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Una piedra en el camino

SUSANA caminaba con un grupo de amigas, siete contándola a ella. En la peor etapa de la pandemia, durante el confinamiento, tuvieron que suspender su meditado proyecto de hacer el Camiño, una aventura para la que se habían preparado a conciencia. Luego tuvieron que aplazarlo varias veces: por las restricciones más duras al principio; porque a alguna le tocaba vacunarse, o porque otra luego se contagió. Dos años habían estado poniendo fecha y aplazándola pero sin rendirse. Por fin habían coincidido todas, y se alegraban del buen momento, con la pandemia en franca caída y el fin de las restricciones.

-Tengo una piedra en la bota -dijo.

-Pues sácala -contestó una de sus acompañantes-.

 Lo que no entiendo es cómo puede entrar una piedra en esas botas que llevas. ¿De dónde las sacaste? Más que botas parecen tanques.

-Ya, ya lo sé. Y son cómodas, ¿eh?, pero sí, se me fue la olla. Una tarde que estaba buscando información sobre el Camiño me puse a navegar como una loca y acabé en una web que daba consejos para caminantes. Decía que unos calcetines gruesos y unas buenas botas son lo mejor para reducir el riesgo de ampollas, o no sé qué.

Historias del Camino.

-Pues yo con estas zapatillas voy muy bien, y no tengo una piedra dentro.

-Ya, qué suerte - dijo Susana-. Pues yo me compré éstas y no me puedo quejar.

-Más bien a mí me parecen de montañismo.

-Pues estamos atravesando una montaña.

-Ya, pero por un sendero, no por el medio del monte.

-Eso sí -dijo Susana-. Casi todos los tramos están muy bien acondicionados. Ayer hubo aquellos dos kilómetros, serían, que fueron algo más difíciles de caminar, porque eran cuesta arriba, pero imagino que no tocaron mucho el sendero porque estaban casi al lado aquellos petroglifos. Valió la pena verlos, la verdad.

-Mira -dijo la amiga señalando las escalinatas de una modesta capilla románica-. Puedes sentarte ahí un rato y quitarte la bota. Le digo a las demás que esperen o que luego las alcanzamos, como veas.

-No, no, la piedra se movió. Ahora ya no molesta y no quiero parar y perder el ritmo, que llevamos ya unos cuantos kilómetros y luego cuesta horrores arrancar y recuperar el ritmo. 

-¿Eso decían en la web? -preguntó la amiga riendo.

-Boh, eres idiota -contestó Susana en el mismo tono-. Cómo se nota que no sabes hacer deporte. Vas bufando como un caballo, y mira que tuvimos tiempo para ponernos en forma. Creo que la que tiene que descansar eres tú.

-Pues sí, esta etapa es de las duras -dijo consultando el plano en el móvil-. Parece que a medio kilómetro hay una fuente. Podemos parar ahí, bebemos agua fresca, rellenamos las botellas, te sacas la piedra de la bota y seguimos.

A los pocos metros Susana empezó a dar patadas a una roca que se metía casi en el sendero. -¿Que haces, loca?

-La piedra otra vez, la tengo debajo justo del talón. A ver si la muevo.

-¿Y por qué no la quitas de una vez? Si llevaras unas zapatillas como las mías podrías sacar la piedra casi sin dejar de caminar. Mira, no tengo ni que desatar los cordones -añadió mientras se sacaba una zapatilla, la sacudía boca abajo como si tuviera una piedra y se la ponía otra vez-. Listo. Pero claro, tú con esas botas que son todo cordones para sacar una y volver a ponértela necesitas media hora.

-¡Que pesada! ¿Ves, ya está? Ya se movió la piedra -y echó nueva mente a andar.

-Con esas patadas que diste lo normal es que no se moviera la pobre roca en vez de la piedra.

Cuando llegaron a la fuente, la amiga se echó a beber alabando la frescura del agua. Susana también bebió mientras la otra se sentaba, y fue rellenando las botellas, que estaban algo calientes.

-¿No te sacas la piedra?

-No, ahora no molesta. Debió encontrar un buen hueco para no molestar.

Siguieron el Camiño y a Susana volvió a molestarle la piedra. No demasiado. Era soportable y le daba pereza parar. Ya no estaban muy lejos y quería llegar pronto, registrarse, darse una buena ducha y ya buscarían un buen lugar para comer algo antes de darse una vuelta tranquila. 

-¡Mira, ahí están las demás! -dijo la amiga-. Pues no tardamos nada en alcanzarlas.

-¡Ay! La piedra otra vez. Ahora sí que duele.

-Patea otra roca. Lo leí en una web.

- Qué payasa eres. Ahora me aguanto, que ya estamos llegando.

Lo primero que hicieron al llegar fue descalzarse. La amiga tenía unas cuantas ampollas y esperaron a que viniera una voluntaria a curárselas. Mientras, Susana empezó el laborioso proceso de afl ojar los cordones de sus botas. Se sacó primero la de la piedra.

-¿Dónde estás, bicho? -preguntó mientras sacudía la bota. Finalmente salió la piedra. Era una piedra pequeña para lo mucho que molestaba, pensó- ¡Te tengo! -dijo mientras la recogía del suelo.

-¿Estás hablando con la piedra?

-Sí, qué pasa. Y me la llevo conmigo. Con el trabajo que tuvo que llevar la pobre para meterse en mi bota no la voy a dejar tirada. Y mira, no tengo ampollas. Buen calzado.

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