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Institucionalización

Homenaje a Alexandre Bóveda en el monumento de A Caeira, el pasado 17 de agosto. JOSÉ LUIZ OUBIÑA
photo_camera Homenaje a Alexandre Bóveda en el monumento de A Caeira, el pasado 17 de agosto. JOSÉ LUIZ OUBIÑA

Las tres primeras palabras del Estatuto de Autonomía de Galicia dicen esto: "Galicia, nacionalidade histórica…". Así empieza el texto en su artículo 1 del título preliminar. Hay millones de motivos que justifican la descripción de Galicia como "nacionalidade histórica", uno de ellos, no menor, los trabajos que entre 1931 y 1936 se hicieron para sacar adelante el Estatuto llamado "del 36", que como usted sabe nunca se llegó a aplicar, ya que el golpe franquista se celebró en julio del mismo año, menos de un mes después del referéndum y tres días después de que Castelao entregara el texto en el Congreso.

También sabemos todos del papel fundamental que Alexandre Bóveda desempeñó en todo aquel proceso, como sabemos que a causa de ello fue fusilado el 17 de agosto, fecha en la que se conmemora el Día da Galiza mártir. El exilio bonaerense, eligió esa fecha por entender que Bóveda simbolizaba como nadie a todos los gallegos asesinados y represaliados por la dictadura.

Desde hace muchos años ya, se pide la institucionalización de ese día. Qué palabra más larga, Dios. Pero hay cosas que caen por su propio peso. A pesar de que nunca la Xunta ni el PP han estado por la labor, algunos han dado pasos. El primero fue Ángel Moldes, portavoz del PP en Poio, quien votó a favor de la propuesta y empezó a acudir regularmente al acto institucional que se celebra en ese municipio, donde Bóveda vivió y fue asesinado.

Le siguió un hoy exconcelleiro pontevedrés, César Abal, quien además convenció para secundar la iniciativa al entonces líder local, Jacobo Moreira. Tiene su lógica. Tanto Poio como Pontevedra están todavía superando un trauma enorme. Más allá de las implicaciones políticas que rodean al personaje, aquí hubo un componente humano y en ocasiones personal. Bóveda era uno de nosotros. Paseaba por nuestras calles, oía misa en nuestras iglesias, nos fundó la Caja de Ahorros, cantaba en nuestros coros e iba al fútbol a ver a nuestros equipos. Todos sabían quién era y cómo era, incapaz de matar a una hormiga. Su viuda y casi todos sus hijos fueron muriendo viendo crecer a nuestros padres y luego a nosotros. Sólo nos queda ya Amalia, la hija que estaba en el vientre de su madre cuando asesinaron a Alexandre.

Y sus verdugos también nos vieron crecer. Entiéndase, pues, que en esta comarca el tema tenga más vertientes que la política. El primer alcalde del PP que llevó a pleno y apoyó institucionalizar el Día da Galiza mártir fue Jorge Cubela en Cotobade. Es un proceso, me dijo el otro día uno del PP, que se va llevando de abajo hacia arriba. Este año, el actual líder del PP pontevedrés envió a dos de sus concelleiros a los actos. Uno de ellos, Guillermo Juncal, que debe tener 23 o 24 años, colgó este mensaje en las redes sociales: "Por Alexandre Bóveda e por todos os galegos asasinados e represaliados na Guerra Civil e no réxime franquista". Empezaba su texto definiendo a la Dictadura como "a etapa máis negra da nosa historia moderna". Pues por ahí la cosa va bien.

Este año incluso la Deputación de Ourense, la única que gobierna el PP, se sumó con un acto institucional. También tiene sentido, pues Bóveda nació y se crio allí. Por encima de las deputaciones sólo está la Xunta, en la práctica la única institución que todavía se resiste.

Va a hacer un año que Feijóo, con Amalia Bóveda a su lado, describió el fusilamiento de su padre como un asesinato atroz. Y añadió: "La barbarie sucedió aquí". Pero hay más. Hace ya años que el entonces ministro de Justicia, Rafael Catalá (PP), firmó una Declaración de reparación y reconocimiento personal a Alexandre Bóveda. Lo hizo al considerar acreditado que había sufrido "persecución y violencia durante la Guerra Civil por razones políticas e ideológicas". No sé qué más hace falta para que ese reconocimiento institucional se eleve al máximo órgano de representación del pueblo gallego, que es la Xunta.

Ni siquiera hace falta que nadie comparta las ideas políticas de Bóveda. Cualquier gallego o cualquier gallega de bien habrán de reconocer a quien sacrificó la vida defendiendo unas ideas desde una posición impecablemente democrática, a una persona que no supo lo que era un fusil hasta el día en que lo mataron y a una mente brillante que a sus 33 años tenía un horizonte vital más que holgado.

Hay que recordar cuantas veces haga falta las últimas palabras de Bóveda ante el tribunal sumarísimo que decretó su asesinato: "Mi patria natural es Galicia. La amo fervorosamente. Jamás la traicionaría aunque me concediesen siglos de vida. La adoro más allá de mi propia muerte. Si entiende el tribunal que por este amor entrañable debe serme aplicada la pena de muerte, la recibiré como un sacrificio más por ella. Hice cuanto pude por Galicia y haría más si pudiera. Si no puedo, hasta me gustaría morir por mi patria. Y bajo su bandera deseo ser enterrado". Tuvo que decirlo así, en castellano, pues se le prohibió expresarse en nuestro idioma, como se le denegó aquel último deseo de enterrarse con su bandera.

Nunca he comprendido qué motivos puede tener nadie para no rendir homenaje oficial a Bóveda, porque tampoco creo que haya gallego ni gallega, ni vivos ni muertos, que lo merezcan más.

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