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La verdad y su contrario

La fama la precede. Al igual que la polémica. Lillian Hellman está de moda por atrevimiento y por descaro. En el sentido oscuro y en el brillante. Sus obras de teatro se siguen representando en todo el mundo y sus memorias perpetúan la sospecha infinita.
Lillian Hellman. EP
photo_camera Lillian Hellman. EP

La caza de brujas, la delirante paranoia anticomunista, llega a Hollywood. El senador Joseph McCarthy inicia, en 1947, una campaña para defender los valores americanos y el HUAC, Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes del Congreso estadounidense, celebra las conocidas audiencias en las que comparecen —en un remedo de juicio que bascula entre lo ridículo y lo terrorífico — gentes de la industria de toda índole. Son sonadas las delaciones y también los alegatos en defensa de derechos. El mecanismo mediático se encarga de difundir y explotar el titular  Los Diez de Hollywood, diez hombres del cine que se niegan a comparecer ante el comité y pasan a formar parte de la lista negra. Evidentemente, en esa lista, hay muchos más nombres. También nombres de mujeres.

19 de mayo de 1952. Carta dirigida a John Wood, presidente del HUAC, Comité de Actividades Antiamericanas. 
"Estoy dispuesta a contestar ante los representantes de nuestro Gobierno todas las preguntas que deseen plantearme sobre mis opiniones y actividades personales, pero ni ahora ni nunca me prestaré a causar problemas a personas que cuando se relacionaron conmigo en el pasado eran completamente inocentes de toda expresión o acto desleal o subversivo. Hacerle daño a gente inocente que conocí hace muchos años para salvarme yo misma es, en mi opinión, un acto inhumano, indecente y deshonroso. No puedo recortar ni recortaré mi conciencia para adaptarme a la moda de este año, a pesar de que hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que no era una persona política y que no podía tener un lugar cómodo en ningún grupo político".

La autora de esa carta es Lillian Hellman, dramaturga estadounidense, crítica literaria y escritora de unas memorias que se convirtieron en súper ventas en el instante mismo de salir al mercado. Su frase: "No puedo recortar ni recortaré mi conciencia para adaptarme a la moda de este año", en sus múltiples traducciones y versiones adaptadas al momento, sigue siendo una de las más repetidas por todo aquel o aquella que hable de valentía, dignidad y estilo.

Lillian Hellman nació en Nueva Orleans, esa ciudad sureña perteneciente al estado de Louisiana que contaba, en 1840, con el mayor y más fecundo mercado de esclavos del territorio americano y con un puerto en expansión, crucial para el comercio de personas. Pocos años después, en la Guerra de Secesión, sería uno de los objetivos estratégicos a conquistar por parte de los estados del norte. Hellman nació en 1905, cuando todo había pasado. Más o menos. Tuvo criadas y niñeras negras, a las cuales recordaría en sus memorias con una mezcla de admiración y culpa. Venía de una familia judía adinerada, sin embargo, ella pertenecía a la rama más desfavorecida y los encuentros con el lado esplendoroso fueron moldeando un carácter conflictivo: "La casa de veraneo donde acudíamos una vez al año en calidad de hija y nieta pobres, me convirtió en una niña airada y me provocó para siempre una desenfrenada prodigalidad mezclada con respeto hacia el dinero y quienes lo poseen. Las épocas de respeto estuvieron cargadas de autodesprecio".

Alternó, durante su infancia y juventud, la casa de Nueva Orleans con la casa de Nueva York y su personalidad se tornó errática y rebelde, rígida y caprichosa. Dejó los estudios y entró a trabajar en la editorial Boni & Liveright, cuyo motor era Horace Liveright, quien llevó el negocio al esplendor y la quiebra de manera brillante y rotunda. A pesar de que siempre estaban a punto de despedirla, Hellman se las arreglaba para permanecer un poco más: "Liveright ofrecía muchísimas fiestas. Un escritor de visita en Nueva York, un nuevo libro, un cumpleaños, servían de excusa para lo que él llamaba una fiesta A o una fiesta B. […] Las fiestas A eran respetables, con conversaciones de categoría. En las fiestas B abundaban el alcohol y las bromas sobre el sexo, con frecuencia se prolongaban hasta el día y la noche siguientes, con reemplazos. A mí me invitaban tanto a las fiestas A como a las B".

