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La coleccionista de sellos

UNA FAMILIA de peregrinos hacía un alto en el camino. Reponían fuerzas en medio de una etapa dura, de las que nunca se olvidan. Comían unas barritas energéticas mientras la hija pequeña, de 13 años, se quedó mirando hacia un árbol. Algo le llamó la atención y se acercó a verlo con detalle.

-¿Qué haces? No te vayas lejos -advirtió el padre al ver que se alejaba.
-¡En este árbol hay canguros -exclamó la niña.
-¿Pero que dices? Anda, ven aquí.
-¡Que es verdad, que hay canguros! -repitió-. ¡Venga, venid a verlos!

La coleccionista de sellos - Rodrigo Cota - Historias del Camino (18.01.22)Ana Soares era una reconocida coleccionista de sellos entre los amantes de la filatelia. Había empezado de niña. Como todos los niños que empiezan una colección al principio guardaba cada sello que caía en sus manos, pero pronto aprendió a seleccionar. Pedía a sus padres que la llevaran a los mercadillos de Lisboa, donde era relativamente fácil conseguir verdaderas gangas. Los comerciantes compraban colecciones de sellos, de billetes, de monedas, por muy poco dinero y no se molestaban en ir pieza a pieza, buscándolas en catálogos. Obtenían un buen beneficio vendiendo sellos sueltos de las colecciones y con eso les bastaba. Ana Soares pedía sellos por sus cumpleaños, en Navidad, o pedía dinero para sellos. Ahorraba parte de su paga para gastar en filatelia.

Visitaba también las tiendas especializadas, donde sí aprendía cómo seleccionar un buen sello, por antigüedad, estado de conservación, cantidad de piezas emitidas, si llevaban o no timbre. Pedía sellos por sus cumpleaños, en Navidad, o dinero para sellos. Ahorraba parte de su paga para gastar en filatelia.

Cuando tuvo recursos propios, dedicó todo lo que podía a aumentar su colección hasta completar lo que para cualquier especialista sería un conjunto sobresaliente. Así transcurrió su vida entre dos matrimonios y su colección que ocupaba unos cuantos álbumes en los que no había miles de sellos, pero sí los suficientes como para crecer como coleccionista de piezas únicas o exóticas. Un día, puede que una noche, cuando Ana Soares era ya casi anciana, le dio por reflexionar. Concluyó que solamente ella había disfrutado de su filatelia. Se preguntó si todas las décadas que había dedicado a su pasión por los sellos aportaban algo a alguien. Sus dos hijos siempre se habían tomado el asunto con muy poca seriedad. A lo largo de su vida solamente algunos filatélicos habían alabado su capacidad para seleccionar piezas únicas. Nadie más que ella había visto su colección completa. Tras siete décadas coleccionando sellos, un buen día, aproximándose a la ancianidad, decidió que debía buscar la manera de compartir su colección. Cualquier otra solución era un desperdicio. Dejarla como herencia a quienes siempre aquella afición a la filatelia les había parecido un desperdicio le parecía injusto y desproporcionado.

Así que, tras dar muchas vueltas al asunto, decidió compartir su colección de una manera que nadie había imaginado. Crear una exposición efímera, no anunciada, que pudiera disfrutar el público al aire libre. Ana Soares sabía que lo que iba a hacer significaba la destrucción de sus sellos, pero pensó que hasta entonces sólo los había disfrutado ella y que desperdigarla sería una manera de compartirla.

Empezó el Camiño en Lisboa. Llevaba consigo lo más granado de su colección, siempre antes conservada en las mejores condiciones. Y fue pegando sellos en árboles, en piedras, en bancos, en puertas, en muros. Un buen día, ya en Galicia, pegó en un carballo el sello de Australia que encontró la niña y que admiró su familia. No sabía Ana Soares que ya días antes las redes sociales hervían; no sabía que muchos pregrinos estaban subiendo a las redes los misteriosos sellos que aparecían por el Camiño; no sabía que coleccionistas de sellos por todo el mundo compartían en redes imágenes de los extraños sellos que formaban una exposición al aire libre de valiosa filatelia; no tenía ni idea de que cadenas de televisión de medio mundo se unían a la caza de los sellos que alguien iba exhibiendo por el Camiño.

Ana Soares no sabía nada de redes sociales, no sabía que era una de las personas más buscadas; no tenía la menor idea de que su exposición tenía fama universal. No sabía que coleccionistas del mundo entero seguían día a día los nuevos descubrimientos de sellos valiosos que se iban descubriendo y que en cosa de días perdían todo valor monetario porque se mojaban, se secaban, se arrugaban.

Ana Soares regresó a Lisboa para vivir sus últimos días. Ahí, viendo un día un reportaje, supo de la fama que había adquirido aquella persona aficionada a la filatelia que se había dejado por el Camiño de Santiago una de las más valiosas colecciones de sellos que jamás había visto nadie para que la viera todo el mundo. Y fue entonces cuando comprendió por qué había dedicado su vida a coleccionar sellos.

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