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Roth y sus versiones

Este recién pasado mes de mayo se publicó en España la biografía del escritor estadounidense, Philip Roth, escrita por Blake Bailey. Exhaustiva, documentada, intensa. Roth, siempre preocupado por su imagen, le dijo: "No quiero que rehabilite usted mi persona. Haga solo que resulte interesante".
Philip Roth. GETTY IMAGES
photo_camera Philip Roth. GETTY IMAGES

CIERTO ES que el mapa europeo siempre ha sido dado a vaivenes territoriales, sin embargo, si existe un lugar especialmente perturbador en cuanto a cambio de manos y/o de dominios, ese ha de ser Galitzia. De allí salieron hacia el exilio, sobre todo a partir de finales del siglo XIX, masas de habitantes que, por decirlo de algún modo y, sin ánimo de jocosidad, no acababan de encontrar su sitio. Un gran número de polacos y ucranianos, gran parte de origen judío, decidieron, sin tener otro remedio, arribar al Nuevo Mundo. Primero partían los hombres y, meses o años más tarde, el resto de los familiares se unían al pequeño futuro que cada uno, con mayor o menor suerte, había empezado a construir. Una de esas familias judías tan parecidas al resto, se asentó en Newark, Nueva Jersey. Herman se llamaba el padre y Bess era el nombre de la madre. Primero nació Sandy, quien, a lo largo de su vida, padecería sufrimientos derivados de una madre extremadamente exigente y con debilidad poco controlada por su hijo menor. Philip era el hijo menor. Philip Roth. Nacido en marzo de 1933.

El pequeño Philip destacó desde el principio por dos condiciones: inteligencia, una, y comicidad, la otra, de ambas plenamente consciente y ambas ampliamente aprovechadas. Ya en la adolescencia añadiría una más: el afán –por lo visto, inabarcable– de conquistar mujeres. Alrededor de esa terna, llamémosle esencial, circularía su vida. Su obra también, evidentemente. Aunque todo es un poco más complejo. 

Nunca le gustó ir a la Escuela Hebrea y de la otra, así como del instituto, tendrá, en las entrevistas venideras, recuerdos selectivos y a veces, contrarios. La memoria del escritor, poco a poco, comenzará a modelar el mito. Antes de entrar en la universidad, su laicidad y su ambición parecían claras. Cursó estudios de inglés en la Universidad de Bucknell, en Pensilvania, y después en la Universidad de Chicago, desterrando para siempre el sueño de su padre, quien deseaba que su hijo se convirtiera en un abogado ilustre. En Chicago empezó a tomarse muy en serio lo de ser escritor. Era un estudiante brillante que combinaba el estudio con la búsqueda de un estilo propio. «Todavía soy un aprendiz, y tengo derecho a seguir comparando precios, a probarme las cosas, aunque solo sea para ver si me sientan bien...en estos momentos soy adicto por [sic] una especie de estilo de prosa a lo New Yorker-J.D. Salinger». En 1954 se publicó su primer relato en la Chicago Review, la revista literaria del campus, y la extensa e intrincada red que constituiría su fama, empezó a tejerse en aquel momento. En 1956 su nombre apareció entre los seleccionados para una antología de mejores relatos americanos y él comentó: "Me sentí propulsado en cohete hacia la fama, como un ganador del Premio Nobel". A los 23 años ya lo tenía claro. Y, aunque esa clarividencia no haría más que aumentar, el Nobel se le resistió. Ganaría todo lo demás.

Su matrimonio era un infierno. Maggie acusaba –con razón– a Philip de adúltero. Él a ella –con razón– de manipuladora

Al acabar la universidad le ofrecieron un puesto de profesor auxiliar de Composición y él aceptó. Una noche, en un bar, conoció a la que sería su primera esposa, Maggie Martinson. Y con ella Roth se adentrará en una especie de pesadilla en la que saldrá a relucir un mundo de miserias, tristezas, gritos y fracasos o, lo que es un poco lo mismo, material para futuras novelas. Se publicarán años más tarde, una en 1967, que se titulará Cuando ella era buena y sacará a la luz los horrores de una relación delirante y, otra, Mi vida como hombre, en 1974, que insistirá en los pormenores de la desgraciada pareja.

