Opinión

Gentes de allá para acá

EL TURISMO era un gran invento en los años 60, atribuido a Manuel Fraga y su equipo de inventores de la frase España es diferente, que con el tiempo pasó de ser eslogan publicitario a declaración de intenciones y sentencia social. Los turistas de aquellos años fraguianos levantaban la balanza de pagos, y se vendía como la mayor aportación económica al Estado (en el que Fraga era ministro y Franco dictador generalísimo, que es el superlativo del poder). España era tan diferente que vivía del turismo, dado que nuestra industria era escasa, nuestra aportación a la ciencia, nula, y nuestras exportaciones se reducían a los productos de huerta. Eso si, mandábamos mano de obra a la Europa creciente e industrial y, a cambio recibíamos turistas rubias y en bikini que, según el folklorismo espeso se morían por el macho ibérico, feo, católico y poco sentimental.

El turismo fue creciendo y evolucionando, el tiempo pasó y seguimos presumiendo de cifras de visitantes y beneficios económicos. Y así hemos llegado a la España de ahora, que sigue siendo diferente, a la que llegan cada vez más turistas y a la vez, más huidos de los países en conflicto, a los que llamamos eufemísticamente inmigrantes, una vez que los españoles ahora sólo emigramos con un título de doctor debajo del brazo (la ciencia española sigue al mismo nivel de aquel gobierno en el que Fraga era ministro).

Los fenómenos más destacables del turismo de ahora son el peregrinaje a Compostela y la masificación, uno, producido por un fenómeno de contagio que merecería un estudio socio-psicológico, y el otro, producto de la facilidad de movimiento de personas en busca del ocio.

El camino a Compostela comienza en Declathon y acaba en el parque temático del Obradoiro. Es un gran negocio para las dos empresas que gestionan ropa de caminar y el apóstol, pero también para los negociantes a lo largo de caminos inventados para llegar a un lugar inventado por un espabilado arzobispo medieval, que abrió rutas al comercio de Europa y, sin pensarlo, trajo la cultura de Europa hasta este culo del mundo. El parque temático creado por Gelmírez (a imitación y en competencia con el de Roma) se basa en la fantasía del sepulcro milagroso de un palestino decapitado en el Siglo I y que aparece siglos después en Galicia. Sin comentarios, más que nada por no ofender a los que creen en muertos cuya antigüedad puede calcularse con un simple análisis y el sentido común.

Los peregrinos llegan a Compostela siguiendo el camino trazado, no en las estrellas, sino en una aplicación de su teléfono. Caminan por caminos de tierra y cruzan las carreteras en los sitios más peligrosos, siempre atentos a lo que les dice su brújula digital que les guía hacia un sitio donde le ponen un sello en un papel. Con eso se sienten realizados. Es un turismo uniformado en las tiendas del ramo; son gente de buen rollo, que se para a ver el paisaje desde un selfie y que ha dado lugar a la proliferación de albergues y menús del peregrino por todas partes. Por supuesto la inmensa mayoría no trae más fe en el Apóstol que la que pueda llevar a un niño a Disneyland.

El otro turismo, el masificado, se reparte por zonas de moda variable; en las islas y en la España del calor, donde lo inventaron Fraga y Alfredo Landa. Es un turismo de muy mal rollo, generalmente con tendencias a la borrachera, la paella y la colonización. La inmensa mayoría viene –lógico– de la Europa en la que es de noche a la hora de la siesta. Ingleses y alemanes son los abanderados de la causa, aunque últimamente se dan casos extraños entre los británicos: se caen de los balcones y protestan (como la inglesa de hace unos días) porque en España hay españoles.

Pero el turismo, ya no el de la diferente España sino el de todo el mundo, se ha convertido en un problema. Si antes era una gallina de huevos de oro, ahora la gallina está a punto de morir en su gallinero. La facilidad y los precios han movido a enormes muchedumbres hacia los lugares del sol y la fotografía fácil. Venecia, Oporto, Mallorca y todo lo que quiera añadir, no pueden con todos los turistas que les han caído, y que antes eran una bendición, pero ahora es un quebradero de cabeza. Porque el turista gasta su dinero en comer, beber y alojarse, pero además, descome y desbebe, y una ciudad con una red de saneamiento y depuración para, pongamos, un millón de personas, puede encontrarse con el doble de población a consumir agua del grifo, un bien cada vez más escaso, y a colapsar los servicios municipales de una ciudad. El turismo trae dinero y basura, a partes iguales (el ser humano es el único animal capaz de producir basura hasta aniquilarse). Ciudades de escasa capacidad reciben a miles de extranjeros que ya producen más problemas que beneficios (viviendas a precios abusivos, masificacion de servicios y desaparición del pulpo) y convierten a la sociedad en servidores de hostelería. En breve asistiremos al colapso del turismo y se tendrán que dictar leyes restrictivas para los visitantes. El turismo de Fraga morirá de su propio éxito.

El otro factor de movimiento de seres humanos, la mal llamada inmigración, un hecho más frecuente a lo largo de la Historia de lo que parece, es la otra cara del movimiento de masas; a fin de cuenta es lo mismo, aunque los llamados inmigrantes tienen voluntad de permanencia. Pero, a la larga serán mucho más beneficiosos. Tengamos en cuenta de que nuestra población envejece sin medida, y tengamos en cuenta de que una vez fuimos emigrantes y construimos países (Alemania y Francia fue construida por los pobres del sur, por mucho que presuman teutones y galos); toda América se hizo con emigrantes (incluido el emigrante Trump y su emigrante esposa). A la larga serán ellos, los que recogemos en el mar, los que construyan este país, a poco que les dejen un sitio al sol.

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