Finalmente, dejó el empleo. Se casó con Arthur Koeber, un agente de prensa teatral, que encontraba trabajos temporales, aquí y allá, mientras ella pasaba por períodos de hastío en los que se dejaba fluir demasiado por la pasividad. Ambos se fueron a Hollywood. Él inició su carrera como guionista y ella empezó a leer manuscritos para Louis B Mayer, el productor de la Metro. Conoció a Dashiell Hammet, célebre autor de novela negra, y, durante tres décadas, Lillian Hellman construyó una épica amorosa regada con litros y litros de alcohol. 

Es él quien la anima a escribir su primera obra de teatro. Y la escribe. Se llamará The Children’s Hour y se estrenará en Broadway con polémica y éxito a partes iguales. Más tardé se llevará al cine dos veces por el mismo director, Willian Wyler, la primera, distorsionando la historia, titulada Esos tres, en 1936, y la segunda en 1961, con el título de La calumnia, fiel a la original. Poco después escribe The little foxes, que también William Wyler adaptará con el título de La loba, otra explosión cinéfila con Bette Davis de protagonista.

Lillian Hellman tiene 29 años y, a partir de ahí, inicia una trayectoria en la que también habrá algún fracaso del que la mayoría de las veces saldrá airosa. Entre 1934 y 1976 escribe veinte obras, incluidas sus memorias, y le da tiempo, entre una y otra, a estar presente en los conflictos que atraviesan la historia del siglo XX. La Guerra Civil española, la II Guerra Mundial, La Guerra Fría. También para ser admirada y odiada por la intelectualidad estadounidense de cada época. Amiga íntima de Dorothy Parker, por ejemplo; enemiga acérrima de Mary McCarthy. Heridas abiertas, chismes jugosos que el público, como no, siempre estuvo dispuesto a disfrutar.

En 1973 se publica Pentimento, el segundo volumen de las memorias de Lillian Hellman. En él hay un capítulo titulado Julia donde cuenta su profunda amistad con una joven perteneciente a la resistencia austríaca en tiempos de Hitler y la peligrosa aventura en la que se embarca para ayudarla. En 1977, el director Fred Zinnemann la convierte en una gran película, con Jane Fonda como Hellman y Vanessa Redgrave como Julia, papel con el que gana el Oscar.

Y entonces ocurre algo.
Una mujer llamada Muriel Gardiner, psicoanalista y psiquiatra, que había estudiado con Freud y era amiga de su hija Anna, lee el libro de Hellman y se topa con la historia de su vida. Recibe llamadas: "¿Has leído la historia de Lillian Hellman? Seguramente tú debes ser Julia. La historia que ella describe es tu historia". Se decide a escribir a la autora: "Oh, un poco extraño, ya sabes, ¿has conseguido esto de mí?". La autora no responde. Quien sí contactó con ella fue Vanessa Redgrave, quien escribiría una obra de teatro. Gardiner, finalmente, publicaría sus memorias Nombre en clave María, que vuelven a estar de actualidad gracias a la exposición dedicada a ella del Museo Freud, en Londres.

Y entonces ocurre otra cosa.
En octubre de 1979, Dick Cavett, en un conocido programa de entrevistas de la televisión pública habla con la escritora Mary McCarthy. Lo cuenta así: 
"Durante la entrevista, en un intento de ser inteligente, le pedí a McCarthy que nombrara algunos escritores sobrevalorados. Respondió a la pregunta, mencionando a John Steinbeck, Pearl S. Buck y, finalmente, Lillian Hellman, quien creo que está tremendamente sobrevalorada, es una mala escritora y una escritora deshonesta, pero ella realmente pertenece al pasado. ¿Qué tiene de deshonesto? Pregunté. Todo, respondió McCarthy, sonriendo. Dije una vez en alguna entrevista que cada palabra que escribe es mentira, incluyendo y y el".

Lillian Hellman, aquel día, estaba viendo el programa. Llamó a su abogado y demandó a McCarthy por 2,4 millones de dólares. La primera murió en 1984, antes de la resolución judicial. La segunda, cinco años después, exhausta y arruinada. La vida.

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