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Y si hay que insistir, insistiremos

Volvería a llevar al Chester a Arcadi Espada”, declaró el televisivo Risto Mejide a los micrófonos de la SER. Habían pasado, ya, dos días desde la emisión de una entrevista que terminó como cabía esperar desde un principio: con el periodista contribuyendo a un grotesco espectáculo televisivo y el publicista presentando su nuevo libro –“el más honesto que he escrito”- horas después ante los medios. Así funcionan las cosas en un mundo que ha dejado los escrúpulos atados frente a la puerta del salón, al más puro estilo del cine western.

Insisto en que Espada es un periodista metido a estrella de vodevil y Mejide un publicista reinventado como estrella de televisión. Es importante insistir, sospecho. Lo decía Cantinflas en alguna de sus películas y de ellas he recibido yo buena parte de mi educación que, por otro lado, tampoco es gran cosa. “¡Y si hay que insistir, insistiremos!” vociferaba el mexicano, si no recuerdo mal. Pues insistamos, órale: el uno aprovecha cualquier tribuna para situarse en el centro de la polémica y el otro la persigue como fórmula infalible para asegurarse la siguiente tribuna. Dos caras de una misma moneda, en definitiva. O dos caras, sin más.

Tengo conocidos que comparten mi amistad con la de Arcadi Espada, nadie es perfecto. Me cuentan que es un personaje apasionante, sabio, cínico, divertido, especial… No me queda otro remedio que creerlos o, de lo contrario, estaría negando lo que esos mismos amigos puedan opinar de mí. Espero, al menos, que mi descripción no desmerezca en calificativos amables a la del intelectual. Si les interesa mi opinión, que para eso me pagan, les diré que me parece un personaje interesante. En realidad, no me interesa casi nada de lo que dice o escribe pero me sigue pareciendo un tipo interesante. Todos tenemos nuestras contradicciones y esta es una de ellas. “¡Y si hay que insistir, insistiremos!”, ya saben. Tengo más. Contradicciones, quiero decir. Sí, tengo muchas más.

De Mejide sé entre poco y nada. Lo único que nos emparenta de un modo lejano es que los dos somos aficionados del Barça: pobre Barça, ¿verdad? Gran parte de mi felicidad la baso en la ignorancia. Es algo que aprendí cuando me creía muy listo, en el parvulario. Ignorar quién es Risto Mejide es tarea harto difícil en los tiempos que corren pero se puede intentar no saber más de la cuenta, tratar de profundizar tan solo en el desinterés. Se hizo famoso –corríjanme mentalmente si me equivoco- atizando a los concursante en algún programa de talentos, allá por el pleistoceno de primeros de siglo. Y también sé que está casado con una influencer pero no me pregunten en qué o en quién influye, hasta ahí no llego. “Volvería a llevar al Chester a Arcadi Espada” dijo después de haberlo expulsarlo de plató y antes de empezar la promoción de su nuevo libro. Es importante insistir, insisto.

No me ha quedado más remedio que ver la entrevista en cuestión porque –también lo decía Cantinflas- “para hablar de las cosas hay que fingir conocimiento de causa, Chavita”. Me pregunto si el padre de Nico, el niño con síndrome de Down que aparecía en el vídeo, volvería al programa después de comprobar para qué lo habían invitado: para crear un clímax televisivo impactante, para acorralar al polemista en su esquina y provocar una nueva polémica que los situara, a ambos, en el centro del escenario principal. Para asegurarse, en definitiva, un trato preferente en la promoción de su libro el uno y para seguir manteniendo su cartel de enfant terrible el otro que, así, a ojo de buen cubero, ya debe andar por los sesenta años. Enfant terrible a los sesenta, válgame dios… Órale, compadre.

En Totalán planean hacer un parque temático –lo llaman de otra manera pero es un parque temático- deMaruxa la desgracia. El partido político con más representantes en el Congreso y el Senado pasea al padre de otra pobre criatura por sus actos públicos como reclamo de no sé sabe muy bien el qué. El dolor por la muerte de su hija Diana, la utiliza un padre roto para cargar contra el mismo feminismo que denunció el trato vejatorio, repugnante, al que muchos programas de televisión sometieron a la entonces desaparecida. Risto Mejide invitó a su programa a un periodista especializado en decir barbaridades para que barbaridades dijese y, así, poder montar un espectáculo digno de grandes titulares y mayúsculas en negrita. Lo consiguió. Aquí estoy yo, por ejemplo, escribiendo sobre el asunto aunque no creo que esta columna le sirva al publicista para vender muchos libros. No he sido capaz de ni de vender el mío…

Y sí hay que insistir, insistiremos”, claro que sí. La televisión era más útil cuando los domingos, en lugar del dichoso Chester, mi padre me rodeaba con el brazo para ver una película de Cantinflas en la TVG, después del En Xogo. Padre e hijo riendo a mandíbula quebrada, bendición. “¿Quién carallo es ese Arcadio España?”, me preguntó el pasado lunes. Todavía hay esperanza para la gente buena, supongo. Insistamos.

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