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¡Nos las arreglaremos!

Cuarenta años después de su muerte el silencio del cine de Charles Chaplin continúa siendo un poderoso grito sobre el ser humano

Plano final de ‘Tiempos modernos’ (1936), con Charles Chaplin y Paulette Goddard.EP
photo_camera Plano final de 'Tiempos modernos' (1936), con Charles Chaplin y Paulette Goddard.EP

EL DÍA de Navidad de 1977 fallecía Charles Chaplin. Cuarenta años después de esa fecha todavía conmueve acercarse a su cine de silencios, de miradas y gestos, para el que la palabra era un estorbo, convirtiéndose ese silencio, paradójicamente, en un vigoroso grito alrededor del ser humano y sus problemas con una sociedad cada vez más deshumanizada.

Se acaba este año, fin de una etapa más en nuestras vidas. Un año lleno de días felices e infelices, de alegrías y de tristezas, de peripecias que se han ido pegando a nuestra piel como parte del peaje que toda existencia debe pagar. Como en el final de esa obra maestra del cine que es Tiempos modernos le damos la espalda al caduco 2017, mientras nos dirigimos hacia el 2018. "¡Nos las arreglaremos!", le espeta el último vagabundo de Chaplin a su compañera para, instantes después, obligarle a esbozar una sonrisa en su rostro. Quizás eso sea lo único que necesitemos realmente para encarar la aventura de un nuevo año, esperanza y alegría, armas chaplinianas para enfrentarse a la vida y vencer así la desorientación que producen tantos acontecimientos como tienen lugar en nuestra turbulenta sociedad.

No sé sinceramente cómo respondería Chaplin a esta loca realidad actual, me gustaría pensar que seguiría fiel a las herramientas que empleó en sus películas: la bondad, la ternura y una suerte de inocencia que, lejos de ser ridículas, son un acto de rebeldía y firmeza frente a tanta vanidad y a ese estúpido deseo del ser humano de ser lo que no es.

El mundo de la infancia, el trabajo, el amor, el sueño americano, los totalitarismos, la fragilidad del hombre y su decrepitud final. Todo esto es la vida y todo está en el cine de Charles Chaplin. Acostumbrados como estamos a un cine lleno de efectismos y distracciones, volver a colocarse ante la pantalla en blanco y negro y el silencio, un silencio ya eterno, de su cine, es comprender realmente el valor del cine como medio de expresión artística, pero también como vínculo con la realidad de su momento como ningún otro arte ha sido capaz de lograr a lo largo de la historia. Los ojos de Chaplin son siempre los ojos del espectador que, ante estas imágenes, retrocede en el tiempo y hace de las virtudes del clown el único escudo para protegernos ante la intemperie. Es entonces cuando comer unas botas hervidas no es algo tan grave, o cuando recoger una flor del suelo para devolvérsela a su vendedora es un acto trascendental. Una poesía que permite tomar distancia con la realidad, sortear sus golpes y volcarse en el gag como parálisis de la sociedad ante la esencia del individuo que reacciona ante ella fragmentando su propio tiempo y convirtiendo a la risa en una insurrección frente a las normas, a lo cotidiano y a la tiranía planificada por unos tiempos que cada vez parecen más ajenos a nosotros mismos.

Quizás no sea mala idea a la hora de cambiar de año y antes de dar ese salto en el vacío el revisar alguno de los títulos de Charles Chaplin. Desde sus iniciales cortos a Candilejas, de su mano uno se arrima a aquello que más conmueve del ser humano, a una esencia que poco a poco hemos ido perdiendo y que desde hace cuarenta años dejó de estar presente entre nosotros, pero que el actor y director ya se había encargado de encapsular en sus películas para que, con bombín y bastón, seamos capaces de seguir siendo felices, porque pese a quien pese ¡Nos las arreglaremos!

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