Opinión

Cabezadas

DE UNA cabezada, en un arrebato inoportuno de sueño, no se libra nadie. Eso sí, no es lo mismo dormirse al volante, viendo la televisión, en un escaño del Parlamento (incluido el europeo) o en cualquier salón de plenos. Porque, eso sí, los políticos se entregan a los caprichos de Morfeo con una complacencia y una frecuencia que producen asombro y cabreo entre quienes les pagamos por, al menos, estar despiertos.

El último caso sonado fue el de Roberto Fernández, concejal socialista de Zaragoza, que no dudó en tumbarse a la bartola en un sofá durante la celebración de un pleno, traspuesto como un angelito. Ninguno se ha atribuido por ahora exceso de trabajo para justificarse, pero puede ser por indiferencia, empalago o aburrimiento, difíciles de combatir según qué casos.

El que dos diputados de Podemos se durmiesen (también lo hizo Cela, pero era Cela) durante la intervención de Pablo Iglesias, puede incluso estar más que justificado. Estarían hasta el gorro de oír siempre lo mismo. Pero como no todos los durmientes pueden argumentar tal razón de peso, ya va siendo hora que traten de remediarlo, tanto por ética como por estética.

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