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Un billete de 5

Un billete de 5 - Historias del Camino - Rodrigo Cota (21.12.21)
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NO SOMOS gran cosa los billetes de 5 euros. Yo valgo lo que vale un periódico y un desayuno. No es que sea una cifra despreciable. Cada céntimo cuenta, pero en fin, que tampoco soy un billete de 200. Yo he hablado con alguno y siempre tienen alguna historia fascinante que contar. No es mi caso, no del todo. Esta historia la podrán contar muchos como yo, pero no muchos de 200. Ellos, por mucho que empiecen el Camiño, difícil es que lo acaben. Acaban ingresados en un banco o utilizados para hacer una gran compra. Aunque vivan momentos interesantes en los que son protagonistas, sus vidas se reducen porque se mueven poco. Son como leones enjaulados a los que sueltan para enfrentarse a un cristiano y de vuelta a la jaula. Quizá la comparación no sea la más adecuada, pero me vale para hacerme entender.

Empecé el Camiño con Laura. Parecía buena persona. Iba con un grupo de amigas y se deshizo de mí a la primera ocasión. Me hubiera gustado conocerla mejor, y a sus amigas, pero resultó que no tenía cambio para una botella de agua y allí me soltó en la caja de una tienda, donde permanecí unos segundos. La señora de la tienda me entregó como parte del cambio de una comida para dos personas. Eso es normal, porque cuando uno entra en una caja siempre es el billete de arriba y por tanto suele ser el primero en salir.

Así pasé a la cartera de José, quien al parecer es marido de Sofía, la señora que va con él. Les calculo unos sesenta años, aunque caminan a buen ritmo. Hablan mucho de sus nietas y de sus hijos. Tienen tres nietas. Una de ellas se llama Sofía, como la abuela. Los billetes no tenemos nombre. A mí me llaman Billete de Cinco, pero eso no es a mí, es a todos los billetes de 5, o sea que no tengo un nombre que me distinga de los de mi especie. Eso debiera corregirse. Me gustaría llamarme Ringo, como el de los Beatles.

Pues José y Sofía me tuvieron con ellos toda la tarde. Hicieron unas compras y tomaron unas cañas. Mientras José me sacaba de la cartera para pagar las cañas, lo hizo Sofía con un compañero de 50. José intentó reprochárselo, creo que quería pagar él, pero Sofía le dijo que quería cambiar porque prefiere los billetes pequeños. Ahí me enamoré de Sofía, pero en cuanto llegaron a registrarse al albergue, me partió el corazón. Sacó un billete de 20 y otro de 10. El resto lo pagó José con dos billetes de 5, yo el primero.

Allí dormí, en el albergue. En los albergues del Camiño, como en los bares de los pueblos y en las terrazas de las ciudades, siempre hay ambiente, también entre los billetes. Vamos de aquí para allá conociendo gente y charlando entre nosotros de cosas de billetes, así que al amanecer vi salir a Sofía y a José y casi ni me fijé.

Salí al día siguiente en la mochila de un tal Fred Killer. Sospecho que ése no es su nombre real. Iba con unos amigos y llevaban guitarras. Por lo visto, iban a actuar esa misma noche en un pueblo cercano y así debió ser, aunque no tuve ocasión de comprobarlo, porque me dejaron en otro bar. Adiós, Fred Killer. A la media hora o así, apareció el carnicero a cobrar una factura y me fui con él unos kilómetros, hasta llegar a una concurrida casa de comidas. Allí entregó un pedido, se lo pagaron y me dejó otra vez al entregar el cambio. Fue la única etapa que no hice caminando o en bici.

En bici hice las dos siguientes, con unos que venían de Portugal y elegían las rutas más dificultosas para un ciclista, que ya las traían estudiadas, por lo que se ve. Auténticos deportistas. El caso es que uno de ellos, João da Silveira, me metió en su mochila de manera descuidada y quedé olvidado, enredado entre unas mallas del ciclista. Me quedé arrugado y eso no fue lo más cómodo, pero estuve calentito y sintiendo la velocidad y las curvas, así que ni tan mal. Cuando por fin João me encontró ya estábamos casi en Compostela y me entregó como parte del pago de una camiseta que a mi juicio le sentaba regular.

Ahora espero, a ver. Ya que estoy, quiero llegar a la catedral, ¿no? Entra en la tienda un grupo de chicas. Soy otra vez el primero de la caja y antes de que me encierren pienso que las conozco de algo. Soy muy bueno para las caras, no lo voy a negar, y eso que las he visto a miles. Es un momento importante para mí. Si me lleva alguien que no va hacia la catedral, o que ya viene de vuelta puedo acabar en Varsovia sin haber visto el Obradoiro.

Se abre la caja. Me entregan a una de las chicas. Es Laura, con la que empecé el Camiño. Me lleva al Obradoiro y luego a comer con sus amigas. Esta es la mejor historia que puedo contar hasta hoy. Los billetes de 5 no contamos historias famosas, pero tenemos ciertas probabilidades de vivir pequeñas aventuras.

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