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La caja de cartón

Hay que importar el ritual para ciertos casos, como el que se dará esta noche
Una electora votando en las pasadas elecciones generales del 28 de abril. GONZALO GARCÍA
photo_camera Una electora votando en las pasadas elecciones generales del 28 de abril. GONZALO GARCÍA

En las películas norteamericanas, cuando despiden a alguien de su trabajo, que es algo que sucede a menudo, mete lo suyo en una caja de cartón y se va, desfilando ante sus compañeros. La vida laboral del personaje cabe en una caja de cartón no demasiado grande. La caja siempre está abierta de par en par a fin de que los compañeros de trabajo y el espectador vean lo que hay dentro. Normalmente uno o dos marcos con fotos de su familia, pero también cosas inverosímiles, como plantas, guantes de béisbol, peluches, fusiles de asalto: todo aquello que hacían más llevaderas las horas que el pobre hombre pasaba allí trabajando.

No son demasiado pesadas las cajas. En ocasiones las llevan con una mano o las ponen bajo un brazo mientras se despiden de sus compañeros o le gritan al jefe que es gilipollas y que se alegran de irse de esa oficina, lo que es mentira. La escena siempre es la misma, da igual que el despedido trabaje en un cubículo de dos metros cuadrados o en un despacho de ejecutivo en un rascacielos. La caja nunca cambia ni en forma ni en tamaño. Igual hay una fábrica que tiene una línea de cajas para trabajadores despedidos. O eso o en las empresas tienen sólo una caja y la usan una y otra vez: «No olvide dejar la caja de los despidos en recepción». No lo sé. Igual lo sabía pero lo mismo tengo un tumor en el coco y lo olvidé.

En el cine europeo también hay despidos y son igual de traumáticos, pero no hay caja de cartón. La gente se va sin más, lo que es menos humillante. Desfilar ante los compañeros con la caja de cartón es una manera de solemnizar el asunto y dotarlo de mayor dramatismo, porque cuando uno sale con la caja sólo puede significar que lo han despedido. Sospecho que allí cuando echan a uno que no tiene nada propio en la oficina, le dan la caja igual para que la lleve vacía, no vaya a ser que alguien piense que sale a tomar un café.

Hay que importar el ritual para ciertos casos, como el que se dará esta noche. A poco que algunos suban y otros bajen, habrá un baile de despidos monumental. Estas sacudidas que se dan últimamente, con partidos que aparecen y desaparecen, no sé si serán buenas para España, pero la industria del cartonaje se está dejando ahí un nicho de mercado. Hoy varias docenas de diputados y diputadas serán sustituidas por otras tantas. Podría celebrarse, no por las personas que pierden el empleo, sino porque es una de esas ocasiones en que la ciudadanía puede despedir a alguien, cosa que solamente ocurre cuando hay urnas o cuando el equipo de fútbol local pierde tres veces seguidas. Las fotos de los diputados y senadores saliendo con la caja de cartón, ya no digo nada si se les hiciera posar todos juntos, nos daría una perspectiva muy gráfica y vigorosa del poder popular.

La democracia es eso: quitar y poner diputados, senadores y concejales. Echar a unos para que lleguen otros que lo harán mejor, cosa que rara vez sucede, al menos en Madrid, donde ahora mismo las posibilidades de llegar a acuerdos son complicadas. La aritmética no ayuda, también es verdad, ni ayuda la mala disposición de algunos, incapaces de entender que hay que lidiar con un Parlamento fragmentado en el que además los apoyos nacionalistas, que siempre salen ganando cuando alguien necesita su voto, son cada vez más necesarios para construir mayorías.

No, no va a ser fácil que nadie lo haga bien aunque la gente que vota lo intente una y otra vez. Si hay alguien que ha cumplido es el votante, que siempre tiene razones para hacer lo que hace, aunque sea una tontería. Por el pueblo que no sea, que hace su parte. Son los otros los que tienen que hacer la suya, pase lo que pase hoy. Decirle a la ciudadanía por quinta vez en cuatro años que vuelva a votar porque lo ha hecho mal, eso sería demasiado. Que hagan su trabajo, que es negociar, que formen un Gobierno y que se pongan a resolver los problemas, que no son pocos, y que lo hagan de manera razonable.

Es mucho pedir, pero si la gente hoy echa a cincuenta u ochenta diputados para poner a otros tantos y rehacer los equilibrios de poder, será para algo. Y como parece que va a haber más cambios de voto que nunca, según las encuestas con partidos que se disparan y otros que se hunden, será que hay mucho votante cabreado, frustrado o ambas cosas.

Será que muchos electores han asumido que su voto anterior no fue bien administrado. Que el partido al que apoyó le ha fallado. También será verdad que poniendo al pueblo a votar una vez al año es normal que haya mucha gente experimentando, bien por aburrimiento, bien por probar sensaciones nuevas, bien por intentarlo de otra manera.

A los que se van con su caja de cartón habrá que agradecerles los servicios prestados, que tampoco fueron muchos, y a los demás pedirles que esta vez no lo intenten. Que lo hagan, que para intentarlo ya votamos en abril y aquí estamos otra vez.