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Ya verás tú

MI MADRE, cuando algo no le convence del todo, mira al tendido de reojo y dice: "Ya verás tú". De niño no lo soportaba, pero con el paso del tiempo aprendí a valorar ese latiguillo suyo como lo que es: una demostración de poderío, un espasmo de seguridad en sí misma, el pase de pecho de una diosa gitana camino del burladero para tomar los trastos de la verdad. En el viejo salón de casa, ese que ha cambiado mil veces porque se aburre pronto de los muebles y su disposición, teníamos un cuadro de una mujer morena con un cántaro en el regazo, hermosa y altanera, una imitación económica de las famosas pinturas de Curro Romero de Torres, el del pasodoble. Me pasaba horas mirándolo, buscando las diferencias entre mi madre y aquella mujer misteriosa que no se le parecía en nada y al mismo tiempo se le parecía en todo. Entonces llegaba ella, cargando el cesto de la colada o empuñando la escoba, se paraba frente a la puerta y preguntaba: "¿Hiciste los deberes?". No necesitaba ni mirarme a la cara para saber la respuesta y desaparecer de la escena con su demoledor "ya verás tú".

Ilustración para el blog de Rafa Cabeleira. MARUXACon esas tres palabras la he visto meter en cintura a mi padre, al suyo, a varios empleados que se lo merecían, a no pocos clientes e incluso a un político que se le acercó en plena campaña electoral a repetir viejas promesas incumplidas. También a un inspector de sanidad que se presentó en la cocina del restaurante hace años con la preceptiva carpetita de cuero y su cara de elegido para la gloria. Antes de que el pobre funcionario pudiese abrir la boca, soltó ella la espumadera, se sentó en una silla y mirando por la ventana le dijo: "Ya verás tú". Casualidad o no, el tipo empezó a ponerse de mil colores, se echó la mano derecha al pecho y entre bufidos de dolor dijo aquello de "por favor, ¿me podrían llamar a una ambulancia?". Mi abuela materna, que siempre se ha jactado de haber amenazado a más inspectores de sanidad que Joe Dillinger a directores de banco, nunca le perdonó aquella exhibición gratuita de brujería. No es de extrañar, pues, que todavía hoy, camino de los noventa años y retirada del negocio desde hace dos, mi abuela siga improvisando una versión alternativa al fulminante "ya verás tú" de mamá cada vez que sale el tema, incapaz de aceptar que la muesca más memorable de su oxidado revolver fue, en realidad, cosa de su nuera.

Hubo una época en que mi padre y yo, por espantarnos un poco el agobio, comenzamos a llamarla ‘Yaverasturi’ pero el chiste es tan malo que no merece la pena ni explicarlo. Como decía, por aquel entonces yo era un niño y mi padre estaba casado con ella, así que ninguno de los dos reparaba fríamente en la belleza de un gesto que ahora viene acompañado de música cada vez que lo observo. Porque mi madre, superada la barrera de los sesenta, sigue conservando ese je ne sais quoi que la distingue de todas las mujeres del mundo, una especie de Ava Gadner lucense con buena mano para la comida y un gusto exquisito para la ropa. La última vez que la vi sentenciar al mundo fue ayer mismo, mientras preparaba unas lentejas y atendía vagamente a la televisión. En pantalla apareció la ministra de Hacienda ejerciendo de portavoz del Partido Socialista y mamá agarró un bote de pimentón, lo sacudió varias veces y soltó su "ya verás tú" apartando la vista del televisor. Si yo fuese la señora Montero estaría temblando, salvo que por pura precaución queramos interpretar que se refería al producto estrella de La Vera y no a la política que le quiere subir el Iva a los restaurantes, a los libros y los productos de jardinería.

Alguien me dijo una vez que las madres son esa lámpara encendida que nadie sabe a quién le alumbra hasta que se va la luz, las eternas incomprendidas de un mundo que les dedica días y canciones pero no mueve un dedo por ellas. Lo pensaba el otro día viendo Patria, con esas interpretaciones gigantescas de dos mujeres a las que solo un necio sería capaz de juzgar por sus actos y no por sus impulsos. En ambas, en la que pierde a su marido por la sinrazón de Eta y en la que se adhiere a la locura asesina del hijo, veo cosas de mi madre. Las dos, Miren y Bittori, se pasan el día diciendo "ya verás tú" sin que nadie, incluidos los espectadores, seamos capaces de entender que la coletilla no es una amenaza ni tampoco una advertencia, tan solo un recordatorio de que las madres están ahí para eso: para enseñarnos dónde y cuándo mirar, si acaso las únicas conscientes de que no van a poder estar a nuestro lado para siempre.

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