Previa al delirio, la ambición de Roth de ser un escritor brillante y profundamente serio chocaba con su naturaleza satírica, sin escatimar lo grosero ni lo desternillante. Un choque que daba miedo y un miedo que, en ocasiones, paralizaría su escritura. "Quería ser moralmente serio, como Joseph Conrad. Quería hacer gala de mis conocimientos oscuros, como Faulkner. Quería ser profundo, como Dostoyevski. Quería escribir literatura. En cambio, seguí el consejo de mi amigo Dick y escribí Goodbye, Columbus".

Adiós, Columbus ganó el National Book Award en 1960. Un día antes de cumplir 27 años. El escritor ganador más joven en la historia del premio. Ya están ahí las constantes de Philip Roth: la identidad judía, los orígenes en Newark, la familia, las pulsiones, el deseo. Un combinado de experiencias vividas en busca de un autor. 

Su matrimonio era un infierno. Maggie acusaba –con razón– a Philip de adúltero. Él a ella –con razón– de manipuladora. Entre otros muchos y penosos insultos. Nadie entendió ese matrimonio y, menos, su duración, y quizá haya que remontarse, de nuevo, al pasado, a la educación, al principio. Cuando era solo el niño Philip con su madre Bess, tan asfixiantemente controladora, con su padre Herman, tan temeroso de un futuro alejado de los preceptos del buen judío, con su hermano Sandy, tan afectuoso, por entonces. Podemos aventurar que él vuelve ahí, con la literatura, para comprender. 

Su segunda mujer, Claire Bloom, escribirá un libro autobiográfico demoledor 'Adiós a una casa de muñecas' y él publicará 'Me casé con un comunista' para –se supone– devolverle el golpe

Tras dos novelas sin demasiada gloria popular, aunque con el ojo atento de la crítica estadounidense y con la intelectualidad ya rendida ante su ingenio, publica en 1969 El lamento de Portnoy, cuyo protagonista es un judío soltero en sesión continua con su psicoanalista. El libro fue tachado de pornográfico y mientras una parte de la sociedad se dedicó a escandalizarse, la otra salió disparada a las librerías. En cinco años, se vendieron tres millones y medio de ejemplares.

A partir de ese momento, Philip Roth ya tiene un lugar en la literatura norteamericana. Todavía no es el mejor lugar, pero llegará a serlo. Continúa su carrera con obras que él mismo califica de fallidas o precursoras de algo que vendrá, que será más elevado. Y sigue construyendo la red o, lo que es lo mismo, el mito. A medida que su brillo aumenta, también lo hacen sus detractores. Recibe calificativos tales como antisemita o misógino. Trata, durante toda su vida, de una manera u otra, de contestar los ataques. Se gana también fama de desagradable. 

Por otro lado, otras voces. Las de los escritores centroeuropeos que recibieron apoyo constante por parte de Roth, tanto para su literatura como para sus propias vidas, asfixiadas por el régimen. Las de amigas y amigos con los que, de diversos modos, convivió y compartió momentos. 

Su segunda mujer, Claire Bloom, escribirá un libro autobiográfico demoledor Adiós a una casa de muñecas y él publicará Me casé con un comunista para –se supone– devolverle el golpe.  No parece ser un escritor dado a compartimentar vida y ficción. Tendrá obsesiones que irá tratando con libros. Y entretanto, ganará el Pulitzer con Pastoral americana, que posteriormente formará parte de una trilogía esencial de la literatura norteamericana del siglo XX. 

Hasta su muerte, en 2018, a los 85 años, estuvo preocupado por, digamos, su posteridad

Las distintas declaraciones de Philip Roth, a lo largo del tiempo, se asemejan no poco al mapa de sus antepasados. Son cambiantes, contradictorias, inexplicables. Muchas veces harto del mundo, muchas veces solo y depresivo. Otras muchas acompañado compulsivamente por mujeres cada vez más jóvenes. Generoso, controlador, egoísta, brillante. Tras Némesis, publicada en 2010, anunció su retirada.

Sus ochenta años se celebraron por todo lo alto: un congreso organizado por la Philip Roth Society, reunió a lo más selecto y él dio un discurso, de nuevo, sobre el pasado, sobre el origen. Newark y el inicio de todo.

En 2012 ganó el Princesa de Asturias y, entre aquel de 1960 y este siglo XXI, los más prestigiosos premios literarios fueron para él. Hasta su muerte, en 2018, a los 85 años, estuvo preocupado por, digamos, su posteridad. Supervisó antologías y, tras rechazar a varios biógrafos, finalmente autorizó a Blake Bailey, quien escribió 1.008 páginas de puro Roth. Y de sus versiones.

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