en el punto en el que una pequeña parte de sus abrigos deshilachados se adhiere a la superficie viscosa sin que ese detalle le importe a nadie. Miran sin ver mientras fuera caminan sin ir a ninguna parte. Es seguro que vendrá otro amanecer y tendrá los mismos colores desvaídos.

Para la leyenda, el taxi responde a la urgencia del nacer y a la épica de la imperfección. Eso es lo que cuenta Tom Waits en sus conciertos. Que nació en el interior de uno, con esa celeridad y ese descuido, a las puertas de un hospital situado en un suburbio de Los Ángeles, un 7 de diciembre de 1949. El lugar se llamaba Pomona. Allí vivió con sus dos hermanas y sus padres, Frank y Alma, ambos profesores, y ambos con cierta inclinación hacia la música. Frank enseñaba español y sentía predilección por el mariachi. A menudo cruzaría la frontera con su hijo escuchando en el coche las rancheras y los corridos del momento. Cuando Tom tenía diez años, sus padres se separan y él se traslada con su madre y sus hermanas a una localidad llamada Chula Vista, en San Diego, California. El primer contacto con el universo que formaría parte de sus composiciones fue en National City, una ciudad próxima a Chula Vista, fronteriza con México, que representaba como ninguna los principios de la poética del extrarradio. Al tiempo que desarrollaba su capacidad de observación y, poco a poco, se iba entremezclando con la vida adulta de aquella parte del mundo, su interés por la música se acrecentaba. Un vecino le regaló un viejo piano que fue instalado en el garaje. Y así empezó a componer.Combinaba la escuela secundaria con un trabajo en el turno de noche en una pizzería, donde fregaba los platos y miraba a la gente. Poco después dejó los estudios y alternó diversos trabajos. Los pequeños sueldos le permitían realizar observaciones de campo y de esta manera se fue haciendo con el tono, el cromatismo, las esquinas, los códigos y los aromas. 

El Heritage, un club en el que se tocaba en directo música de todo tipo, supuso, para Waits, la oportunidad de aplicar todo ese conocimiento adquirido. Consiguió un trabajo de portero y, de vez en cuando, tenía la oportunidad de salir al escenario y versionar algunas canciones conocidas. Pronto aquel lugar le resultó pequeño, repetitivo. Amplió su campo de visión y comenzó a dirigirse al sur de Los Ángeles, donde la noche se movía a ritmos más frenéticos y el alcohol empujaba a romper cualquier límite. Entró en contacto con la cultura de la generación Beat y experimentó, a la manera Kerouac, su parte de carretera, ese tiempo para entrar en sí mismo y tomar decisiones.

A su regreso compuso los suficientes temas como para pensar en un disco. Pero nadie lo conocía. Tocaba en clubes, vivía en su coche. Era uno más, entre aquella multitud vociferante y cada vez más cansada, con sueños que se arrugan con cada canción, encima del piano, a las seis de la mañana. 

Hasta que algo sucede. Y lo que parecía la réplica de una derrota, una de tantas, se convierte en la oportunidad para iniciar la historia de otra forma. 

The Troubadour era un club nocturno situado al oeste de Hollywood frecuentado por aspirantes a músicos y productores musicales buscando el mismo giro del destino. Aquella noche Tom Waits estaba subido al escenario y Herb Cohen, en aquel momento productor de Frank Zappa y su banda de rock experimental, The Mothers of Invention, estaba escuchando. Fue pronto, fue fácil, fue poético. Tom Waits firmó un contrato con Cohen, se trasladó a vivir a Los Ángeles y su nombre empezó a sonar. Era 1971. Tenía 22 años y, a su manera excéntrica, descuidada, por veces demasiado vivida, sabía cantar. Y, sobre todo, sabía cantar contando historias en las que todo el mundo, con más o menos pudor, se acababa reconociendo. Waits grabó más de veinte temas para Cohen y su sello Bizarre/Straight. Veinte años después, Cohen publicaría dos volúmenes sin permiso del cantante y este le pondría una demanda. Cosas que pasan.

De nuevo en The Troubadour, local que se había convertido en parada permanente, otro productor se fija en Tom Waits. Era David Geffen, quien se había asociado con William Roberts para hacerse cargo de Asylum Record, un sello de rock con fama de descubrir joyas ocultas. Escucha una canción, luego otra y después todas las demás: "Estaba cantando una canción llamada Grapefruit Moon cuando lo escuché por primera vez. Pensé que era una canción estupenda así que escuché todo el repertorio. Después de la actuación me interesé por él. Dijo: Le diré a mi manager, Herb Cohen, que te llame". Y Herb Cohen llamó. Waits es contratado en Asylum y la maquinaria para sacar el primer álbum empieza a funcionar. El productor, Jerry Yester, se ocupa del proyecto. Se va a llamar Closing Time, se va a grabar en pocas semanas y va a ser el debut de un, hasta entonces, desconocido Tom Waits. Era 1973, tenía 24 años, el aspecto de un vagabundo y una voz en proceso de convertirse en lo que sería después. 

El rugido agreste lo fue adquiriendo a fuerza de noches que no encontraban su final. "Durante ese periodo era como ir a una fiesta de disfraces y volver a casa sin cambiarte. Me convertía en un personaje de mi propia historia. Salía por la noche, me emborrachaba, y me quedaba dormido debajo de un coche. Volvía a casa con hojas en el pelo, grasa por mi cara, entraba a tropezones en la cocina, me golpeaba la cabeza con el piano y de alguna forma registraba mi propio fallecimiento y el desfile de personas horribles que vivían en la puerta de al lado".

Durante los nueve años siguientes se alojó en el Tropicana Motel, un conocido refugio de rockeros con una apariencia que se correspondía al pie de la letra con la realidad. Una testigo directa, productora de música, alojada en el motel en el mismo periodo que Waits, comentaría: "Existía ese agujero llamado Tropicana. Rara vez la televisión funcionaba… agujeros hechos por los cigarrillos en diferentes lugares. Tenían una colcha dorada. ¡Quién sabe si la lavaron alguna vez! Conocías a muchos personajes, la mayoría del mundo de la música. Podías sociabilizar con lo famoso y lo infame".

Mientras tanto, David Geffen se dedicaba a contactar con artistas para enseñarles las composiciones de Tom Waits. The Eagles cantaron al poco tiempo su Ol’55 y Rod Stewart, años más tarde, su Downtown Train. Bette Midler grabaría con él I never talk to strangers y cantaría en solitario su Martha.

Aunque las versiones, en su día, fueron más exitosas que las originales interpretadas por Waits, este fue haciéndose un hueco prestigioso en el complejo universo musical. Siguió un rumbo peculiar, moviéndose en diversos campos artísticos, produjo varias obras de teatro, interpretó papeles en varias películas, compuso bandas sonoras. Un rumbo peculiar y único. Respetado y admirado, hoy, que sepamos, ya no duerme debajo de los coches ni en hoteles de mala muerte, aunque sigue sintiendo una cierta melancolía por aquellos personajes primeros que fueron los versos derrotados de sus historias. "Existe una soledad común que se extiende de costa a costa. Es como una crisis de identidad sin conexión. Es la oscura, cálida y narcótica noche americana".

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