Opinión

Renuncia a liderar

LOS CAMBIOS en la economía y en la política cuentan con indicadores suficientes de percepción y preocupación como problemas en la ciudadanía. El CIS, mes tras mes, sitúa la economía y el paro, por un lado, y la corrupción y los partidos políticos, por otro, como los dos núcleos principales de preocupación entre los españoles. En el escenario económico, como ha diagnosticado el profesor Antón Costa (El final del desconcierto y en múltiples artículos), desde los años ochenta las élites dimitieron de la responsabilidad de hacer pedagogía de los cambios, con todos los efectos positivos pero con consecuencias negativas también, que trajo la globalización o la integración monetaria.

La responsabilidad la derivaron a "la disciplina externa". En esas seguimos. Ahí queda desertizado y sin esperanzas el viejo industrial Ferrol, por ejemplo, como consecuencia de la deslocalización, frente a lo que los diferentes gobiernos desde González al Rajoy actual nada hicieron. Nada real de fondo frente a una cirugía que se llevó por delante los motores económicos del cuerpo social. Los problemas políticos que trajeron consigo tanto la globalización como la profunda crisis económica tienen en el 15-M un reflejo suficientemente indicativo como lo tienen en el crecimiento del nacionalismo y su efervescencia en Cataluña.

El diagnóstico en este caso de Manuel Castells parece incuestionable. La parálisis, cuando no la negación, por parte de las élites asentadas en los dos grandes partidos a liderar la iniciativa regeneradora y reformadora que integre estas demandas en cauces institucionales y de sistema supone la renuncia de hecho a esa responsabilidad que legitimaría su permanencia en el poder. Si en la economía la falta de iniciativa y pedagogía la justificaron por la disciplina externa —Bruselas, por ejemplo— en política la iniciativa de otros los desplazará. Se acaba de ver en Cataluña.

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