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Nuestro monstruo marino

Está la mitología gallega cargada de monstruos, muchos de ellos marinos. Tiene su lógica, pues la relación de Galicia con el mar es tan longeva como la existencia de nuestro pueblo. Esta tierra ha sido cuna de grandes navegantes y exploradores y nuestro país fue primerísima potencia naval y pesquera desde el principio de los tiempos hasta que la Unión Europea nos los arrebató, lo mismo que el sector lácteo y el ganadero, algo que jamás debimos consentir. Ello dio pie a numerosas leyendas sobre seres marinos, algunos de ellos monstruosos y otros no tanto, como el que, emparejado con una mujer, dio origen al noble linaje de los Mariño de Lobeira, cuya labra heráldica que representa a una sirena fue utilizado por Castelao para diseñar la bandera del Patido Galeguista, dicho sea de paso.

Nada que ver con el monstruo que describiremos hoy, que no es mitológico ni imaginario, pues fue visto y documentado al menos dos veces en la historia, la primera de ellas en 1618 en las costas gallegas, aunque no se especifica el lugar preciso, y la segunda en el puerto de Lisboa el 20 de enero de 1723. El libro que da cuenta del suceso nada tiene que ver con seres marinos, sino con la vida de todos los Papas, desde San Pedro hasta Benedicto XIV, quien ejerció su ministerio entre los años 1740 y 1758. El autor fue un tal José Álvarez de la Fuente, padre franciscano que incluyó la historia del monstruo por considerarla digna de meterla en un libro sobre los Santos Padres.

Lo que sí sabemos es que se trata de dos ejemplares de la misma especie, pues el que apareció en nuestras costas era mucho más grande que el de Lisboa, y siendo este segundo avistamiento más de un siglo posterior al de Galicia, o en animal encogía, cosa improbable, o no era el mismo.

La descripción del bicho es cuidadosa y se refiere al visto en Lisboa, que murió allí varado: "Un género de pez tan formidable que causó admiración a todos cuantos lo vieron por su monstruosidad nunca vista. Tenía de largo 87 palmos y en lo más grueso 43 de circunferencia y de alto 14 y un tercio; la cabeza era disformemente grande y lo rasgado de la boca tenía 15 palmos y su circunferencia 60. En su concavidad, seis hombres en pie ocupaban una pequeña parte de ella. En el paladar tenía una especie de cerdas como de jabalí, pero eran blancas y de largo de un palmo. En lugar de dientes tenía 644 barbas; en lo alto de la cabeza tenía dos agujeros de dos palmos y medio de ancho por donde respiraba. Sus ojos tenían cada uno un palmo de diámetro; desde la boca hasta el vientre hasta la parte inferior tenía 66 y en los dos lados, como dos pechos de al lado con su pezón en medio, que parecía hembra".

Tenía de largo 87 palmos y en lo más grueso 43 de circunferencia y de alto 14 y un tercio

Como se ve, el examen de espécimen fue pormenorizado hasta el punto de que se tomaron todas las medidas. También es preciso el relato de su agonía y su muerte: "Este monstruo marino, habiendo entrado en el río se arrimó tanto hacia la tierra que, encallando en unos peñascos y bajando la marea, se quedó en seco, y fueron tales los bramidos que dio hasta morirse que atemorizó a todos los moradores de aquella ribera".

Del animal aparecido un siglo antes en Galicia, sólo se dice que tenía "las mismas señas, aunque de mayor magnitud". Bien, ahora que está usted pensando que lo que se descubre es una ballena, que hay mucho listo leyendo el periódico, nadie lo duda. De hecho dice el autor que entre ambas apariciones, los ejemplares fueron vistos por marineros portugueses, gallegos, holandeses y franceses y que todos coincidieron en que "es especie de ballena, pero su figura muy distinta, conque a ponto fijo nadie sabe la especie de este monstruo y todos tuvieron que admirar su fealdad y naturaleza tan terrible".

Cabe destacar que en aquellas épocas, marinos portugueses y gallegos llevaban siglos cazando ballenas y conocían todas y cada una de las variedades que poblaban el Atlántico, por lo que de haberse tratado de cualquiera de ellas no hubiese causado la menor sorpresa, así que lo que se vio en las costas gallegas en 1618 y en la portuguesas en 1723 fue otra cosa.

Y fíjese, no es tan raro el caso como parece, aunque tenga algo de inusual. Hace unas semanas, concretamente el día cinco de este mismo mes, se descubrió en Japón una nueva especie de ballena, cerca de las costas de las islas Hokkaido. Y el cetáceo, en realidad tres ejemplares que navegaban juntos, tenían siete metros de largo, no demasiado como para ser ballenas pero sí lo suficiente como para que su presencia hubiera permanecido hasta ahora ignorada por la ciencia, no así por marineros de la zona, que la habían avistado en raras ocasiones.

Así que cuando algún científico o científica encuentre a nuestra ballena y la clasifique como una nueva especie, reclamaremos con todo derecho el haber sido los primeros en verla, que a fin de cuentas siempre somos los primeros en todo.