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El divorcio de Clara y Fulgencio

CLARA Y FULGENCIO caminaban desde hacía dos horas en silencio. Habían pasado la noche en el Albergue de Peregrinos de O Porriño. Fulgencio estaba pendiente del móvil, viendo todos los resultados del fútbol de todo el fin de semana. De vez en cuando movía la cabeza afirmativa o negativamente dependiendo de que algún marcador le gustase más o menos; Clara, mientras tanto, estaba buscando un momento cualquiera para decirle lo que le quería decir. Había decidido hacerlo de la manera más natural posible, como si fuera una charla banal, por quitar dramatismo al asunto.

-Más o menos aquí nos conocimos -dijo al fin-. Calculo yo que fue en este mismo tramo del Camiño, aunque esto ha cambiado mucho en estos 35 años.

-Ahá -contestó Fulgencio sin apartar la vista de la pantalla.

-Entonces estaba todo sin señalizar, no había casi albergues. ¿Te acuerdas de aquél día que nos perdimos y anduvimos dando vueltas durante horas? Al final un vecino nos dirigió cuando ya estábamos a punto de desfallecer.

-Ahá -repitió Fulgencio.

-Eran kilómentros enteros por los que ni siquiera había un sendero visible. Los peregrinos caminábamos a ciegas entre toxos y silveiras hasta que de pronto volvía a verse el Camiño, que parecía el Guadiana apareciendo y desapareciendo. Y como no había casi nadie peregrinando cuando lo hicimos tampoco siempre había a quién seguir. Tenía aquel encanto aventurero, aunque hay que decir que también lo tiene hoy pero sin tanto contratiempo. Así da gusto. Es la mejor forma de conocer o de reconocer este país tan hermoso, recorriéndolo paso a paso, caminándolo durante días. Y este año es una maravilla. De no ser por la pandemia no estaríamos hoy aquí. La idea fue tuya. Aquí, dijiste, no habrá problemas con las distancias de seguridad, no habrá aglomeraciones y tanto en albergues como en bares o restaurantes todo está muy controlado y así es. Y el precio se va ajustando sobre la marcha, que en eso te doy la razón, es una de las grandes ventajas de hacer el Camiño. ¿Que has gastado un poco de más dándote un capricho? Pues lo compensas con un par de días a bocatas y cuando vuelves a ajustar el presupuesto, cenas en un buen restaurante o duermes de hotel con desayuno incluido. Cosas que no se podían hacer cuando nos conocimos porque no había infraestructura a lo largo del Camiño. Era una ruta de peregrinaje, como ahora, pero no era una opción turística. La verdad, es la única buena idea que has tenido desde que nos conocimos.

-Ahá -repitió Fulgencio, absorto en la pantalla del móvil.

-Bueno: el caso, Fulgencio, es que el Camiño, ahora que lo pienso, el viejo y el nuevo, es la metáfora perfecta para decirte lo que te voy a decir y que es algo que llevo meditando desde hace mucho tiempo, aunque la decisión la tomé definitivamente hará unos seis meses, más o menos. ¿Me escuchas, Fulgencio?

-Sí, sí, la metáfora -repitió la única palabra que había retenido en su memoria mientras lamentaba en silencio el empate en casa del Alavés.

-Eso, la metáfora. Bueno, tu vida ha sido como el antiguo Camiño aquél: inconstante, imprevisible, mal señalizada e infradotada, incómoda. Un desastre, vaya. No has durado en ningún puesto de trabajo. Que yo recuerde, tu trabajo más largo fue cuando estuviste cerca de dos años como guardia de noche en aquel almacén hasta que te echaron porque entraron a robar y se llevaron cuatro camiones cargados de mercancía mientras tú veías el fútbol en el bar de enfrente. Lo has intentado como camarero, encofrador, escultor, reponedor, chapista. Te echaron de todas partes por vago y por irresponsable.

-Ahá -dijo Fulgencio.

-Siempre a la sopa boba. El caso es que la sociedad ha madurado, ha evolucionado. Todo el mundo se fue adaptando a los tiempos y a los cambios, pero tú no te has movido. Tengo la sensación de que no he desperdiciado mi vida, pero tú sí la tuya y yo he cargado contigo desde siempre. Has sido una cruz muy pesada. Fíjate: hemos recorrido el mismo camino, pero volviendo a la metáfora, tú has recorrido aquel Camiño viejo mientras yo me he ido adaptando al nuevo. Ya no soy la mujer que se casó contigo. Primero aguanté por los niños; luego, cuando crecieron te soporté porque te sigo guardando algo de cariño y tampoco dabas más problemas que pasar los días y los años tumbado en el sofá, algo que me parecía triste pero soportable. Me dabas pena.

-Pena -repitió Fulgencio sin apartar la vista del móvil.

-He decidido que en adelante seguiremos haciendo el mismo Camiño, tú el viejo camino tenebroso y yo este otro Camiño con todo su esplendor, pero cada uno por su cuenta. Hace ya tiempo que has perdido mi respeto. Te has convertido en un parásito. No aportas nada a mi vida ni a la tuya ni a nuestra relación. No me siento parte de esta pareja.

-Ahá.

-Y no sabes escuchar. Nunca has sabido. Todo te entra por un oído y te sale por el otro. Esa indiferencia que muestras ante todo en esta vida salvo las tres cosas que te interesan es lamentable. Pasa la vida por ti y ni la disfrutas, ni la sufres ni la vives. Nunca te vi un gran potencial, las cosas como son, pero he tratado de ayudarte a cambiar algunas veces; otras te he dejado a tu aire para ver si así espabilabas. Todo ha sido inútil y no estoy dispuesta a desperdiciar a tu lado lo que me queda de vida. No tendría ningún sentido mantener esta relación ficticia y envejecer contigo. La vida tiene todavía mucho que ofrecernos, bueno, al menos a mí.

-Ahá.

-Así que en cuanto lleguemos a Pontevedra te voy a abandonar para siempre, Fulgencio.

-Boh, se me ha acabado la batería -lamentó Fulgencio con cara de fastidio-. ¿Qué me decías?

-Que te dejo, que nos vamos a divorciar.

-¿Pero por qué?

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