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Ruth y João

Historias del Camino.

El Hostal do Camiño era el más antiguo del Camiño Francés y seguramente de todos los demás. Había sido fundado hacia 1912, que Ruth supiera, porque había encontrado unos papeles así de antiguos en un viejo arcón, pero sospechaba ella que igual en esa época ya llevaba varios años funcionando, siempre en manos de su familia.

Sus padres y ella siempre habían planeado que Ruth haría una carrera. Sería la primera de la familia que abandonaría la aldea para prosperar en otro sitio. Así se hizo. Ruth estudió Filología en Compostela y luego había trabajado en Londres, en Dublín y en Berlín. Iba un par de veces al año a visitar a sus padres, una semana en Navidad y otra en verano. El resto de las vacaciones las dedicaba a viajar por el mundo.

Al morir su madre, el padre contrató a João, un portugués que pasó por allí haciendo el Camiño y se quedó a trabajar. Ni a Compostela fue. En la puerta del hostal, João leyó en un cartel escrito a mano que se necesitaba un camarero y nada más entrar se ofreció. No llevaba consigo un currículum, pero tenía experiencia y necesidad de trabajar, así que ahí quedó. El jefe le explicó que además de camarero, debía hacer otras labores: curar llagas, rozaduras y ampollas de peregrinos, lavar las sábanas de las seis habitaciones, limpiarlas y hacer las camas. Eran muchas horas de trabajo, le explicó, pero además de un sueldo decente le ofrecía techo y alimento.

Ruth llegó a la aldea dos días antes del confinamiento. Su padre había ingresado por Covid. Fue de los primeros. Estaba en la UCI en Compostela, con un coma inducido y conectado a un respirador. Ella pensó en un principio en quedarse en un hotel, pero ninguno admitía reservas porque todos iban a cerrar. Por otra parte, en el hospital le dijeron que no se admitían visitas, así que muy a su pesar se fue al hostal. No estaba demasiado lejos y tampoco tenía mucho sentido alquilarse un apartamento teniendo un lugar donde recluirse, con espacios amplios y una finca por la que pasear.

Así conoció a João. Ella ocupó la habitación de sus padres, en el segundo y último piso, la más alejada de la de João, que estaba en la primera planta. Cogió algunos trabajos, unas traducciones de textos técnicos, que eran su especialidad. Se pagaban bien y allí encerrada tenía todo el tiempo del mundo. Escuchaba a João moverse de un lado a otro y lo veía por la ventana trabajando la huerta, haciendo leña, cortando el césped. Un buen día se puso a desmontar toda la cocina para limpiarla a fondo. Eso le llevó varios días. Durante el primer mes apenas se cruzó con él más que dos o tres veces. Se saludaron amablemente, él le dijo que cualquier cosa que necesitara se la pidiera. Iba un par de veces a la semana a hacer la compra, así que podía encargarle lo que quisiera. Ella le dijo que no, que él comprara para dos personas y ella ya iría cogiendo de la nevera o de la alacena.

No desayunaban ni comían ni cenaban juntos. João resultó ser un excelente cocinero y siempre hacía para los dos. Los primeros días ella lo dejaba ahí y se hacía otra cosa, pero finalmente cedió y empezó a comer lo que cocinaba él. La comida estaba buenísima y no aceptarla era una falta de consideración. Sabía que se gustaban. Cuando uno de los dos bajaba al jardín siempre sorprendía al otro espiando como un adolescente desde su ventana y ambos disimulaban.

Al cabo de un mes y medio empezaron a hacerse los encontradizos. Ella bajó a comer un día con él, diciendo que tenía hambre. Él aprovechó un momento en el que ella paseaba por el jardín para trabajar un rato en la huerta. Fueron charlas formales. Ninguno se atrevía a ir más allá. Él era un trabajador del hostal y ella la hija del dueño, y el dueño estaba en un hospital en coma. Estaban allí encerrados por obligación. No eran circunstancias propicias para lanzarse a una relación. Al cabo de tres meses, cuando volvieron a abrir el Hostal do Camiño, eran inseparables. Al principio había poca clientela y João lo llevaba todo. Ella trabajaba y bajaba a comer con él, a pasear por la finca, a cenar. Hablaban mucho, se contaban sus vidas, se reían.

Todo cambió cuando regresó el padre de Ruth felizmente recuperado aunque con alguna secuela. Al cabo de dos días los reunió.

-Esto en 2022 va a estar a reventar -dijo-. Así que vamos a tener unos meses de mucho trabajo y yo ya estoy para lo poco que estoy, que es poca cosa. Si tú te vas a quedar aquí, que total esas traducciones las puedes hacer desde cualquier sitio y tendrás tiempo para echar una mano, vamos a tener un problema y es que ahora entre los tres ocupamos tres habitaciones. Es un despilfarro. ¡A ver, que veo cómo os miráis, tontos! Salid por ahí a airearos, id a cenar ahora, por ejemplo esta noche que no hay clientes. Haced como queráis, pero dejadme una habitación libre para cuando pase esto del virus, que vamos a tener clientes a chorros. ¡Venga, venga, a cenar por ahí!

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